
Como un suspiro hondo, preñado de elegancia, sonó el piano de la japonesa Mie Matsumura desde los primeros compases del espectáculo "Serenata Andaluza", producido y dirigido por Javier Puga y representado el 2 de abril en el Teatro Cánovas de Málaga, dentro del ciclo " Flamenco Viene del Sur". El piano sostiene gran parte del peso de este montaje, con gran acierto, al ensamblar los compositores clásicos Falla, Albéniz y Granados, con el repertorio tradicional flamenco; una propuesta que según algunos de los presentes mejoró y superó en no pocos aspectos su ya celebrado estreno del 2007 en el Teatro Lope de Vega de Sevilla. La interpretación de Mie Matsumura, limpia y precisa, a veces apasionada y enérgica, más allá llena de dulzura y romanticismo, siempre metronómica y con un profundo sentido del compás, se nos antoja como una forma de concebir y sonar estas obras como quizás nunca antes se habían escuchado, lo que permite ese perfecto acoplamiento con los otros artistas que intervienen en el concierto-espectáculo. Todos los demás componentes rallaron a gran nivel, cada uno en un papel diferenciado, en un perfil específico, como si se tratara de una prestigiosa orquesta de cámara.
El espectáculo comenzó con un juego logrado de sombras chinescas de los dos bailaores, aportando con ello un elemento teatral acertado e inspirador para el espectador, al que se le abren nuevas dimensiones, entre la realidad escénica y lo onírico, sosteniendo sobre el fondo de las cosas, del escenario, la importancia de esta comunicación no verbal, de la técnica, del brazo bien colocao, al servicio de la insinuación, la expresividad y la figuración. Al margen de este detalle, muy especial supo el baile de Alejandro Granados en su particular manera de marcar cada compás y de jugar con el mismo, de mostrarse varonil y pinturero; y más melifluo y depurado en su clasicismo y en su bagaje de bailarina Leonor Leal. Ambos, complementarios y en nada parecidos, ofreciendo dos versiones de baile muy disfrutables. Ying-yang propio del imaginario de Gustavo Doré. Con carita de princesa ella y todos los puñales escondidos en una mirada dulce frente al rostro ajado y tormentoso de él, todas las pasiones desbocándose por su pecho y por taconeo de tanque alemán.
En la guitarra, tanto el malagueño Juan Requena como Eugenio Iglesias sonaron a gloria y demostraron cómo se puede hacer un puente de plata entre nuestros más célebres compositores clásicos y el cante jondo, sin estridencias, combinándose como una auténtica serenata. Mención especial merece también José Valencia, que viene cantándolo todo con un conocimiento exquisito -de Lebrija le viene la casta y la herencia- y con un instrumento vocal de auténtico tenor de ópera, con ecos que recuerdan al mejor Terremoto. Particularmente quedó para la celebración de los más entendidos su magisterio por cantiñas, que resonaron con un brío maravilloso, evocando paisajes de salinas y esteros y olores de lonjas cuando llega el día. A cualquiera se le puede ocurrir al verlo aquella anécdota de la gitana que, escuchando al gran Silverio Franconetti y no encontrándole ningún fallo, espetó el famoso: "Pero tiene los pies mu grandes".
Texto: Francis Mármol - Foto: David Estrada