Revista La Flamenca 5/9/2006 Foto: Fidel Menese
Cuando se colocó el reloj de la fachada de su Casa Consistorial -en junio de 1888-, Écija se puso de acuerdo en algo: en la hora. Este histórico momento fue degenerando hasta hacer de la impuntualidad algo inherente al ecijano. Y el que firma, siente la mayor de las vergüenzas cuando, de todos los festivales visitados, ha sido precisamente el de mi pueblo el más impuntual de todos. Pasados treinta minutos largos de la hora prevista, Manuel Curao recordó a la joven promesa ecijana David Serrano -tristemente fallecido este verano- a Fernanda y a Turronero, en una noche en la que el homenajeado Fosforito no estuvo presente porque prefirió quedarse de comilona en Alcalá. No obstante, había pactado su ausencia con la misma conferencia de siempre -la de los folios amarillos- ofrecida varias semanas antes, a cambio de otro baño de oro para su merecida Llave.
Con un sonido superior, advertimos que a esta trigésima edición le faltaba más imaginación en su programa. Porque el grupo Sabor Jerez aburrió durante cuarenta interminables minutos de pseudo-soniquete, con un tal Juanillorro que quiso hacerse el gracioso en la tierra donde hay más graciosos por metro cuadrado. Por su parte, La Tremendita no convenció ni a sus valedores, incrementando el tedio de los más de mil asistentes. Su voz no se ajusta a la estética de las tonás, que fue desvirtuando como la granaína y media granaína, estirada hasta hacernos olvidar la letra. Si sus maestros aburren, ¿qué se puede esperar de la alumna?. Por eso, cuando a media noche se anunció a Agujetas, tuvimos la sensación de que el festival daba comienzo entonces. Pero el de Rota -insumiso al acompañamiento guitarrístico- desentonó por soleá, invitó a la sonrisa en los desafinados fandangos y llegó a repetir varias veces seguidas el mismo estilo por seguiriyas. Es decir: vino, subió y se lo llevó.
Por fortuna El Pipa no falla y, tras el descanso, se echó a sus espaldas una noche a la deriva. Con un espectáculo cargado de poses y detalles de cara a la galería, terminó enloqueciendo sobre todo a las féminas, abriendo un nuevo horizonte para la interesante propuesta de Pansequito. El de El Puerto, arrancó por alegrías, recreando en cada tercio e inventando maravillas. Continuó por soleá, donde meneó el cante hasta la genialidad, para dejar en el taranto momentos de inexplicable belleza, que terminó coronando magistralmente por bulerías. El público astigitano que, cuando quiere las pilla al vuelo, entendió lo meritorio de su cante y le ovacionó cerradamente.
Apostar por un cantaor local debiera ser tan obligatorio como el exigirle una serie de condiciones que garanticen un mínimo de seriedad. De esa manera, se hubiese evitado el sopor de las tonás por bulerías rematadas con cabal. O la letra de la soleá apolá, cuya melodía sí interpretó magistralmente Pepe León que, a su edad, sigue siendo un diamante en bruto al que habría que intentar pulir de manera correcta. El cierre a esta noche en la Ciudad del Sol lo puso Aurora Vargas, la única que consigue despertar del letargo final a los públicos festivaleros aunque, como de costumbre, no varió ni los cantes, ni las letras de su repertorio.