Bien claro lo dejaba la nota de prensa, e incluso el programa de mano, “Marín experimenta como si de un laboratorio de creación se tratase”, pues eso, un experimento, más en la parte conceptual del baile que de la estructura propia del espectáculo.
El bailaor sevillano Andrés Marín presentó Op 24 en clara reivindicación de un nuevo camino flamenco, camino a medio recorrer, en el que propone un lenguaje adaptado y una estética cada vez más reconocible, un mundo propio, aquello que todo artista, sea flamenco o no, anhela. Pero el espectáculo olvida el fin último que justifica una creación, la emoción.
Mal tenía que darse la noche para no sentir la daga del arte atravesándonos las costillas con el extraordinario sonido de Jesús Méndez, el elegante y virtuoso toque de Salvador Gutiérrez, el soniquete de José Carrasco y la técnica y creatividad de Andrés Marín, pues créanme, se dio.
El impacto visual que supuso la puesta en escena de un Marín con sombrero cordobés, torso desnudo y bailándose su propio cante por soleá no tuvo continuación en una hora y cuarto de baile flamenco, en la que demostró su capacidad física, su gusto por las formas asimétricas, la deconstrucción de la pose natural y la originalidad innovadora en sus composiciones.
La obra basada en el aperturismo que supuso el año 24 para el flamenco como búsqueda de un nuevo repertorio no se vio refrendada en los estilos de cantes propuestos, ya clásicos por aquella fecha. Empieza la toná, se escucha un xilófono, pasamos del cante de trilla al pregón de Macandé, mientras Marín presenta su cuerpo, a veces anguloso, otras deformado, otras como movidas por hilos invisibles, como el gran teatro del mundo.
En la farruca acompasa con punta y tacón los trémolos de Salvador que por momentos ilumina el escenario de pura armonía, un escenario sumido en el tenebrismo propio del nuevo concepto de obra flamenca, muy occidental.
Suena el temple de La Paquera para los fandangos naturales de Jesús Méndez que va de menos a más. Marín de negro nos presenta un tríptico de figuras y mudanzas, ahora sí, más onduladas y rizadas para salir de ellas a compas de palmas y meterse en un cuadrilátero de luz en busca de la seguiriya, seguiriya de ritmo vertiginoso que desnaturaliza bailando con gracia por momentos mientras se escucha el dolor del cante, “qué desgraciao soy mare hasta en el andá”.
Saltó el levante, a palo seco por mineras, para dejar paso al sentido toque de Gutiérrez, que titubea por momentos pero que ofrece el sentido y la sensibilidad de una composición compleja pero preciosista. Junto al arranque de La Gabriela de Jesús Méndez de lo mejor de la noche.
Se baila y canta la caña pero a compás de cuatro tiempos, nos vamos abandolando camino de La Plaza de los Herraores hasta llegar a Lucena por fandangos, recuerdos a Antonio Mairena de Charamusco mientras Andrés Marín manifiesta su dominio del cuerpo, saliendo de su propio eje por antojo, mandando en la geometría de sus carnes, descomponiendo el compás en mil partes para construirlo de nuevo, pero sin otorgarnos la posibilidad de sentir ni de dolernos ni de reírnos… Un trabajo inacabado, un experimento para un futuro cercano pero no una obra finita, ni una lágrima, ni un vello erguido.
La canción romántica y lírica de voz educada que suena mientras se despide me sirve de resumen. En el recuerdo, un giro de cuello con sombrero, un baile horizontal y paralelo al suelo, la percusión de su cuerpo y del búcaro, sus etéreos miembros, el agradecimiento por su valentía, por la búsqueda, por la propuesta de espacios nuevos para el arte jondo…ya sólo queda emocionar.
Ficha artística:
Espectáculo: Compañía Andrés Marín “OP. 24”
Ciclo: Flamenco Viene del Sur. Teatro Central
Baile y coreografía: Andrés Marín
Guitarra: Salvador Gutiérrez
Cante: Jesús Méndez
Percusión: José Carrasco