Revista La Flamenca: Revista nº 18 / año 2006 Noviembre Diciembre. Eulalia Pablo - Fotos: Paco Sánchez
Los pies estan bien para zapatear lo justo
Milagros Menjíbar es un puntal imprescindible de la escuela sevillana y su baile es un fiel paradigma de la misma. Un baile depurado, estilizado y esencialmente femenino, en el que destaca la gracia con la que juega con las manos y mueve el cuerpo, los brazos, los hombros, las caderas. Un baile elegante en el que impera la estética y la plasticidad. Un baile que, como Sevilla y los sevillanos, es puro narcisismo, porque, como muy bien dicen las maestras, para bailar bien hay que gustarse. Su bata de cola ilumina todos los escenarios por los que se pasea, sorprende y encandila a todo el que la contempla. Milagros es, además, una mujer enamorada de un baile con el que se ha identificado plenamente y al que se ha dedicado en cuerpo y alma, tratando siempre de mejorar, defender y transmitir el legado que ha recibido.
Para empezar cuéntanos algo de tu vida, Milagros. ¿Cómo fueron tus principios en el baile?
Yo empecé muy graciosa. Yo empecé cantando. Y como en mi casa no había para comer, ni juguetes en las navidades, ni nada de eso, pues yo cantaba y bailaba. ¡Venga, vamos a hacer un corrito y a cantar y a bailar! Y yo juntaba a la gente en la calle. Salían del autobús y a veces decían: "¡Uy, ahí ha pasao algo!" Y resulta que era yo la que estaba bailando con todo el mundo alrededor. Las vecinas le decían a mi madre: "¡Ay, Pepa, tu niña tiene madera!, ¿por qué no la llevas a una academia para que aprenda a cantar y a bailar? Porque esta niña tiene arte".
Y me llevó a casa de Adelita Domingo. Era una academia de multiuso, porque lo mismo cantabas que bailabas, es decir, hacíamos de todo. Yo empecé cantando Torre de arena, y todas esas cosas de Marifé. Adelita me llevó a la radio y a las galas juveniles. Pero, claro, yo iba creciendo y ya no era tan graciosa cantando. Es más, cantaba muy malamente. Así que me quité del cante y seguí en el baile. Cuando entré en el Patio Andaluz con trece años, la peor era yo sin duda. Pero como me vieron las ganas de aprender y de bailar, yo creo que por eso me dijeron que me quedara.
"Me apasiona la bata de cola y bailo con ella lo que puedo"
Pero a los trece años no te podían contratar, ¿no?
No, pero yo iba con mi madre y cuando llegaba la inspección, me quedaba con ella en el camerino y no podía salir a bailar hasta que se iban. Me daban trescientas pesetas diarias, que era un dineral en aquella época, en el año 68. ¡Nueve mil pesetas al mes! Y ya en mi casa se comía calentito, teníamos los garbancitos, el puchero, y por la noche las papas fritas y un filete. La vida entonces era muy difícil para todo el mundo. Y más mi madre, con doce hijos y sin mi padre. Pero a mí no me avergüenza eso, al contrario me vanagloria decir: "He tenido una madre que me ha apoyado en lo que me gustaba" y ¡aquí estoy!
Luego, ya con diecisiete años, entré en Matilde Coral, que era la única academia de flamenco de la época. A los 21, me preparó Matilde, y me presenté en Córdoba y me traje el premio. Seguí en el Patio hasta terminar el contrato y me fui a Japón. Cuando vine de Japón, ya con un premio, yo quería que me conociera todo el mundo, ir a los festivales, que los había buenísimos. Pero... yo no podía ir a los festivales, porque me habían vetado. Así que me tuve que meter en el Patio Sevillano hasta que en el año 85 me fui a la Peña Flamenca de Huelva. Yo quería dejar el Patio, porque ya me venía muy pequeño. Me sentía como con una faja cuando te la pones y no puedes respirar, igual.
