Revista La Flamenca. Granada /Teatro Alhambra/ 13/4/2011
Rubén Olmo ha traído al teatro Alhambra una obra transgresora. Vicente Escudero dejó escrito un decálogo sobre cómo debían bailar los hombres, aunque aseveró de las dificultades de «penetrar en su hondura misteriosa»
Olmo ejemplificó lo que hay que hacer encima de un escenario. Desde el comienzo, supo mostrar la complejidad de cómo llegar a elaborar un trabajo loable. Lo que viene a ser un boceto de baile clásico con aderezos flamencos que aparecían y desaparecían. Pero, en esencia, danza. Un paseo por la dicha de lograr un objetivo, el de superarse a sí mismo en cada movimiento, en cada escena, en cada suspiro dancístico. Diferentes escenas alejadas unas de otras e inconexas argumentaron la obra. Pasajes que desde diversos prismas han tocado los fundamentales pilares del baile. Desde un homenaje a los grandes del flamenco -Mario Maya, Vicente Escudero, Gades, Carmen Amaya- hasta pararse magistralmente en la silueta de Manuela Vargas.
Antes la saeta 'Cristo de los gitanos' interpretada por Rubio de Pruna. y como nexo la figura de Cristo con atuendo rojo cobrizo y con el off de la banda de San Juan De jerez de la Frontera. En esta ocasión no pudo subir a los más de cincuenta músicos que presentó en el pasado festival de Jerez y en Sevilla, más que nada por razones de espacio.
Intensidad “ad libitum” en el homenaje a Manuela Vargas. El bailaor con atuendo femenino, traje de flamenca y volantes para dar vida de forma impecable a Manuela por mirabrás. En cada gesto, en cada braceo el mimetismo conseguido fue simplemente emocionante. Esta escena y la falsa farruca con gaitero (Rubén Díez) ya valieron todo el espectáculo. A partir de aquí la obra fue a menos. Las coreografías grupales estuvieron fabulosas, pero abusar de ellas tiene una recompensa negativa. La guajira bailada por el elenco femenino brilló con luz propia, al igual que los tangos que se marcó Patricia Guerrero. Los fandangos y los jaleos, a pesar de contener coreografías de gran calibre, no hicieron sino desfigurar el motivo de la obra. Y no es que estuvieran mal, pero para el conjunto de la obra sobraron algunas de ellas, o mejor haberlas alternado con la danza de Olmo.
A pesar de ir de más a menos, Rubén se creció y fue a más. Una silueta esbelta, con maya verde y mantón gigante. Una iluminación escogida a conciencia y humo flotando para hacerlo flotar a él. Una sencilla pero impresionante coreografía final nos dejó exhaustos. Aquí expuso su alma al servicio del baile contemporáneo. Se dejó llevar para abandonarse y conseguir enseñar su interior y sucumbir a la danza clásica, entrando en un éxtasis final que dejó paso a un fin de fiesta por bulerías, como colofón de muestra flamenca.