El onubense Juan Carlos Romero suma y sigue. Con una trayectoria intachable, no es raro que nos vuelva a sorprender con su música. Hace escasos meses que presentó su último trabajo “Agua encendida”. Quizás su trabajo más íntimo, y no sólo en lo sentimental. Desde el comienzo de la noche en el teatro Alhambra la timidez propia del protagonista trascendió su figura para tejerse entre las seis cuerdas. Su capacidad de creación aparece desde el minuto uno. Con la soleá “Como un aceite lento” comenzó a acariciar las notas, simples y compuestas, elevando la cadencia conforme pasaba el tiempo. El concepto de Romero es diferente y por eso gusta. Sus melodías suenan a él, y aunque la herencia del maestro Sanlúcar está presente, hay un giro en su argumento. Un posicionamiento tangencial que lo hace especial. Tanto es así, que en la seguiriya “La hora sin remedio” la desarrolló en tono mayor, utilizando el abanico cromático que dan las transportaciones de notas. Con la sexta cuerda en Re y el acompañamiento de Paco Cruzado en la segunda guitarra y la voz de Carmen Molina, se recreó con bulerías dedicadas a su mujer e hijo, inspiración y leit motiv de este trabajo. Si hay algo que valoro en este guitarrista es que, a pesar de no ser un transgresor en los toques rítmicos, (en ocasiones peca de lineal) sus notas llegan y transmiten una dulzura que llega a los sentidos.
El frío inicial del público desapareció cuando hizo acto de presencia el cantaor José Valencia. No me cansaré de decir que este chico está hecho de una pasta especial. Con ganas de disfrutar de su eco me quedé, pues apenas lo escuchamos por soleá y unos hilvanes por cantiñas. Al igual que pasó con Valencia, pasó con Alexis Lefrève; poco espacio para su violín. Y Tino di Geraldo que tuvo el mismo argumento que Lefrève. Pasó desapercibido en virtud y beneficio de la guitarra protagonista. “Portaillo del zapatero” con José Valencia en segundo plano y homenaje al maestro Morente continuaron con la velada antes de escuchar a Carmen Molina por fandangos de Huelva homenajeando a Toronjo, no en su cante pero si en versos. Cantiñas y bulerías finales que supieron a gloria, antes de esperar el bis para regalarnos una nana, entendida de modo muy personal por el onubense, amelazada por la melismática voz de Carmen y un recuerdo final, de nuevo al maestro Sanlúcar, rescatando la composición por tanguillos de su primer disco “casa bigotes”.