En Huelva, estaba más suelta, pues iba tres días a la semana a dar clase y los demás los tenía libres para buscarme trabajo. Por fin, me conocieron Romualdo Molina y Miguel Espín, hice muchísimos programas de televisión, quizás más que nadie, y así fue como la gente empezó a conocerme. Luego, a través de ellos, me conoció Ortiz Nuevo, estuve en la Bienal y ya no he parado. Me he recorrido Holanda, parte de Europa, América y hasta hoy no he parado de trabajar.
¿Y aquella vez que te fuiste a Córdoba con tu madre?
Eso fue antes del Patio Andaluz, fue con doce años. Eso fue en el Zoco, un tablao flamenco de verano, en uno de los patios cordobeses, en la judería. Estuve dos temporadas. Al lado de aquel patio, había un tablao. ¡Eso sí que era un tablao flamenco! ¡Toda la gente de Sevilla y buenas figuras del baile, del cante y del toque! En el que yo estaba no era realmente un tablao, sino un patio con un escenario. Ahí es donde conocí a Ana Carrillo la Tomata, un bailaor que se llamaba Pepín y un cantaor buenísimo que se llamaba Pepe López; también conocí a Concha Calero, que entonces cantaba y cuando faltaba el cantaor, la llamaban a ella. Cantaba: La mancha de la mora, con otra verde se quita.
Tú la preparaste para el premio de Córdoba después, ¿verdad?
Sí, yo he preparado para Córdoba a Concha Calero, a Yolanda Heredia y a Meme Menjíbar. Tres premios he preparado yo y se los han dado. Bueno, y también a Amy Tamaka, la única Japonesa que tiene premio.
¿Cuántas de tus alumnas han llegado a ser profesionales?
Muchas, muchísimas. Lo que pasa es que la vida da vueltas y yo cuando las veo bailar ahora, pienso: "¡Qué bien! Yo les he dado clase, pero no se deben limitar a lo que yo les enseñe nada más, tienen que abrir la mente, aprender con otra gente y ampliar el horizonte. Hay una niña, Esther Jurado, que ha bailado con el Grilo este año, que baila pa comersela. Estuvo cinco años conmigo. Es una fiera con la bata de cola, y además muy buena persona y muy buena artista y es primera bailarina del ballet nacional. Yo cuando la veo digo: ¡Dios mío, es que ha aprendido con tanta gente que qué bien baila y qué pulida está!
¿Qué es la escuela Sevillana?
Para bailar la escuela sevillana hay que tener mucho arte, porque hay que ser muy rica de cintura para arriba, los pasos muy marcados, muy de escuela bolera, muy de clásico español, pero a la misma vez muy flamenca, con muchos brazos, mucha expresión del cuerpo, y muy melodiosa. Y los pies, claro que sí, porque los pies están bien para zapatear, pero lo justo, no los cañones y las metralletas que se están usando ahora.
¿Qué otras escuelas entiendes tú que hay?
Bueno, la escuela granaína, con sus características vueltas quebrás. La escuela granaína es raíz, sangre y fuerza. También está la escuela catalana, la de Carmen Amaya, muy parecida a la granaína, aunque Carmen era inimitable. La cordobesa tiene otra forma, es elegante, bonita y más pausada y Cádiz es el arte andando, mucho arte, arte a rebosar.
Tú estás considerada hoy como una de las figuras más señeras de la escuela sevillana y, además, como la gran maestra de la bata de cola. ¿Cómo y cuándo empezó este proceso?
Pues mira, yo por primera vez me puse la bata de cola estando con Matilde Coral y, a la misma vez, estaba haciendo en el Patio Andaluz clásico-español. En aquella época se bailaba con la bata de cola muy lisito, muy básico, muy normalito. Y pensé: "Bueno, con la bata de cola se pueden hacer muchas más cosas". Empecé a meter vueltas quebradas, vueltas de pecho, deboulés... y hoy por hoy, sigo inventando cosas, porque a mí me apasiona la bata de cola, prueba de ello es que, todo lo que bailo, lo hago con la bata de cola; aunque este año en la Bienal, he decidido hacer la zambra sin ella. Pero cualquier día la hago también con bata de cola.
