Revista La Flamenca: Revista nº 8 / año 2005 Enero Febrero / Julio De Vega López
La expresión musical flamenca se ha contemplado tradicionalmente desde una óptica nostálgica, es decir, se ha concebido como una música ancestral, primigenia, fuertemente enraizada en el pasado. Este hecho, que sin duda tiene que ver con el carácter romántico del género y su marcada ascendencia folklórica, es puesto en entredicho por el origen relativamente reciente de esta manifestación musical - finales del siglo XVIII- y su breve historia que apenas se remonta dos siglos atrás.
De cualquier manera, el flamenco constituye hoy por hoy un legado cultural valiosísimo, diverso y tremendamente dinámico que, dada la fuerte carga simbólica que posee, se erige como elemento de gran funcionalidad en los procesos de construcción de diversas identidades colectivas. La revalorización y el auge del que viene disfrutando en las últimas décadas habría que contextualizarlos dentro de las dinámicas sociales y culturales que definen a la post-modernidad. Pero vayamos por partes e iniciemos este bosquejo haciendo alusión a la diversidad y complejidad que caracteriza al conjunto patrimonial flamenco.
Más allá de su mera consideración como género artístico, la expresión cultural flamenca aglutina elementos de naturaleza tanto inmaterial - saberes, técnicas interpretativas, expresiones músico-orales y plásticas, símbolos y significados culturales, ritualidad y prácticas de sociabilidad- como material -bienes muebles e inmuebles -. Así pues, en este heterogéneo complejo cultural tienen cabida desde las coplas flamencas, palos, estilos, coreografías, toques de guitarra, técnicas de cante y baile, bodas, bautizos, romerías, recitales y festivales hasta instrumentos, material discográfico, audiovisual y bibliográfico, vestuario e incluso edificios y espacios -gañanías, fraguas, tabernas o tablaos por ejemplo- vinculados directamente a este arte y a su historia.
Sin duda alguna, esta amalgama de elementos dificulta enormemente las labores de documentación, catalogación y conservación de este diverso y dinámico legado cultural. No es de extrañar por tanto que las prácticas llevadas a cabo en este sentido se hayan limitado en la mayoría de los casos a tratamientos parciales y sectoriales que impiden la valoración y apreciación de este patrimonio en su totalidad. Lo ideal sería adoptar una perspectiva holísitica desde la que se contemplaran los aspectos inmateriales y materiales en toda su extensión y de forma interrelacionada.
Pero no nos llamemos a engaño, la práctica patrimonial ha venido siempre marcada por una selección intencionada e interesada de elementos del pasado, en perjuicio de otros, que obedece a los intereses, necesidades y objetivos de las sociedades y grupos humanos del presente. Así el flamenco ha sido ignorado o sometido, según el contexto de cada momento, a diferentes usos de evidente carácter político y/o económico.
Por ejemplo, hay quién mantiene que el género flamenco se conformó como tal a principios del SXIX cuando encontró en el casticismo, majismo y gitanismo reinante en esa época el ambiente idóneo para su desarrollo y comercialización, convirtiéndose de paso en un elemento aglutinador de la identidad colectiva del naciente estado español.
Durante el régimen franquista el flamenco también fue presentado como un rasgo cultural genéricamente español en detrimento de su naturaleza andaluza, a la vez que se le despojaba de su marcada carga social y se resaltaba su orientalismo con la intención de atraer turistas ávidos de manifestaciones culturales exóticas que se alejaran de la norma europea.
Aún en la actualidad vemos como a nivel estatal existen iniciativas que ponen de manifiesto este intento de apropiación del capital simbólico que posee el flamenco así como su utilización como recurso turístico. De forma recurrente la manifestación cultural flamenca, especialmente aspectos relativos al baile, se inserta en campañas publicitarias encaminadas a la promoción de nuestro país como destino turístico. El flamenco actúa en estos casos como un referente directo de la pasión y autenticidad que tradicionalmente se le han atribuido a nuestro país y que se resaltan una vez tras otra como los principales atractivos de nuestra oferta.
La reciente propuesta que el gobierno de la nación ha presentado a la UNESCO - a instancias de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía- para declarar al flamenco patrimonio oral e inmaterial de la humanidad podría también interpretarse como un paso más en este afán de patrimonialización ya que en esta iniciativa subyace un reforzamiento de la identificación del flamenco con lo genéricamente español. Pero a la vez, esta propuesta también nos da muestras del proceso de globalización e internacionalización que está afectando a este arte al menos en su vertiente artística y en lo que a su formalismo expresivo se refiere.
