El ejemplo a seguir en calidad artística, didáctica, gestión de medios, organización, trato al público... Dicen que su director, Francisco López, tiene las ideas tan claras que se plantea difícil que el Festival de Jerez pueda bajar su gran nivel de calidad en las próximas ediciones. Es por ello que, dentro del marco de este XI Festival, se celebraron en la ciudad del caballo unas jornadas técnicas en las que se congregaron los responsables artísticos de los eventos homólogos del resto de España y el mundo. En Jerez hay que... aprender.
Con el baile como eje vertebrador de la muestra, pero sin perder el rastro al cante y a la guitarra, el lugar preponderante de la veteranía y las jóvenes figuras, junto al casi medio centenar de doradas oportunidades a los jóvenes valores. Todo, aderezado con la fuerza arrolladora de los/las cursillistas llegados de todo el mundo con sed de conocimientos sobre las nuevas y tradicionales estéticas dancísticas, que se imparten paralelamente a la muestra. Una ciudad que vuelca su infraestructura hotelera y hostelera para la ocasión. Todos ganan. El gazpacho perfecto.
El contexto idóneo para que los artistas abran de par en par el tarro de sus esencias. Responsabilidad y gusto, a partes iguales. Así, el tiempo de los relojes se paró en un área de cien kilómetros a la redonda para sentir a Javier Barón en su Meridiana, a caso el espectáculo más celebrado de esta edición. El de Alcalá -en lo que podría catalogarse como una nueva etapa, más fresca si cabe que las anteriores- dejó por soleá y alegrías el aroma de lo bien hecho. De lo auténtico; sin que los pregones o la soleá punk de Tomasito, distorsionasen -para nada- la alegre realidad que aquella noche vivimos en el Villamarta. Debimos detener nuestra memoria, a la vez de Barón paraba el baile. Idénticas sensaciones se vivieron la noche del cierre con el maestro Manolete sentando cátedra en un logrado intento de master class a modo de cierre al magno curso de esta escuela internacional del baile que se levantó, hace ya once años, en torno a marzo. El granadino volvió a dejarnos boquiabiertos con el insuperable impacto de su farruca y el sabor personalísimo de sus alegrías. Historia viva de la coreografía.
Esa fue la guinda al Festival, mas en la quincena precedente, la presencia en el Villamarta de la sevillana Rafaela Carrasco dejó a los presentes la buena nueva de un concepto distinto de tratar la danza contemporánea a medias con el flamenco. Del amor y otras cosas es un montaje al amor, que dice mucho y de múltiples maneras, pero todas delicadas. Otra forma de ser y estar, también, la de Rafaela. Antonio Márquez sorprendió con SMS1, Me gusta ser mujer, pues lo que en un principio parecía una obra de los Álvarez Quintero arreglada por Alaska, se fue convirtiendo en una entretenidísima y simpática historia en torno a la mujer, con el flamenco de fondo. La traducción coreográfica, obra de Nuria Leiva, se nos antojó tan feliz como la reposición por parte de Márquez de La Vida Breve de Falla y el Bolero de Ravel, espantada de una integrante del cuerpo de baile incluida.
Quien también cambió de idea poco antes de subir a escena (varios días antes, queremos decir) fue Rocío Molina, que presentó Almario, la necesidad de la memoria para tener una vida plena, su uso para un mejor conocimiento de nuestra alma. Los recuerdos en forma de trajes guardados en el armario; son las bases sobre
las que se va configurando este espectáculo urdido con los mimbres del taranto, la seguiriya, el garrotín y la bambera Y siguiendo con la misma temática: Eva. Es curioso cómo la memoria, el recuerdo o el miedo al olvido preocupan tanto a las bailaoras. El Huso de la Memoria, está cargado de un simbolismo tan personal como incomprensible a veces, y solo permite disfrutar de la flamante Medalla de Oro de Andalucía -hora y tres cuartos de espectáculo- en el mirabrás que hace con bata de cola, y en la magistral soleá. Un baile espectacular, que sabe a poco entre tanto misterio.
