A lo largo de la Historia ha habido muchos flamencos gaditanos establecidos en Sevilla. Hoy esa tradición continúa.
Revista La Flamenca. Rafael Zaragoza Pelayo. /Miembro del Grupo Historia Actual de la Universidad de Cádiz/. 4/2/2021 Fotos archivo: La Bienal de Sevilla 2018
Se cuenta que ya El Planeta vivió algún tiempo en Triana donde coincidió con Juan de Dios de San Fernando y El Fillo de Puerto Real. Silverio era de Morón, y aunque vivió en Sevilla pasaba mucho tiempo en Cádiz. Por su amistad con Enrique el Gordo se llevaba a todos los flamencos gaditanos a su café-cantante, especialmente a los Ortega. Manolo Caracol nace en Sevilla porque a su padre, el gaditano Caracol el del Bulto, se lo llevó su primo Joselito de mozo de espadas; pero Manolo Caracol llevó los cantes de su familia, los Ortega de Cádiz, por todo el mundo. Los de mi generación hemos visto a Chano Lobato paseando por Sierpes y hemos tomado una copa en El Colmaito de Cai, la taberna del Beni en el Arenal. Su hermano Amós también vivió en Sevilla. Algunos años más tarde, llegaron a la capital hispalense la nueva generación: David Palomar, Anabel Rivera, Riki Rivera, Encarna Anillo, José Anillo, Lolo el Pajaro… y se marcharon. Pero en estos días sigue habiendo un puñado de flamencos gaditanos que, tras recorrer el mundo, también viven en la ciudad de la Giralda.
El que más años lleva de todos, más de 30 años, es El Junco, del barrio Santa María. “El flamenco de Cai es un Junco”, titulaba con tino una crónica el maestro Alberto García Reyes. Se refería, claro, a que tras la marcha de los grandes, Pericón, Chano, Aurelio o Perla, el flamenco de la Tacita permanece en la figura emblemática de Juan José Jaén, bailaor que concita en su arte la gracia de su Cádiz y la elegancia de la escuela sevillana. Pero no sólo con El Junco hay flamenco gaditano para rato, también con esa nueva legión de artistas que también viven en Sevilla, en el propio Cádiz, o repartidos por el mundo. Juan José está integrado en la vida sevillana hasta el punto de ser del Betis (sin dejar de ser cadista, desde luego). El Junco es feliz en Sevilla, una ciudad que le ha dado todo, aunque de vez en cuando tira para Cádiz: a sus hijos les encanta estar con los abuelos.
Roberto Jaén (Rober), el hermano del Junco, es percusionista, y también vive en Sevilla con su familia. Su última actuación en la Bienal -llena de esa naturalidad que tanto escasea hoy-, fue muy comentada en la prensa local, pues le hizo un “rap” por tanguillos a María Moreno que levantó al público con su deliciosa gracia gaditana. Como se dijo en ABC, la percusión de Roberto Jaén es algo más que una percusión, porque él es un artista completo, que lo mismo canta, baila, hace humor, o toca las palmas. Como los artistas antiguos.
Otra de las figura veteranas (aunque no por edad, claro) con más de 20 años viviendo en Triana es Rosario Toledo, bailaora de sólida formación y carisma. Está muy agradecida a Sevilla, “una gran ciudad que la ha acogido con cariño”. Reconoce que conforme cumple años “necesita volver más a sus raíces, a Cádiz, sobre todo por disfrutar de sus padres, que se van haciendo mayores”. Rosario dirigió el espectáculo Flamencos de la Tacita de la Bienal de 2018, un gran éxito de los artistas gaditanos de hoy, que terminaron bajando del escenario y abrazando a la gente de Triana. Rosario dice que “ella ya se puede morir tranquila después de que Juan Villar le cantara en aquella ocasión”. El dichoso virus la ha parado, como a todos, aunque a ella por fin le permitió un verano de sol y playa. Tiene un curriculum envidiable.
