La figura de Antonio Mairena cobra actualidad por la coincidencia del Festival de Cante Jondo que lleva su nombre con los aniversarios de su muerte y de su nacimiento.
Web Revista La Flamenca. Por Luis M. Pérez. Sevilla 5/9/2015
Los teclados de los ordenadores, que no las rotativas, ya en declarada vía de extinción, están que arden. Todos los blogueros, revistas especializadas y estudiosos del arte jondo dedican estos primeros días de septiembre, entre festivales, concursos y ciclos flamencos, a escribir su cuartilla anual sobre Antonio Mairena.
Don Antonio Cruz García nació el 7 de septiembre de 1909 en Mairena del Alcor y murió en Sevilla el 5 del mismo mes de 1983, cuando le quedaban dos días para cumplir los setenta y cuatro años. Eligió para nacer y morir el mes de la vendimia, el mes del Festival de Cante Jondo Antonio Mairena, que ya entonces llevaba su nombre, y al que no tuvo más remedio que faltar por causa de fuerza mayor: su propia agonía lo reclamaba. Perdónenme que no me levante, que diría Groucho Marx desde su epitafio.
No tenía don Antonio el humor fino y sarcástico del otro genio, el del absurdo, aunque dicen los que lo trataron que era persona accesible y sencilla, más sabedor de su insolente superioridad sobre casi todos los que compartían su mismo oficio. Tampoco se reía como el neoyorkino de algo tan serio como la muerte, aunque prefirió afrontarla cara a cara cuando su médico cardiólogo, que le hacía cantar por seguiriyas cada vez que acudía a Madrid a su consulta, le dijo que la diñaría si no se operaba a corazón abierto. Antonio Mairena no quería morir en Madrid, sino en su Sevilla de su alma, cerca de su pueblo.
Dos días separan la memoria de su nacimiento de la de su muerte, fechas fáciles de recordar por los siglos de los siglos. No corren buenos tiempos para la memoria, que ha abandonado las fechas por los gigas, y las efemérides, en singular y en plural, por los megas sin recuerdo. Terabytes, que almacenan sacos y hasta vagones de frases hechas y notas sin sentido en sistema binario. Ni siquiera una placa en la puerta de su casa sevillana.
Tampoco corren buenos tiempos para el mairenismo, del que muchos renegamos hace tiempo, por lo que conlleva de dogmático y de racista. Sin embargo, a fuerza de contemplar tantos ataques y embestidas gratuitas contra don Antonio, a uno le entran ganas de elegir una toná de Triana, un ramillete de soleares, Dios mío, cuál escoger entre tantas y tantas obras de arte... y levantar con ellas un altar en señal de desagravio. No será necesario. La obra de Antonio Mairena habla por sí sola desde hace ya muchas décadas y lo seguirá haciendo por siempre. Lo único, que uno se debe de esforzar por recordar son esas dos fechas, no nos será muy difícil.