Revista La Flamenca. Lara Arrobas. Madrid /Teatro Auditorio Ciudad de Alcobendas/ 30/5/2014
Lo que anoche vivimos no fue un espectáculo al uso. Comenzó como tal, pero nuestros artistas acabaron por convertir el Teatro Auditorio Ciudad de Alcobendas en una auténtica juerga flamenca.
Las finas cuerdas de la guitarra advierten la entrada de Carmen Linares, que fue recibida con una tremenda ovación. Apareció radiante, vestida como a ella tanto le gusta, de rojo. Es bien sabido, incluso por la propia cantaora, que la afición y admiración en Alcobendas por el flamenco está bastante consagrada. Carmen, quiso hacer referencia a ello y resaltó el gesto de cariño que han tenido al bautizar el auditorio con el nombre de Paco de Lucía. Se mostró muy orgullosa de ser de las primeras en estrenarlo.
La voz de la enjudia inició su quebrado lamento con ‘La Luz Que A Mí Me Alumbraba’, un desgarrador comienzo, lento pero con fuerza, preludio de un recorrido por los estilos festeros tradicionales, con las poesías de toda nuestra generación de escritores del 27, una de las páginas más importantes de la literatura española, que ha dejado una notoria huella en el flamenco. Así es Remembranzas, “el testimonio de más de cuarenta años de carrera profesional, de pasión y aprendizaje del cante flamenco”, como ella explica.
El cante al amor -o más bien al desamor-, a la soledad, a la tristeza… comienza a manifestarse por tarantas y cartageneras. El sonido de la guitarra de Eduardo Pacheco, en un momento a solas en el escenario, nos hizo desconectar de lo real. Fue un momento de esos en los que pierdes la concepción espacio-tiempo y te preguntas cómo puede haber algo que suene tan bello. Es turno de guitarras, toma el relevo Salvador Gutiérrez para acompañar a Carmen por soleá. Esa voz, suave cuando habla y primigenia cuando canta, se estremeció de dolor.
Durante un largo tiempo, recayó sobre la bajañí de Salvador una gran responsabilidad escénica y musical, resuelta, sin duda, con una gran clarividencia. Sobre las tablas, de nuevo, el cuadro al completo. Los soniquetes y ritmos flamencos abandonaron el sabor amargo para darle otro tono al recital. Adolfo Lobato puso de manifiesto su técnica y precisión en zapateados y desplantes, quizá faltó esa bravura gitana que acompaña a unas alegrías de Cádiz. Comprendimos después que se lo había reservado para más adelante, cuando se desató con hechura al pegar un tiro al aire. Jugó con toques de cadera a los que el público respondía con sonrisas, encontrando ese punto de simpatía originalidad, propio del flamenco.
Tomaron la alternativa las voces de Ana María González y Rosario Montes, que hasta el momento, habían acompañado con un compás de palmas muy bien marcado. Poco a poco, el atrás tomó relevancia. Tanto es así, que tras el cante de estas dos nuevas voces y el elegante baile de Adolfo Lobato, el público no tuvo más remedio que levantarse de sus asientos para aplaudir a mitad del espectáculo.
Cantaron, tocaron y bailaron a la literatura, a Lorca, a Juan Ramón Jiménez… A Huelva, Granada, Cádiz, a los suspiros que reman en el Guadalquivir... Los tangos de María la baeza que entonaron las tres voces femeninas en un gran contraste entre graves y agudos que quedó realmente bonito.
El protagonismo estuvo democráticamente repartido. Carmen cedía minutos de gloria continuamente a sus acompañantes, que poco a poco se iban soltando, y destapando su gracia y su chispa flamenca. Todo indicaba que el concierto llegaba a su fin con la bulería ‘Baladilla de los tres ríos’ -García Lorca-. Pudimos ver a una Carmen emocionada, orgullosa de estar allí. Sin duda, todos dieron los mejor de sí mismos. Nuestra Linares levantó la mano al cielo, con grandeza y experiencia, como una musa del flamenco. Muchas palabras de elogio también para el acompañamiento, hasta tal punto que la misma Carmen remarcó con gracia ‘pero qué voy a traer yo aquí que no sea bueno’.
Las puertas del Auditorio se abrieron y nos dispusimos a abandonar nuestras butacas, de un auditorio prácticamente lleno. Pero aún no había terminado. Los artistas ya estaban como en casa, y quisieron regalarnos un fin de fiestas de 20 minutos en los que reinó la espontaneidad y la improvisación. Para los que amamos el flamenco, esto es un gran punto de valor. Carmen invitó a sus compañeras a cantar a capela, mostrando su chorro de voz al natural, como es el arte jondo. También se animaron al baile con Adolfo Lobato, bromeando y riendo entre ellos. Rosario, dominada por la campechanía, se quita los zapatos y termina su baile descalza. Remataron la faena rodeando a Linares, que sin dudarlo también se marcó unos pasitos antes de cerrar la función. Esto es el sello de originalidad del flamenco. ¡Enhorabuena!.
Ficha artística:
Espectáculo:Remembranzas
Cante: Carmen Linares
Guitarras: Eduardo Pacheco y Salvador Gutiérrez
Baile: Adolfo Lobato
Palmas y coro: Ana María González y Rosario Montes