Desde 1996 el Teatro Central ha venido ofreciendo una azarosa programación de flamenco. Suponemos que en esto, la administración cumple la exigencia de cumplimentar los gustos de todos los públicos, aun en desacuerdo con la obligación administrativa y moral de conservar el flamenco más auténtico. Es lo que hemos venido observando en los primeros espectáculos de esta edición de Flamenco Viene del Sur, en los que se ha ido de un extremo al otro. Todavía nos quedan por comentar dos terceras partes, que dejaremos para el próximo número.
La noche de la apertura pareció predecir que los programadores habían apostado por la seriedad, pero tuvimos en cuenta aquello de que "hasta el rabo todo es toro". Para empezar, José Mercé y Moraíto mostraron la cara más amable del flamenco, con un enorme respeto a la tradición estética de esta forma de arte. Pusieron sus bastos conocimientos y la mejor técnica en malagueña, soleá y seguiriyas. Todo muy natural, limpio y armonicamente coherentes en la interpretación, en lo que Mercé demostró que bien responde cuando se le pide, avalado por sus muchos años de experiencia profesional. La incertidumbre de saber lo que Canales haría en su reaparición después de el breve bache personal y artístico del que había salido, llenó la grada del Central, que al final no tuvo mucho que apreciar. Sólo ruido. Canales está perdido en sí mismo, como si no fuese capaz de encontrar los caminos por los que antaño se mostraba salvaje a todos los públicos. El caso es que ni por soleá ni por seguiriyas satisfizo al público exigente. La situación se complicó para Canales cuando Adela Campillo entró en escena, lo mejor de esta segunda noche en la interpretación de soleá por bulerías.
Uno de los graves errores que encontramos en esta programación es el reunir a tres artistas en una sola noche. No hay el tiempo para nada. Así nos encontramos a May Fernández, Rancapino y Junco luchado contra el reloj lo mejor que pudieron. La primera se mostró poco rodada, aunque contó con muy poca ayuda de El Niño de la Leo. Por su parte, Rancapino, por soleá, malagueña y fandangos ofreció lo más interesante de la noche, precediendo a los primeros pasos de la compañía de El Junco. El de la Peña de la Perla demostró que está más que preparado para iniciar su carrera en solitario, sobre todo en la a solea por bulerias. Tiene clase y sabe coreografiar, mandar y ocupar la escena sin problemas. La garantia de su profesionalidad no esta reñida con su rebosante juventud. Si esta noche, los tres artistas se las vieron y desearon con el problema del tiempo, peor lo pasaron Cepero, Amador y Sordera. Forzar a tres artistas de semejante talento a darse de codazos sobre el escenario es un delito cultural. El menos dispuesto de compartir fue Paco Cepero. Ocupó el escenario la mayor parte de la noche, si bien dio un magnífico recital que abarcó nuevas y viejas composiciones. Los peor parados fueron Juan José Amador y Enrique Soto "Sordera" que no tuvieron tiempo ni para templarse. Para una vez que se les presenta una oportunidad, se les recompensa de esta forma.
Si a la precariedad de buen trato ante estos seis artistas sumamos que se programa a un cantante como Pitingo -que ni es nada, ni creemos que pueda serlo- para una sola noche, la irritación se pone de manifiesto en nuestra pluma. Soul Flamenco, que es el nombre del disco de Antonio Álvarez, llamaba a engaño con la presencia de Juan Habichuela, pero el maestro se cayó del cartel. Acompañar al Pitingo es un duro trance, pero es que seguir a Juan Carmona "Hijo" (ex-Ketama) es imposible. Imagínense el cuadro. Uno que no sabe cantar, y a la guitarra otro que no sabe acompañar. Olía a gol por la escuadra del mismo de siempre, desde Madrid, por supuesto. Pero, además, por si la estampa no fuese lo suficientemente insultante, Pitingo vomitó una mezcla de flamenco y soul que sonaba a cachondeo por más que familiares y amigos se empeñaran en aplaudir a la criatura. Está crítica tan negativa atiende a la falsedad del cantaor para afrontar los estilos, bien porque no los conoce, bien porque no tiene facultades -ni técnica, ni vocales- para hincarles el diente. Y por supuesto, por querer hacernos creer que la música soul se basa solamente en hacer las caídas de los tercios como las monjitas de "Sister Act", de vuelta al convento.
Por último la presencia de Gerardo Núñez que, con Restrospectiva, intentó hacer un repaso a lo que ha sido su vida guitarristica. Desde sus comienzos infantiles en Jerez, hasta su llegada al terreno del jazz. Volver a repetir lo que técnicamente supone escuchar a Núñez, es reiterar lo que en otras ocasiones hemos dicho de él. Sin embargo, en esta ocasión, no sólo la técnica era necesaria. El construir un espectáculo con hilo argumental autobiográfico, y contar para ello con niños, un guitarrista con un futuro interesantísimo como Javier Conde, con Carmen Cortés al baile y con Perico Samabeat o Pablo Martín como compañeros en los años jazzisticos, es correr el riesgo de aburrir. Y es lo que sucedió, porque realmente, lo único que nos interesa en toda esta historia es su guitarra. Todo lo demás sobra, incluidos los habituales (extraordinarios ellos) músicos. Cañaveral debió sonar en su guitarra, y las habituales Yerma, Siempre es tarde y Templo del Lucero hubiese sido un lujo escucharlas sin más respaldo que el silencio del publico del Central. Con todo, disfrutamos de la propuesta cantaora de Jesús Méndez, incluido en el elenco, que dejó por tonás y martinetes grandes dosis de emotividad y conocimiento. Coctel perfecto. Fue la nota de liquidez frente a la espesura de lo ofrecido por Gerardo. Al cierre de este número ya hemos visto el espectáculo de Pepa Montes, "Bailaora" que, junto al resto de la programación de Flamenco Viene del Sur desglosaremos en el próximo número de La Flamenca.