Del 15 al 20 de febrero se ha desarrollado en el madrileño Teatro Circo Price una nueva edición del festival más veterano de la Villa. Cabe destacar dos grandes novedades respecto a encuentros anteriores, en primer lugar la elección del citado espacio para desarrollar el mismo, que recuerdan tiempos pasados de aquella época dorada del cante flamenco en el primer tercio del siglo pasado. Igualmente se ha instaurado un nuevo premio que se suma al Galardón Calle Alcalá que se otorga todos los años y que se ha concedido al guitarrista Enrique de Melchor. Este nuevo galardón honorífico ha recaído en la figura del escritor jerezano José Manuel Caballero Bonald. Nos han llegado los ecos de la calidad mostrada por todos los integrantes del cartel, pero nosotros solo estuvimos presentes en las dos últimas jornadas.
La correspondiente a la noche del viernes 19 de febrero presentaba a Arcángel al cante, secundado por la guitarra de Miguel Ángel Cortés, la percusión de Chico Fargas y los coros y palmas de Los Mellis. Hay que destacar que vimos a un Arcángel renovado, tanto en lo que se refiere a repertorio, así como de inspiración. Frente a su último espectáculo basado en la figura de Manolo Caracol, esa noche el onubense prestó más atención a la forma de cantar de Enrique Morente en especial en los tangos albaycineros. Dedicó su actuación a la memoria de Fernando Terremoto y conformó su repertorio la caña, como emotivo homenaje a Rafael Romero El Gallina, del que este año celebramos su centenario, seguiriyas fragueras, bulerías con aires arromanzados en la boca del escenario sin amplificación sonora alguna, y la tonás con las que principió su actuación. Destacable fue el hacer flamenco de su escudero Miguel Ángel Cortés, que puso de manifiesto su versatilidad guitarrística a caballo entre la tradición y la modernidad, dejando su impronta en un magnífico trémolo en las seguiriyas y unas exquisitas alegrías en solitario.
Esa noche se completaba con el piano de Dorantes. El lebrijano también nos presentó una formación que no conocíamos hasta el momento con Yelsi Heredia al contrabajo, la percusión de Tete Peña, la jonda voz de Rafael de Utrera y la colaboración de Joaquín Grilo al baile en los temas más rítmicos, en especial en la bulería por soleá. La incorporación del gran bajista Yelsi Heredia, experimentado ya en estos encuentros del flamenco con el latin jazz, posibilitó ofrecernos una imagen de Dorantes con dominios del tumbao, que no ensombrecieron los pasajes más melódicos. No obstante incluyó dentro de su repertorio los temas que le han encumbrado y que se reflejan en sus dos grabaciones discográficas, pero una vez más fue de gran emotividad la ejecución de “Orobroy”.
La noche siguiente, la del sábado 20 de febrero,y que clausuraba el festival, nos traía a Enrique Morente. Renovador donde los haya de las formas del arte jondo. El granaíno vino arropado por las guitarras de David Cerreduela y su hijo Israel, el baile de Nino e Isaac de los Reyes y Popo Gabarre, las palmas y coros de Ángel Gabarre, Antonio Carbonell y Kiki Morente, sin olvidar a Bandolero a la percusión. Morente vino a ofrecernos retazos de sus tres últimos discos, pero con mayor incidencia sobre la obra de Picasso. Supo combinar su visión actual y vanguardista que tiene sobre el flamenco, bases electrónicas incluidas, con su lado más tradicional que se ha recogido en su “Morente Flamenco”, mejor disco flamenco del año en los recientes Premios de la Música. De los cantes incluidos en dicho trabajo que allí interpretó, destacamos la serrana que recuerda el magisterio que ejerció el cantaor Pepe de la Matrona sobre Morente. El único pero que le podemos poner a la noche es que el baile no estuvo a la altura de las circunstancias, pues los tres bailaores en ningún momento mostraron una sincronización absoluta, y creo que la misma no fue adrede. No obstante supo poner en pie al público que con su gran ovación le obligó a a salir nuevamente al escenario para interpretar “Adiós Málaga la bella” y una serie de tangos de la escuela morentiana, aunque alguien del público todavía le increpara que no había cantado por fandangos en toda la noche. Se ve que a ese aficionado no le bastó el repertorio de soleares tanto tradicionales como cubistas que hizo a lo largo de la velada, destacando la que dedicó al añorado Miguel Candela.