Revista La Flamenca: Revista nº 9 / año 2005 Marzo Abril. Carlos Lencero
Fue el último de los grandes dinosaurios flamencos. Con él desaparecieron una forma de ser y de cantar. Su padre, Agustín, un muy buen siguiriyero, era hermano de Tío Joaquín el de la Paula. Manolito de Maria fue primo suyo. Toda la historia del cante de Alcalá encerrada en un solo circulo familiar.
Juan Talega vino al mundo en 1891, en la localidad sevillana de Dos Hermanas y vino a morir en el año 1971. Era más viejo que la Sociedad General de Autores de España, a la que nunca perteneció.
En 1910, Talega tenia ya dos o tres hijos y su profesión era la muy gitana de tratante de ganados. Su religión era el cante. Era hombre de zaguán, de cuarto, de taberna y de patio. Las diligencias y, luego, los coches y los trenes, parecían evocarle la tristeza. Su carácter era fuerte con tendencia a bronco. Con facilidad podía llegar a ser brusco. Su sinceridad no conocía el enrevesado artificio de la diplomacia.
Examinados los hechos no es de extrañar que Talega fuera hombre de pocos amigos.
Decía siempre lo que pensaba. En la cara de cualquiera. Y lo que pensaba era mucho y mucho lo que decía.
Como todos los pesos pesados, carecía de cintura. Bulerías y tangos no eran sus palos.
En su niñez y en su juventud se frecuentaban poco. En aquella época quien quisiera ser algo en el mundo flamenco tenia que resolver en corto y por derecho. Tonás, siguiriyas y soleares, eran las asignaturas pendientes para todo aquel que pretendiese entrar en el pequeño mundo de los cabales. Lo demás, por bonito que lo hicieran, eran cosas de "papafrita", solía decir. Tonterías, las precisas. "Desviaciones, ninguna".
Sentado a la puerta de su casa en una silla baja de enea, su vara de acebuche estaba continuamente y de forma inconsciente, marcando un compás. El de la soleá.
Antonio Mairena tuvo su día de suerte cuando se lo vino a encontrar, una mano en un bolsillo, la varita en la otra, parado en una esquina de Alcalá. Silbándole al aire. Tieso como una mojama. Como suelen decir los toreros... "ni pá tabaco". La cara, como tallada en olivo y siempre alta. Los ojos, entornaos. Poco más que dos grietas.
Quien haya escuchado cantar a Juan Talega, aunque sólo haya sido una vez en su vida, jamás podrá olvidarlo. Una voz campanuda, áspera, voz de tinaja vacía. Inconfundible.
Gustó el señó Talega del vino y los aguardientes. Y de las mujeres. Su salud lo retiró de la bebida, que sustituyo por infinitas tazas de café. De las mujeres no lo apartó nadie.
Cantaor difícil para los tocaores, renegaba de lo poco que había dejado grabado, gracias al mecenazgo de Mairena. " Eso mío no vale un duro",...solía decir. Un buen crítico, un crítico independiente y sincero debe empezar siendo un autocrítico feroz.
Entre Niño Ricardo y Melchor siempre eligió a Melchor. De haber podido elegir libremente, su tocaor ideal pa cantar era Diego del Gastor. "¡Toca así de bien porque le gusta mucho el cante!. Más que el comer; qué se nos pasan dos días y dos noches con mosto, pan y aceitunas gordales. Te da su sitio. Te deja cantar. No te agobia". Diego lo miraba y sonreía con su eterna sonrisa de pirao recién llegado de Alfa 27, más o menos.
Juan Talega dejó pocos minutos de cante grabados en estudio para su importancia cantaora, pero, dotado de una memoria prodigiosa, grabó largas horas de conversación ilustrándolas con cantes y sus diferentes versiones, de las que se deduce con meridiana claridad una teoría general del cante flamenco. Completa y en un tomo. De fascículos, nada. "Desviaciones , ninguna". La dicha teoría empezaría así: EN TRIANA HAY QUE MAMAR.
Según Talega, Joaquín y Enrique el de La Paula, el mismo y su primo Manolito de María, solían desplazarse hasta el arrabal trianero con enorme frecuencia. Sabían cuando se iban, pero nunca cuando regresarían. Y a veces, el cansancio y los efectos de varios días de fiesta ininterrumpida, dejó a más de uno durmiendo en la cuneta de regreso a Alcalá. Tenía Joaquín el de la Paula una voz fea, desagradable, y era difícil que se templase y encontrase su día. Ese día, según Talega, Joaquín era insuperable. Nadie podía cantar ni abrir la boca después. Pero esos día eran raros. Muy poco frecuentes.
Los cantes de Triana, entiéndase tonás siguiriyas y soleares, eran para Talega la madre de todos los cantes. Eran cantes, decía, de mucho peso. "Mu pesaos, vamos". Nadie podía soportar, según Talega, una hora seguida por estos cantes, por muy aficionado que fuese y por bien ejecutados que estuviesen. Los clanes fragüeros de Triana constituían una especia de aristocracia entre los gitanos. A la huella de ellos estaban los tratantes y los pañeros. El último escalafón correspondería a los andarríos o canasteros. Pero los cantes de las fraguas trianeras necesitaron que soplasen vientos del sur, de la Bahía, de Los Puertos, de Jerez, para ser refrescados, enriquecidos melódica, armónica y rítmicamente, para poder encontrar ese punto de ligereza que no está en absoluto reñido con el peso especifico del cante. La propia Alcalá, Lebrija, Utrera y Morón, serían los ejemplos de unos cantes de indudable procedencia trianera pero aligerados desde la vivacidad gaditana y jerezana.
Algún día nos gustaría ver publicadas las largas horas y las largas disertaciones de Juan Talega sobre el cante flamenco en general. Su teoría de los cantes como anunciábamos líneas atras, muy en la línea de las últimas investigaciones sobre el tema y muy aclaratorias según mi opinión. De momento recordemos el comienzo: EN TRIANA HAY QUE MAMAR. Y hasta otro ratito.