Lola Pantoja: Sevilla / Teatro Lope de Vega, 26/9/2012
Fotos: Manny Rocca
Los orígenes de flamenco son difusos. No contamos con una fecha concreta, pero sabemos que la criatura fue concebida en una zona concreta: Andalucía la baja, donde gitanos y no gitanos compartían su miseria en arrabales, como el barrio sevillano de Triana. Allí el flamenco se cargó de la rebeldía de los que no tienen nada y de la pasión de los que se aferran a la vida con desesperación.
Esperanza Fernández y Javier Barón recogieron esa herencia cuando, siendo todavía unos niños, decidieron que lo suyo era el cante y baile flamenco. Y en este espectáculo van de la rebeldía a la calma, del ímpetu del principiante al temple del maestro, quien se nutrió de la técnica para dirigirse al corazón de la emoción y los miedos ocultos.
Tal vez por eso la puesta en escena juega con el símbolo del camerino, esa antesala cómplice de temores y caídas al vacío. Para ello la escenografía recurre a recrear un espacio desconcertante, gracias a una especie de tela metálica que va del techo al suelo y hace las veces de un espejo en el que se miran los artistas justo antes de actuar, y un gran panel repleto de bombillas simbolizan el paso previo a salir a escena. Jugando con estos sencillos elementos e interaccionando con una acertada iluminación, el espacio escénico delimita un ambiente tan teatral como mágico. Y es que, el flamenco se afirmó, y creció, gracias a su conversión en un fenómeno profesional, aunque todos sabemos que nació libre y salvaje.
Es justo lo que Esperanza Fernández y Javier Barón nos demostraron ayer con este espectáculo, que va de sus inicios al momento actual. De ahí que esta propuesta comenzara con una escena en la que Javier Barón baila en silencio mientras la figura, elegante y racial, de Esperanza Fernández se vislumbra tras las bombillas. Hasta que se adueña del escenario y, parapetada en su traje de gitana verde, nos regala unas cuantas letras por malagueñas a las que Javier no puede resistirse. Y del tirón estos dos maestros del flamenco actual nos llevarán de la mano a aquellas fiestas improvisadas donde el cante se fundía con la guitarra y las palmas para que el baile brillara con entidad propia, ahogando al personal en un estadio de abstracción emocional. Pero eso no es más que el preludio de lo que más tarde podremos disfrutar, esto es, un torrente de creatividad que deviene directamente de la complicidad y del talento compartido.
Antes de que estas dos figuras se sumergieran de lleno en el ritual flamenco, tuvieron a bien regalarnos un viaje a los arrabales de su memoria con varios números individuales que nos pellizcaron el alma. Como el zapateado con el que Javier Barón, con sincera valentía, hizo los honores a su admiración por el toreo, o la incursión en la copla de Esperanza, radiante con su traje y su mantón de flecos dorados, quien nos brindó su particular versión de ‘Tatuaje’, así como su viaje a las entrañas de la música clásica del s. XX con las bulerías del ‘Fuego Fatuo’ en las que ella vuelca todo su carácter y dominio escénico. Y en medio de todo eso, y como refrendo a la presencia de las ceremonias populares en sus recuerdos y en el flamenco, aparece en escena una corneta, interpretada con determinación y mesura por Joaquín Eligio, para principiar una saeta que Javier, con un alarde de maestría, se atrevió a subrayar con un firme y limpísimo taconeo que atrajo el cante de Esperanza, quien se arrimó al bailaor para motivar con el desgarro de sus tonás un baile contenido, luminoso y rotundo.
Y tras una zambra y unos tientos para los que la cantaora se enfundó en un corpiño y una falda marfil, con volantes y encajes blancos, que colma el escenario de elegancia y flamencura, Javier y Esperanza todavía ahondaron aún más en su memoria para brindarnos la cara más salvaje y al mismo más solemne de flamenco. Y la cantaora se entregó a la soleá de Alcalá, y el bailaor recurrió a lo mejor de su experiencia para dejarse llevar por este cante hasta situarse, con las alegrías con el cante siguiente por alegrías, en ese terreno en el que la inspiración se adueña de los intérpretes dando rienda suelta al talento, el conocimiento y la complicidad que, desde luego, anoche derrocharon estos dos artistas para darnos su verdad artística, que es desbordante, y demostrarnos que el dominio de la técnica es imprescindible para que la creatividad devenga en una obra de arte. Aunque debemos reconocer que en todo ello tuvieron también un papel fundamental el toque luminoso y firme de Salvador Gutiérrez y el dominio del compás y la presencia escénica de Bobote, quien nos regaló un baile por bulerías de los que ya no queda.
Ficha artística:
Obra: Arrabales.Estreno absoluto
Lugar: Sevilla / Teatro Lope de Vega, 26 de septiembre
Coreografía y Baile: Javier Barón.
Cante: Esperanza Fernández
Corneta: Joaquín Eligio Brunt ‘Kini Triana’
Creación y dirección: Paco Jarana y Segundo Falcón
Dirección artística: Javier Barón y David Montero
Dirección escénica: David Montero
Composición musical y arreglos y guitarra: Salvador Gutiérrez
Asesor Artístico: José Luis Ortiz Nuevo
Percusión: José Carrasco
Palmas: Bobote