De La Farruca y sus Gitanas, como siempre, hay que poner aparte a Angelita Vargas. Capaz de dejar en quien se sienta a contemplar por primera vez el baile flamenco la sensación de no querer ver el baile de nadie más; y de exprimirnos el corazón hasta el mayor de los dolores. Contemplándola por tientos se nos iba la vida. El resto hace su papel lo mejor que puede, que es mucho si tenemos en cuenta que el cartel apuesta a caballo ganador. Una autobiografía y un homenaje a la tierra. María del Mar Moreno y Mercedes Ruiz dieron un pasito más en el camino que les queda por recorrer hacia lo que algún día -esperemos que no muy lejano- serán. A día de hoy presentan algunas carencias, sobre todo en la concepción global de un espectáculo de ángulo mayor. Tanto Juncá -que presenta mejor aspecto que en la pasada Bienal sevillana-, y María María, hicieron las delicias del público local que terminó contagiando de entusiasmo al resto de asistentes.
El Romancero Gitano del Ballet Flamenco de Andalucía, que sirvió para inaugurar el Festival, resultó ser lo que todos esperábamos: un montaje visualista y efectista de cara al público guiri. Es lo lógico ante un presupuesto tan elevado, y sólo de esta manera resultará beneficioso en lo económico. En lo artístico la puesta en escena va más allá que el vestuario, y la coreografía sigue teniendo las reminiscencias "gadianas" que se adivinan en los eventos de la maestra Cristina Hoyos. Quizás debamos olvidarnos de Lorca durante algún tiempo, para echar mano de otros poetas tan bailables como el granadino.
A fuego lento es un espectáculo de baile, sin nuevas propuestas y sin hilo argumental. La lograda iluminación constituye la única puesta en escena con la que presentan su baile hecho con paciencia y cariño. Ella dejó ver todo su buen hacer por alegrías. Él destacó con el martinete -rancio y sereno-, además de la bulería por soleá, que disfrutó sin complejos. Tan jóvenes y tan distintos Manuel Liñán, Olga Pericet y Marcos Flores. En clave saca a la luz su visión en solitario, quizás demasiado percusiva, llegando a cansar por momentos. Rebosan técnica, pero no se paran. Pero si hablamos de parar, o de hacer un alto en el camino, tenemos que llamar la atención de María Pagés e Israel Galván. Sevilla, que hemos visto en dos ocasiones, es otra obra para guiris, en la que se pasa por los tópicos hispalenses de puntillas. Flamenco de Torremolinos decía un compañero de la prensa. Por su parte, Galván descubre su inestabilidad cada vez que ejecuta Arena, lo que no quita que sea el mejor y más cualificado bailaor de este tiempo.
En cuanto al ciclo de la Sala Compañía, dedicado a los solistas, hay que hablar mucho y bien de Edu Lozano, un bailaor al que debieran de dejar de achacarle su corta estatura, para disfrutar de su pasmosa habilidad para parir e interpretar coreografías de gran categoría. El cordobés, que también rayó a gran altura en El Huso de la Memoria de Yerbabuena, dejó un grato recuerdo por seguiriyas. Es uno de los jóvenes que demanda un sitio prioritario en los principales eventos que por derecho propio le pertenece. En la misma dirección vuela sin freno Luisa Palicio que, aunque no estuvo al nivel de la actuación que le valió un Giraldillo en la pasada Bienal, dejó muestras de su buen hacer eclipsando a Antonio Arrebola, su compañero de cartel esa noche. Quizás Junquerías, el espectáculo que El Junco trajo a Jerez, no esté del todo cocinado. Es cierto que no existe un hilo argumental, y que el gaditano posee un baile rico en técnica y conocimiento, unos zapateados limpios, entra y sale de los palos constantemente mezclando sin las excentricidades o efectismos de otros. No es menos verdad que David Lagos es un seguro en el atrás y que todo esto huele de maravilla. El pero: a quien viene de hacer coreografías mano a mano con Cristina Hoyos es normal que le pidamos un poquito más.
