La Bienal es una fiesta.
Una fiesta. Un negocio. Una dichosa alegría.
Una exhibición. Un juego. Un solemne acto cultural.
Una paliza. Un gozo. Una demostración de poderío.
Un caudal. Una ola. Una fuente de espejos y ambrosías.
Un impulso. Una gota de gusto. Un escaparate hermoso y surtío.
Así lo pregonó José Luis Ortiz Nuevo, el inventor de todo esto, hace cuatro años en Sevilla... pocos habrá que puedan estar en desacuerdo con el poeta. Si acaso, es cierto, podríamos añadir cosas que también son la bienal, o que están siendo, o que llevan camino de ser. Ya ha pasado la XV Bienal de flamenco. Las sensaciones que nos deja son un poco contradictorias porque, si por un lado las cifras de afluencia y de impacto económico en la ciudad son muy importantes, la crítica ha puesto de manifiesto que la calidad de los espectáculos ha sido pobre. La crítica especializada sevillana es muy solvente. Entendida y cabal. Y sin embargo me da la sensación de que los organizadores de la bienal no tendrán en cuenta su llamada de atención y seguirán el camino que han emprendido. Un camino que garantiza entradas vendidas para espectáculos donde el flamenco es, muchas veces, sólo un reclamo lejanísimo. Pero las críticas no deben cebarse sólo con la programación. Es cierto que quizás han faltado artistas importantes. Es cierto también que ha habido una palpable falta de "cante" y quizá por eso la bienal del 2010 se haya anunciado como "Flamenco de viva voz". Pero hay que tener en cuenta los mimbres con los que se ha programado en la bienal y, sobre todo, la absurda idea que se ha extendido de que para estar en la bienal de flamenco hay que presentar un proyecto cargado de conceptos, aportaciones vanguardistas, barroquismo escénico. Muchos artistas están confundidos. Se les ha confundido poniendo de manifiesto que lo superfluo es lo esencial. Y no es así... Por eso hay propuestas que se autodenominan arriesgadas y que dan vergüenza ajena. Hay gente presentando proyectos con los que no se sienten a gusto. Gente haciendo cosas que a ellos mismos no les gustan pero que saben que un proyecto en el que se proponga un recital de cante flamenco no será aceptado.
Pero es que no existe el riesgo por ningún lado, la propia bienal no se arriesga como antes. No se arriesga como se ha arriesgado en Málaga (conste que no hablo del plano económico sino de la valentía artística). Poder sacar lugares y rincones flamencos en Sevilla donde no los había, proponer espectáculos a los artistas y no dar siempre a los artistas la responsabilidad de tener que meterse en un jardín donde pueden perderse. Hemos avanzado mucho en el flamenco. Llenamos, por fin, los grandes auditorios de la ciudad. Entramos con pleno derecho en el Lope o en el Maestranza pero siempre con el complejo de tener que "revestir" el hecho flamenco con ropajes que a veces le van a medida y otras lo disfrazan. Va por delante lo que he visto en este mes de espectáculos flamencos seguido de un "lo que me hubiera gustado ver", y que de alguna manera he seguido de cerca gracias a la solvencia de los críticos que han cubierto diariamente este festival. Vi Ti-me-ta-ble, de Marcos Vargas y Brûle, y me gustó sobre todo su desparpajo escénico. Descubrí en él a Antonio Campos como un director de escena que puede ayudar a avanzar en ese terreno a ésta y otras compañías. También estuvo muy bien el diálogo coherente entre el baile flamenco y el contemporáneo. Todo con un discurso sólido, con gusto y honradez. Fue la obra en la que Juan José Amador se destapó como excelente actor y nexo de unión entre todos los elementos que la componían. Que es un cantaor tremendo ya lo sabíamos. Ultra Light Flamenco fue una actuación solapada en hora y fecha por otros espectáculos pero también muy sincera en su planteamiento. Buenos músicos haciendo buena música. Un grupo de amigos que se reúnen para tocar juntos. Lo que sale es una música compacta, flamenca y fresca. Destacó ese día el violinista Alexis Lefèvre, que también tuvo momentos brillantes en el concierto de Pedro Ricardo Miño. Me pregunto si alguien se acordará de él en los premios que otorga la bienal a toro pasado...
