Otro maratón de flamenco el que vivimos en la tierra del membrillo. Las casi seis horas de cante vividas las inició el cantaor local David Pino que, con Gabriel Expósito, anduvo fullero por cantiñas y cumplidor por tangos. No obstante, dejó un gratísimo sabor de boca por seguiriyas, acordándose de Cagancho, Joaquín Lacherna y, de forma conmovedora, del Fillo. Cerró su actuación por martinetes y tonás.
Miguel Poveda lleva consigo la vitola de ser el cantaor joven que más prometió y más está cumpliendo. Se presentó con Miguel Ángel Cortés y comenzó por alegrías, sin concesiones a las canciones última moda, y ajustándolas a su tempo tradicional. Esto es, más cercanas a la jotilla de Cádiz que al "Amor de hombre" de Mocedades. Por malagueña se reinterpretó bastante bien a Chacón y al Mellizo, cerrando con rondeña y verdial lucentino. En la seguiriya abordó con magisterio los cantes de Molina, Lacherna y El Fillo, y por tientos, volvió a convencer para cerrar con media granaína y bulerías.
Al cartel se había sumado Fosforito, profeta en su tierra. Al maestro le tocaron Antonio Soto por soleá apolá y petenera, y Manuel Silveria por alegrías y los tarantos con los que puso bocabajo al auditorio. Pansequito, por su parte, estuvo flamenquísimo. Está en un momento especial, pero hubo quién no se enteró de los meritos contraídos esta noche. Sigue innovando en cada cante, refrescando melodías sin salirse de su arquitectura armónica. ¡Qué difícil lo que hizo en las alegrías! ¡Qué forma de personalizar los estilos por soleá!. Pero claro, el público se ha acostumbrado a dos letritas por solea y dos por seguiriya. Todo lo que sobrepase estos límites, aburre y desespera. Por los mismos cauces artísticos y receptivos fluyeron el suculento taranto y las bulerías.
Arcángel, tan esperado como siempre, comenzó con la caña rematada con soleá apolá que, si bien mantuvo un elevado nivel interpretativo, quedó coja -como el resto del recital- por mor de la guitarra descafeinada de Miguel Ángel Cortés. Fue quien marcó la pauta de cuanto hizo el alosnero, que se vio cada vez más, prisionero del granadino desde los tangos que siguieron, a los fandangos finales. Por seguiriya no convenció en absoluto y por cantiñas quedó en evidencia, ante lo escuchado a sus compañeros.
Con el cuadro de baile, el público -correcto en su mayoría- comenzó a charlotear, creándose un murmullo incomodo para los artistas y los verdaderos aficionados. Quien más sufrió la situación fue José Menese, que tras cuatro letras por soleá decidió marcharse. El de La Puebla había cogido frió en camerinos y se encontró mal. Ocupó entonces el escenario Julián Estrada, que comenzó junto a Manuel Silveria por fandangos abandolaos y siguió por tarantas, por seguiriyas y alegrías. Su interpretación, correctísima. Mas, antes de terminar Julián y de cerrar Aurora Vargas, una señora que no paró de gritar en toda la noche (rebosando, quizás, de mosto de la tierra), nos invitó al desalojo tras gritar al guitarrista: "¡Qué bueno eres Silvestre!". Señores míos, así no se puede.