El bailaor ofreció a su padre el mejor de los homenajes, en el mismo escenario donde ganara hace dos años el Giraldillo al Baile de la Bienal de Flamenco
Web Revista La Flamenca. Luis M. Pérez. Sevilla (Teatro de la Maestranza) 25/9/2016. Archivo Fotográfico: La Bienal de Flamenco. Fotógrafo: Óscar Romero
Ver bailar a Juan Manuel Fernández Montoya (Sevilla, 1982) es una experiencia única que todo aquel que se considere aficionado debería vivir al menos una vez en la vida. Atrás quedaron los días de aquella sana rivalidad con otros grandes bailaores gitanos menos jóvenes, que si a mí me gusta más Canales, que si yo prefiero a Cortés, que el que bailaba de verdad era el abuelo.
Hoy en día, en lo que muchos han bautizado como la Edad de Oro del baile, Farruquito está en lo alto de una columna como Cristóbal Colón, “señalando con el deo, como se queó San Juan”, mostrando el camino, a sus treinta y cuatro años recién cumplidos, a dos generaciones de jóvenes bailaores que ven en él a su propio Camarón del baile.
Baile gitano, se entiende, que es una forma de bailar con denominación de origen dentro del baile flamenco. Y aquí no hablamos de razas, ni de purezas, sino de formas a las que un determinado bailaor decide o no adscribirse. Son las formas que elevó el gran Antonio Montoya Flores “Farruco” a modelo para generaciones futuras. Las de su primogénito Farruquito, aquel que decían que bailaba mejor que el padre, y que desapareció tristemente en accidente de tráfico a la edad de dieciocho años.
Antonio nunca se recuperó del fatal golpe y, años después, puso toda su esperanza y su saber en su nieto Juan Manuel. Farruquito ya era toda una figura del baile a los quince años, cuando falleció su abuelo. Con diecinueve años se convirtió sin querer en cabeza de su casa, tras la muerte de su padre Juan el Moreno en un escenario de Buenos Aires mientras cantaba a su hijo para el baile.
En el homenaje a un cantaor era obligado que el cante tuviera su sitio. Cantaores y cantaoras de primera, como Mary Vizarraga, genial por tangos, y la gaditanísima Encarna Anillo, siempre con la emoción asomándole por la voz. El gran Pepe de Pura, a quien el relente del claustro de Santa Clara le había dejado la voz en camilla, se batió con los palos más duros con gallardía, aunque el hermoso metal de Antonio Villar le metió esta vez las cabras en el corral.
El baile de Juan Antonio Fernández Montoya El Barullo y el de Antonio Moreno El Polito, fueron el contrapunto óptimo al de su primo hermano. La jerezana Gema Moneo se vistió de Rosario La Farruca por dentro y por fuera, y Marisa Valiente pasó del bien al muy bien en su papel de antiheroína.
Parece que no puede haber espectáculo de gitanos sin caballos, sin gresca donde no brille el filo de las navajas ni duelo a muerte a garrotazos por el amor de una mujer. Que no digo que no sea golosa fuente de recursos dramáticos y argumentales; si está muy bien para traer a colación un baile de bastones con el que homenajear a los Bolecos del Tablao el Guajiro, donde Farruco y Rafael el Negro ponían en peligro el precioso cuello de Matilde Coral. Pero Torombo, por favor, con lo artista que tú eres y con lo que yo te quiero; esos tópicos de gitanos pendencieros que arreglan sus diferencias en la taberna a base de bulerías; esos lugares comunes impregnados de machismo, los hombres a un lado, las mujeres a otro; esas dos mujeres desafiándose a bailar para ver quién se lleva al macho; sí, que había que tirar de imaginación para justificar la alboreá sin sacar el pañuelo con las tres rosas… Con la de realidades sociales de hoy en día y de las que se puede tirar del hilo para hacer una obra de arte gitana. Una pena.
Una pena y otra pena es lo que trajo la soleá, Pena que ahoga nuestros corazones. Tras seguir las gráciles evoluciones del sevillano, la figura elegante, los brazos varoniles, el sombrero calado como su abuelo; con esos pies que llegan a hacerse invisibles, “ahora vendría bien la repetición con la superlenta”, nos damos de bruces con la tragedia. El mayor desplante que la vida le ha dado al bailaor se convierte en el gesto más flamenco, diferente a esos que sin necesidad y tan a menudo realiza a destiempo buscando el aplauso fácil. Tras el mejor de sus zapateados queda clavado en la tarima, postrado en el círculo blanco del potente foco, como aquella fatídica noche en que su padre murió en sus brazos.
Y es aquí cuando la pena del Moreno que se fue es ahogada por el Moreno que nace. El hijo de Farruquito, Juan el Moreno, viene con sus cuatro añitos a recoger los cachitos del corazón de su padre y, tomándolo por la barbilla, le da un efectista abrazo que levanta al público de sus butacas. Ha vencido la vida, venga el fin de fiesta.
Ficha artística
Espectáculo: Baile moreno /La Bienal de Flamenco de Sevilla/ Lugar y fecha: Teatro de la Maestranza 24/9/2016
Baile: Juan Manuel Fernández Montoya “Farruquito”, Juan Antonio Fernández “El Barullo”, Antonio Moreno “El Polito”, Gema Moneo y Marina Valiente
Guitarras: Román Vicenti y Raul Vicenti
Cante: Antonio Villar, Pepe de Pura, Encarna Anillo y Mary Vizarraga
Percusión: Paco Vega
Chelo: Barnabas Hangonyi
Dirección musical: Román Vicenti y Juan Manuel Fernández “Farruquito”
Dirección artística: José Suárez El Torombo y Juan Manuel Fernández “Farruquito”