La cola la tienes que hacer bailar tú. Bailas tú, pero la cola también tiene que bailar. Hay que moverla, y se mueve con una técnica. No dar paseítos y ¡a barrer el escenario con ella! No. Hay que trabajarla y hacerla bailar contigo. Yo lo he conseguido, con mucho cariño, con mucho esfuerzo y muchos años. Lo que pasa es que cuando la enseño hoy tardan menos tiempo en aprenderla, porque yo ya sé cómo va. Pero mientras que investigaba, me enreaba en ella y las caídas en el suelo eran tremendas.
¿Qué es indispensable en la técnica de la bata?
Es primordial que te guste, pero, a la misma vez, que aprendas un poquito de clásico, pues los atitís y las vueltas son importantes. La fuerza necesaria para moverla la tiene cualquier chavala joven y lo demás puede aprenderse todo, si se quiere.
¿Qué consejos les das a las niñas que están aprendiendo la bata?
Que sean constantes, porque de hoy para mañana no se puede aprender. El trabajo que tengo todos los días es de media hora de técnica de bata. Aunque parezca poco, a lo largo de nueve meses, son muchas horas.
En un determinado momento, tu enarbolaste la bandera de la bata de cola y comenzaste casi una cruzada en su defensa, ¿por qué?
Lo hice cuando vi que la gente se la dejaba de poner. Llegué a quedarme prácticamente sola. Así que luché y luché y me dediqué a enseñarla, y hoy, gracias a Dios, en Sevilla, en esta Bienal, se han visto más colas. De lo cual me enorgullezco. Lo que no quiere decir que tengan que utilizar mi misma técnica. Pero que se la pongan y la trabajen. A lo mejor inventan otra manera, pues la mía no es exclusiva.
Hagamos balance, ¿cuáles han sido para ti los momentos más importantes de tu carrera?
Uno fue con 21 años, cuando cogí el Premio Nacional de Córdoba, un año muy difícil, porque había bailaoras de mucho peso. Ha habido también otros: el homenaje a Encarnación López La Argentinita en el Gran Teatro de Córdoba, por el que me dieron el Premio de la Crítica, el premio de la Cátedra de Flamencología, el Compás del Cante... Son cositas que van sumando. Yo estoy haciendo lo que me gusta y si encima me lo valoran y me lo premian, mucho mejor.
¿Y los peores?
Lo peor fue tenerme que meter en un tablao a trabajar porque no me dejaron otra opción y yo tenía que seguir trabajando y comiendo. Pero, en fin, son tiempos pasados y yo no le guardo rencor a nadie.
¿Cómo ves tú el baile flamenco hoy?
De unos años atrás yo veía una sin razón tanto en el cante como en el baile. Como cuando se quieren hacer cosas, pero no se ve el camino ni se encuentra sentido a lo que se está haciendo. Hoy ya parece que los artistas echan la vista atrás y buscan ese sentido para poder innovar, modernizar, oxigenar el flamenco. Pero no todos lo consiguen. Por eso hay que señalar a los que quieren progresar, bailar de otra manera; porque si se hace con respeto, con sentido común, investigando, el baile más raro, como el de Israel Galván, puede llegar a convencer y gustar.
¿Qué proyectos tienes para el futuro?
Lo primero es seguir bailando, sigo montando nuevos bailes con mis alumnas. El último ha sido una vidalita preciosa. Además, estamos trabajando en un proyecto para la Bienal de Málaga. Espero que salga, porque yo tengo muchísima ilusión en sacarlo adelante y quiero estar en Málaga.
Suerte Milagros, que así sea