Además de esta tendencia globalizadora, el flamenco también se ve inmerso en un proceso de reafirmación de identidades colectivas, especialmente las etnonacionales, que viene a contrarrestar la homogeneización y/o hibridación cultural que caracterizan a la contemporaneidad. En este sentido hemos visto como en cuestión de décadas el flamenco ha pasado de ser una manifestación cultural ignorada, infravalorada, denostada e incluso interiorizada por los propios andaluces como rechazable a ocupar un lugar de privilegio en las agendas políticas y culturales de la Comunidad Autonómica Andaluza. De hecho, se ha convertido en uno de los marcadores identitarios de la colectividad andaluza con mayor fuerza y significación. Así lo demuestran las diferentes actuaciones llevadas a cabo en favor de este complejo cultural - inclusión en el currículo escolar, incremento considerable de las dotaciones económicas dirigidas a su fomento, investigación, catalogación y conservación - o la creación de instituciones dedicadas explícitamente a su gestión, difusión y promoción dentro del propio organigrama de la administración regional - Centro Andaluz de Flamenco u otros organismos proyectados en el programa "Flamenco PorVenir" -.
Igualmente, se ha producido un cambio cualitativo digno de mención en lo que al aprovechamiento de la potencialidad turística de esta manifestación musical se refiere. Mientras que en épocas pasadas el flamenco sólo se comercializaba como complemento de la oferta turística global de sol y playa basicamente, en la actualidad existen programas - Rutas por los Territorios Flamencos - impulsados desde la administración andaluza que persiguen la promoción, establecimiento y desarrollo de un sector turístico específico que gire en torno al flamenco.
Pero las patrimonializaciones del capital simbólico que representa este complejo cultural flamenco no se circunscriben exclusivamente al ámbito nacional o regional sino que también se hacen perceptibles a otros niveles como son el étnico, comarcal, local e incluso sub-local.
El intento de apropiación por parte de la etnia gitana es quizás de los más evidentes y notorios ya que ha alcanzado un grado elevado de aceptación y legitimidad entre los aficionados al flamenco, sean éstos gitanos o no. El discurso gitanista se fundamenta en ideas relativas a "la cultura de la sangre" y al supuesto carácter innato del flamenco. Se produce una politización de cuestiones estéticas que se materializa en la "naturalización" de determinadas formas interpretativas asociadas a los gitanos y en la consideración de palos y estilos de pretendida autoría calé como las auténticas y legítimas formas flamencas.
También se produce un fenómeno parecido en determinadas comarcas o localidades andaluzas donde la creatividad, variedad estilística y actividad flamenca resultan de tal dimensión que dichos núcleos se convierten en verdaderos epicentros flamencos con autonomía propia. Esta patrimonialización se asienta en el enaltecimiento de los estilos, formas interpretativas e intérpretes locales mientras se menoscaban aquellos procedentes de otras latitudes. Los casos más significativos en este sentido son los de Sevilla y Jerez de la Frontera, entre los que incluso se puede vislumbrar cierta rivalidad de carácter simbólico por la consecución de la "capitalidad flamenca". Esta pugna tiene una plasmación clara en las políticas culturales de los ayuntamientos de ambas ciudades.
Por último, cabría también mencionar la patrimonialización que se produce en ciertos casos a nivel sub-local cuando en un barrio determinado la manifestación cultural flamenca es adoptada y funciona como un rasgo definitorio de la identidad grupal. Los barrios de Santiago y San Miguel en Jerez de la Frontera resultan casos paradigmáticos de este fenómeno cultural.
Esta diversidad de usos patrimoniales debe ser entendida de manera dinámica y no excluyente, es decir, las distintas narrativas y discursos en los que se inserta el conjunto patrimonial flamenco coexisten y cohabitan en una constante negociación simbólica que se decanta para un lado u otro en función de las circunstancias en las que el texto musical o cualquier otro elemento a él asociado es producido, circulado y consumido. Lo expuesto hasta ahora viene a revelar una vez más la naturaleza polisémica y compleja de la manifestación cultural flamenca así como el carácter irónico, paradójico e incluso conflictivo que encontramos en muchos de los elementos que la conforman. En vista de todo lo expuesto, parece incuestionable que un mismo patrimonio histórico puede transmitir mensajes radicalmente distintos a diferentes audiencias.