Revista La Flamenca: Revista nº 9 / año 2005 Septiembre Octubre. José María Castaño. Foto: Antonio Cid
Entre el recuerdo y las oraciones pastorales de su nueva época
Culminaba el ciclo "Conocer el Flamenco" en el Casino Gaditano de la plaza de San Antonio. Con algo de más público que en la anterior sesión protagonizada por Paco Cepero, hacía comparecencia pública Dolores Montoya "Lole". Aquella emblemática voz que supuso toda una revolución a finales de los 70 con Manuel Molina, quien fuera su pareja artística. Resulta increíble comprobar cómo no pasan los años por su voz. Los registros sonoros de la sevillana siguen inalterables y su diáfano timbre le sigue ayudando a crear ese metal envolvente con un arco melódico tan rico por variado. Si además añadimos su especial dote en la afinación y su sentido innato del ritmo, podemos concluir que estamos ante una de la voces más brillantes, por expresiva, del panorama jondo.
En Lole, la poética de Juan Manuel Flores y Manuel Molina alcanzan un cenit en belleza expresiva. Y es precisamente en ese terreno, en la recordatoria y recreación de los temas que hicieron famoso al dueto, donde la cantaora muestra toda su esencia. Luego, en una alternancia con lo clásico se incorporan algunos de los temas del "culto" con el que la artista se muestra muy identificada y que, en absoluto, alcanza un ápice ni en letras ni en composición con los anteriores. Lo que demuestra que entonces había un cerebro y una guitarra, la de Manuel, que conseguía una química tan especial como añorada por lo seguidores de la pareja. Tanto es así, que propia artista lo reconoce y se mostraba muy feliz de ver que buena parte del público era muy joven.
Comenzó, unos minutos pasadas las nueve, con lo que ella considera su "carné de identidad" el himno "Todo es de Color" que fue interpretado en clave de bulería por soleá. Le siguió "Un cuento para mi niño", la conocida historia de la mariposa y el coleccionista por bulerías introducidas en tono de granaína. "Cantaba el Mar" fueron una personalísimas alegrías que dieron paso al "Nuevo día" con ese especial tiempo de la bulería pausada. Fórmula que repitió con "Dime" y "Romero Verde". Los tangos clásicos fueron mezclados con los particulares arabescos que en su voz alcanzan una gran verosimilitud. Lole cuanto más recordaba tanto mejor. Después, sus oraciones al todopoderoso en "Soñar con un mundo nuevo", "El Hombre y el Poeta" y por bulerías de pie convirtieron a la Montoya en una "pastora" muy sui géneris y con mucho menos valía artística. Faltó algo de compenetración con las guitarras de Fyty y Juan Carlos Berlanga. Por último, citar de forma anecdótica como ante la petición de algunos temas populares la artista pidió el Teatro Falla y en, un par de ocasiones bromeando, una mesa camilla. No era para menos