Revista La Flamenca: Revista nº 13 / año 2006 Enero Febrero. Féliz Grande
Admirar a Mario Maya no es una obligación: es un privilegio. Elogiar su arte no es un acto de cortesía: es una obligación. Es también una costumbre y a la vez es una alegría. Es la alegría que nos producen las tres formas de grandeza que coexisten en el baile de Mario Maya: su oceánico conocimiento y su terminante respeto hacia la venerable profundidad de la tradición; su coraje reposado para incorporar al depósito de la herencia flamenca invenciones llenas de gravedad y de encanto que nunca desobedecen a las viejas raices, sino que las nutren y que las engrandecen; y el hilo moral, de meteal y de seda, con el que cose la permanencia de la tradición y la tradición de la modernidad con su concepto social y étnico de la desventurada y arrogante cultura flamenca.
Es importante que jamás descomponga la figura, que siempre ofrezca armonía y trasmisión con todos los músculos de su cuerpo y en todos y cada uno de los instantes de su oferta de belleza y de magia, que sus coreografías no sean una mera sucesión de aciertos estéticos sino una arquitectura trabada por la emoción y por la inteligencia; pero es más importante aún la lealtad con que asumió en su infancia el mensaje de un arte doliente y prodigioso y la fidelidad con que ha venido enriqueciendo mediante su veneración a las raíces, su angustia y su júbilo creadores, y su pesadumbre y su protesta por la humillación y la injusticia que gritan de forma sanguinaria y bellísima en el sistema circulatorio de la cultura flamenca.
Abogado del maravilloso pasado, soldado de la invención en libertad y guerrillero de la porfía moral, Mario Maya es un acontecimiento artístico que nos recuerda algo que nunca debemos olvidar: que la belleza es hermana de la moral, que la moral posee una belleza indestructible y que la levitación sagrada del baile flamenco tiene clavados sobre la tierra los pies y la conciencia. Ver bailar a Mario Maya es una ceremonia en la que celebramos a un testigo de la permanencia, a un sacerdote de la renovación y a una ética de nuestro tiempo.