Revista La Flamenca: Revista nº 19 /año 2007 /Enero Febrero/ Paco Vargas. (Escritor e investigador).
Hoy no se mueve nada en el flamenco sin que por medio encontremos al político de turno o al cargo de confianza, puesto por él a dedo, sin otros mérito que el de pertenecer al partido y ser capaz de comerse los marrones que su jefe ha provocado con su ineptitud y desconocimiento. La iniciativa privada ha perdido definitivamente la batalla en favor de lo público, entre otras razones porque en el comedero de las instituciones el flamenco ha encontrado un lugar cómodo bajo el paraguas millonario de la hacienda pública y la "pólvora del rey" con la que tiran políticos de cualquier rango y condición.
Ante este estado de cosas, casi nadie se atreve a levantar la voz porque se acepta de manera natural que el poder use y abuse de un bien cultural como el arte flamenco para sus fines políticos, sin importarles cuáles serán las consecuencias de este afán obsesivo por controlarlo y dirigirlo todo. La primera es que se está acabando con los empresarios que arriesgan su dinero. Claro está que no con todos, pero sí con aquellos que no comulgan con ruedas de molino o no disponen de una cuenta bien saneada para hacer frente al coste económico de los espectáculos que logra vender a la administración, que él cobrará meses o años después. Esa forma de trabajar está ahogando a los más pequeños y está favoreciendo claramente a los grandes.
El intelectual en Andalucía -escritor, poeta, periodista, crítico, etc.- o se vende o no existe: impera el pensamiento único y quien se sale del carril acaba pagando un precio tan alto que muchos abandonan la lucha y se unen a la mayoría del "Dame pan y dime tonto", porque, como decía el del chiste, ante la pregunta de si prefería tener cuernos o colesterol, respondería: "Yo cuernos, porque así puedo comer de todo". Y eso es lo que está ocurriendo con los que tenemos el deber ético de ser críticos con la realidad que vivimos y que no nos gusta: que la mayoría prefiere mirar para otro lado y tragar lo que le echen con tal de no verse excluidos del pesebre común. En ese sentido, todos sabemos de la existencia de listas de afectos y vetados con la anuencia y complicidad de aquellos que se alimentan en el lodazal del fondo de reptiles a cambio de estar en la nómina de los que obedecen a intereses tan espurios como inconfesables. Así las cosas, el círculo cuadra. Y a quien se queda fuera de él, primero se le ningunea y después se le persigue o se le ignora, que no sabemos qué es peor, con tal de acallar las voces críticas y el pensamiento libre. Ante esta realidad, la solución tiene que partir de una sociedad civil -la andaluza- que hoy por hoy está desactivada y adormecida. Y cuando hablo de sociedad andaluza, estoy hablando del mundo del flamenco, tan falto de organización y valentía, para encontrar un lugar propio sin necesidad de que nadie lo tutele, o para llamarle a las cosas por su nombre cuando sea preciso alzar la voz, clara y libre de ataduras.