María Moreno, gaditana de Guillén Moreno, posee “ese baile recogido que sabe a Cádiz por los cuatro costados”, como le piropeó Marta Carrasco. El baile para ella es algo natural, una forma de vida desde pequeña. Vive en Sevilla desde los 18 años, en el corazón del Barrio de Santa Cruz. Desde el emblemático bar Las Teresas soy testigo de que todo el mundo la conoce y quiere. María recibió su segundo Giraldillo en la última Bienal de Flamenco, dedicado al “Momento Mágico” del Festival. Por si no bastara con la excelencia de su arte, María es empresaria. “No tengo nada mío, pero tengo la satisfacción de tener mi propia Compañía”. Ahí es nada: como están las cosas, sólo por reinvertirlo todo para dar trabajo, merecería un monumento. Y tan joven.
Ana Salazar acude a Los Lebreros en cita mañanera. Lleva ya tres años en Sevilla. Antes vivió en Madrid desde jovencita, donde ha trabajado para grandes compañías y con grandes músicos en todo tipo de experiencias artísticas. Tras la crisis, ha tenido que reinventarse en solitario concentrándose en el baile, porque ella es bailaora de formación y vocación. Como los demás, habla maravillas de Blanca, del Tablao Los Gallos. Aunque es de las pocas artistas que bailan y cantan, dice que en sus discos, por respeto al flamenco, no canta, aunque me consta que es una cantaora festera de primera. ¿Eres feliz en Sevilla?, le pregunto: “yo nada más salgo y veo las naranjitas de los árboles que se caen, ya soy Alicia en el país de las Maravillas”, responde con ángel. “En Sevilla estoy como en mi casa, y además, está tan cerquita de Cádiz…” me dice esa bailaora de gusto que es Begoña Arce, con quien me tomé un café en el majestuoso hotel Alfonso XIII. Como los demás, ha girado por todo el mundo, en este caso con artistas de la talla de El Pipa o Cristina Hoyos. Tras finalizar sus estudios en Granada decide establecerse en la capital hispalense, donde empieza en el Tablao El Patio Sevillano, una auténtica escuela de aprendizaje de todo tipo de estilos y palos. Más tarde, se llevará años en Los Gallos, como sus compañeros. Begoña y su pareja, Hugo Sánchez, (¡sí, Hugo Sánchez!) encontraron hace 5 años en Mairena un chalecito con jardín y estudio propio, del que se enamoraron. Tras el parón del virus, se les ocurrió montar una escuela de flamenco en su estudio. Y en ello están con máxima ilusión.
En el barrio de la Viña nace la cantaora Samara Montañez, cuyo abuelo era un bailaor del barrio gitano de “Los Pajaritos” de Badajoz. Su nombre Samara se lo puso su padre (un palmero de categoría) en recuerdo de la famosa mora de la bulería de Camarón: “con su cara tan morena, una Virgen parecía…”. Samara Montañez empezó a ir y venir de Cádiz a Sevilla en 2015, pero desde hace 3 años se instaló en la capital sevillana. Ella se considera autodidacta, los tablaos han sido la universidad de su cante y de su arte cabal: en Madrid el Corral de la Morería y en Sevilla El Arenal o El Museo de Cristina Hoyos. Samara se acuerda de muchos flamencos con los que ha trabajado en su vida: El Niño de la Leo, que la descubrió, Cascarilla, Paco de Lucía, Juan Villar, Chano Lobato, Mariana y Edu Guerrero, con quien ha girado por el mundo.
Ese guitarrista por derecho que es Oscar Lago me dice: “Si no fuera por Sevilla no habría podido ser guitarrista”. No obstante él va siempre que puede a Cádiz; allí le gusta darse una vueltecita por los puestos del pescado en el Mercado, o sumergirse en el mar, una de sus pasiones. Habla mucho y bien de su amigo y maestro Andrés Martínez: “un pedazo de compositor y un músico de gran personalidad”. Cree que acertó al tomar la decisión de vivir sólo de las giras, y no de los tablaos, con el objetivo de poder tener más tiempo para aprender y crecer…Cuando estudiaba la FP de carpintería, se hizo dos cortes consecutivos en el pulgar por accidente, y tal fue su agobio pensando en la guitarra, que le dijo al profesor: “ya no vengo más”, y así fue. Acertó. Hace 20 años, vivió un año en Japón, y dos en Barcelona con la hermana de Miguel Poveda, su novia en ese momento, y el propio Miguel, por entonces aún desconocido. Después, decidió instalarse en Sevilla. No se equivocó. Ni él ni ninguno de sus compañeros.