Me desconcertó la obra de Isabel Bayón dedicada a la Tórtola Valencia. Tenía mucho interés en verla. Me interesaba muchísimo el personaje y me gusta el baile siempre elegante de la Bayón. Pero al final, ni el personaje ni el baile supieron hacerse ver en una puesta en escena demasiado dependiente de los audiovisuales, que no aportaban mucho. Momento especialmente emotivo el baile por soleá de Matilde Coral a la voz de Miguel Poveda. Israel Galván contrajo su Final de este estado de cosas en un montaje que para mí ha sido sin duda lo mejor de la bienal. En cante resultará inolvidable la toná del Cristo de Terremoto, pero el baile de Israel en esta obra es para revivirlo una y otra vez en las conciencias. El público, que no siempre lo comprendió, ya le perdona todo lo que haga sobre el escenario (y sin embargo me da que todavía no lo comprende). Pedro Ricardo Miño trajo un grupo acompañante formado por batería, cajón, violín y contrabajo; para hacer un concierto netamente flamenco. No renuncia a sus raíces y sin embargo sigue creciendo como artista y como creador de músicas que no pierden el aroma de lo que es y de lo que siente con el piano. Si sólo hubiese podido elegir una obra para ver en esta bienal hubiese elegido Oro Viejo de Rocío Molina. Una propuesta de esta bailaora siempre es interesante. Es tan joven y ha dicho tanto en tan poco tiempo que uno siempre quiere seguir "escuchándola", viéndola, y asistir a ese camino coherente y creativo que ha escogido. Hay muchas cosas que destacar dentro de su obra y sin embargo no puedo evitar afirmar que en conjunto me desilusionó bastante en su desarrollo. La guajira sola con la prodigiosa guitarra de Rafael Rodríguez, la toná bailada a dos por los bailaores acompañantes o la caña que bailó "contra" Laura Rozalén son piezas únicas dentro de una obra que quizás adolece de la madurez de otras propuestas de la bailaora malagueña.
Por otro lado me hubiera gustado ver la obra de Andrés Marín. No he podido ser capaz de hacerme una idea precisa de lo que hizo leyendo ninguna crítica o reseña del día siguiente. Eso apenas me ha ocurrido con ninguna obra de la bienal, me da que pensar que tuvo que ser interesante. También me hubiera gustado ver a Diego Amador. Tengo cierta predilección por este pianista desde hace tiempo y creo que nos va a dar aún muchas buenas horas de música flamenca. Me perdí la nueva obra de la Choni: Tejidos al tiempo. La bailaora está planteando cosas muy interesantes en el flamenco escénico y por lo que cuentan fue una obra que seguía en la senda que tiene marcada. La propuesta de Segundo Falcón y Paco Jarana me atraía mucho por su homenaje a los cantaores semiolvidados. Ha sido una apuesta por la guitarra y el cante en toda su desnudez. Una declaración de intenciones valiente y verdaderamente arriesgada. Pero sobre todo me hubiese gustado que en la programación se dejase ver más cante. Al fin y al cabo estaremos de acuerdo en que se trata de la esencia de este arte y en esta bienal ha brillado por su ausencia. Pero llegarán otras bienales, y vendrán más propuestas, proyectos, y vendrá el cante. Es el sino de esta bienal de flamenco que sobrevive en la ciudad que, como decía José Luis Ortiz Nuevo en su pregón de los veinticinco años de la Bienal, vive "enamorada de sí misma".
Texto: Juan Diego Martín - Fotos: Luís Castilla