La jerezana Soraya Clavijo es otra bailaora a la que hay que prestarle más atención. Quizás se excediera en el uso de la bulería, quedando deslucido el espectáculo por equilibrada y coherente. Pero bien bailó con gran estilo por tarantas. Rafael Estevez y Nani Paños presentaron Muñecas, una propuesta que utiliza el flamenco, la danza española, la escuela bolera y guiños neoclásicos como punto de partida por un viaje que recorre todo un universo sonoro desde la Niña de los Peines a Goran Bregovic. Habrá que seguir su evolución. Como también habrá que seguir la de María José Franco en esta nueva etapa tras la gira con El Pipa; y a Pastora Galván, una vez deje a un lado su controvertido espectáculo La Francesa.
En lo que al cante se refiere, hay que ponerse descubrirse ante Canela de San Roque y José Valencia. El campogibraltareño tuvo su día y nos ofreció una lección magistral de cante por soleá y seguiriyas; y el de Lebrija dejó en los cantes duros, además de en las cantiñas, un regusto especial. Otra sorpresa para muchos fue el recital de Carmen Grilo. Ya veníamos advirtiendo su calidad, conocimientos y buenas maneras. ¿Un pero?. La acaparadora guitarra de Bolita, que también acompañó esa noche a Marina Heredia, a la que -por cierto- se le puso muy cuesta arriba superar a la jerezana.
La garra sobre el cante con peso especifico de Rubichi no debe pasar desapercibida en esta crónica, como tampoco debemos olvidarnos de su primo Diego Agujetas y Carmen Linares. Está claro que La Macanita disfruta de un buen momento, pero no termina de romper como cantaora completa. Tres cuartos de lo mismo le sucede a Esperanza Fernández, que tampoco estuvo inspirada. Discretas las actuaciones de Mariana Cornejo, Melchora Ortega y fuera de onda la Ángeles Fernández, María Toledo o Miguel Tena es muy distinta, pues su nivel es todavía difícilmente digerible para cualquier público. ¿Manuel Agujetas? Mejor nos callamos.
Dicen que en las manos de Dani Méndez está el futuro del toque. Yo diría que el de Morón es distinto y personalísimo como Chicuelo. Ambos conocen los secretos del diapasón y han ido más allá en la elaboración de una técnica que se ajusta a la ejecución de las ideas musicales que fabrican sus mentes inquietas. Se les conoce una labor compositiva original. Suya. Es, quizás, lo que le falta a Santiago Lara, al que vimos demasiado entregado al comercio de canciones sin sentido en clave flamenca, interpretadas a la guitarra.
Según la dirección del Festival "solidez es la palabra que mejor define el certamen porque refleja muy bien su situación de seguridad", alegando que "este festival sólo es posible en Jerez". Los datos hechos públicos indican que casi 32.000 personas han participado en las 140 actividades organizadas; destacando los 36 cursos impartidos, que han alcanzado una ocupación del 98 por ciento, con una alta participación de japoneses. A estos le han seguido alemanes, norteamericanos, italianos y españoles. Además hubo representación -en menor medida- de Venezuela, México, Canadá, Noruega, Argentina, Australia, Taiwán, China, Rusia, Sudáfrica, Hungría, Estonia, Corea y Nueva Zelanda.
Y si ahora nos preguntan qué tiene Jerez, tendríamos que contestar que es la única ciudad del mundo en la que el flamenco todavía se encuentra en la calle. Es cierto que la bulería -no nos cansaremos de decirlo- con su bartuleo orquestal está acabando poco a poco con la seguiriya, la soleá, los tientos, los martinetes, las malagueñas y otros cantes de la tierra, pero aún es posible encontrar arte fuera de los escenarios. Como muestra un botón: los que esto firmamos, pusimos el punto y final a esta undécima edición en "El Colmao", escuchando a David Lagos hacer un dulce de una de las malagueñas de Chacón. Nos veíamos en la obligación de dejarlo escrito, mientras gritamos con la imaginación puesta en el futuro... ¡Viva el XII Festival de Jerez!.
Texto: Mariano Clavijo / Fotos: Paco Sánchez