Nueva edición de Flamenco Viene del Sur, la serie de conciertos auspiciada por la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, que cumple ahora la docena de ediciones con escenarios repartidos casi ya por fin en toda la geografía andaluza Comenzaba Flamenco viene del Sur en el escenario del Teatro Central de la Cartuja sevillana el pasado 24 de febrero con la Compañía de Manuela Carrasco y un nuevo espectáculo: Suspiro flamenco. Lo momentáneo de un suspiro parece también asociarse con el sorbito ése de lo sublime que anunciaba en otro espectáculo anterior de su Compañía. El caso es que cambian los nombres pero raramente cambia la propuesta en Manuela Carrasco, sostenida en esos cortos momentos efímeros de arte que sabe darnos y que suelen ser siempre los mismos, para después dejar el peso del espectáculo a otros exponentes de su Compañía. Normalmente el exponente mayor siempre fue Rafael de Carmen, cuya solvencia y espectacularidad en el escenario suele ser una garantía, aunque aquella noche en el Central no lo viéramos tan inspirado como en otros momentos, también con algún que otro desajuste en el acompañamiento atrás. Quizá sus recursos se estén agotando y ya no sorprenda como antaño. De todas formas, no fue tan decisiva su aportación aquella noche porque otro cartucho quedaba por gastarse: Rafael Campallo apareció después en escena y su baile por alegrías fue seguramente lo mejor de la noche, pleno de matices, movimientos arriesgados y con tanto gusto que supo captar definitivamente al público, un poco impasible durante todo el desarrollo anterior. Y es que a más de uno supongo que la escenografía descolocó un poco: ese atril inmenso presidiendo el escenario sobre el que se iban colocando cuadros que en estilo básicamente abstracto parecían representar la figura de la Señora con más o menos fidelidad creo que no acabó de cuajar mucho como propuesta escénica. A lo que añadir que Manuela también estuvo un poco fría, pese al numeroso y solvente acompañamiento que la secundaba, o quizá precisamente por tanto número.
El 3 de marzo llegaría el turno de El Pele en recital. El cordobés está en un momento dulce, su nuevo disco 8 guitarras y un piano está teniendo el reconocimiento de la crítica, coincidiendo con un resurgir de sus facultades cantaoras cuando algunos pensábamos que jamás recuperaría su plenitud de hace años. Pero está cuajando conciertos inmensos y una nueva puesta de largo tuvo lugar en el Teatro Central, donde toda su inspiración se puso al servicio de un recital completo y emocionante. Su cante imprevisible roza la genialidad cuando lo que hilvana su cabeza puede hacerlo cante su garganta, respondiendo adecuadamente al continuo riesgo al que gusta abocarse. Pero ése es uno de los grandes méritos de este cantaor, que nunca lo hace igual, que siempre inventa. Otro recital bastante ajustado a los patrones tradicionales sería el de Cancanilla de Marbella y Canela de San Roque el 10 de marzo. Dos artistas veteranos de maestría contrastada y la solvencia cantaora que da semejante carrera a sus espaldas. A Cancanilla se le nota a kilómetros su hechura de cantaor forjado en tablaos, esa presencia en escena te retrotrae a la dorada época de los años setenta. Y tiene todavía facultades para sorprenderte con su cante. Mostraría un repertorio convencional con bulería por soleá, seguiriya y bulerías, pero regaló también una bambera que no suele interpretarse habitualmente, dedicada a la Niña de los Peines. Canela, con la guitarra de Antonio Carrión que fue cómplice durante toda su actuación, repitió más o menos el mismo esquema de repertorio que su compañero, recordando especialmente al maestro Antonio Mairena, pero con regusto, haciendo los cantes con mucha ceremonia interior.
Al chiclanero Antonio Reyes se le brindaba la oportunidad de cantar en Sevilla, ante el aforo de un Teatro Central, compartiendo cartel con el consagrado Pansequito, el 24 de marzo. Siendo sinceros, digamos que desperdició un poco esta ocasión inmejorable de crecerse en escena. De un cantaor joven como Antonio Reyes se espera una propuesta menos convencional, algún tipo de puesta en escena que pueda sorprender, otra manera en definitiva de aprovechar la oportunidad, que no sea haciendo lo de siempre. Porque lo normal, es que lo de siempre se quede corto ante aforos ante los que uno no se siente seguro. Posiblemente a Antonio le pasara eso, que le pudo el escenario, pero el caso es que no demostró nada en su actuación, que pasó sin pena ni gloria, aunque interpretara correctamente, con algún destello de calidad. Repasó los mismos cantes con las mismas letras que suele hacer últimamente y salió por patas después del último fandango sin que el público le pidiera nada más tampoco. Y resulta chocante en un público que aunque frío, suele responder con aplausos generosos al final.
Distinto fue con Pansequito, al que pareciese que era a quien esperaba el público en realidad. Un público por cierto de mucha calidad, con mucho nombre propio entre artistas y gente de la crítica que podían reconocerse por entre las butacas, circunstancia que incluso señaló y agradeció Pansequito en escena. Comenzaría cantando por alegrías, cante en el que estuvo absolutamente sembrao, con una forma de mandar y de cuadrar los tercios que impresiona y dice mucho de su magisterio. Pero después estaría algo más convencional, incluso acusando cansancio en su garganta, que él mismo achacaba a la circunstancia de encontrarse grabando su nuevo disco en el que se estaba dejando la piel. De acuerdo, pero malamente cuando el artista tiene que buscar excusas para justificarse. Con todo, parece que se fue recuperando y en las bulerías finales dejó también buena muestra de su personalidad y de esa forma tan difícil de aprovechar al límite sus facultades para llegar al público. Un público que le despidió con ovación, pero que no pareció salir todo lo satisfecho que esperaba. A mí al menos me pasó, la noche no acabó de resultarme muy convincente, pero esto tiene el flamenco, que no siempre está la chispa donde está la mecha.
Texto: Josema Polo - Fotos: Paco Manzano
La serie de conciertos enmarcada en el ciclo Flamenco viene del sur, ha continuado focalizando el escaparate flamenco profesional de la ciudad de Sevilla durante los últimos meses. Repasemos ahora lo acontecido durante los martes de abril y mayo en el Teatro Central de la Isla de la Cartuja. Dorantes visitaría el Central el pasado 14 de abril con el espectáculo Flamenco Session. Dado que sus últimos espectáculos se bautizaban como sus discos, Orobroy y Sur, suponíamos a priori que se adelantaría nuevo repertorio, amén del que ya es clásico en Dorantes. Pero resultó que no hubo demasiada novedad. Si acaso los primeros temas, una introducción libre a la que el pianista llama Atardecer, la guajira Regazos y una serie de improvisaciones por bulerías en las que Dorantes exprimiría todos los recursos posibles del piano, sí que sonaron a algo nuevo. La soleá Como niños nos descubría la voz de un joven Juan San Juan que apunta interesantes maneras. Pero lo que vendría después sería más de lo de siempre, otra vez los temas que son la banda sonora de Dorantes en los últimos años. Excelente la coreografía y técnica de Pastora Galván poniendo alma y sugerencia de formas a la Danza de las sombras y a Sur. El público muy entregado, por supuesto, ningún concierto que termine con dos piezas tan redondas como Orobroy y Sur puede resultar indiferente. Pero a algunos ya no nos entusiasma tanto seguir escuchando lo mismo una vez tras otra. Posiblemente en el concierto que ofreciera al mes siguiente en los Jueves Flamencos de Cajasol sí adelantara nuevos temas, pero eso tendrá que contarlo quien lo haya visto.
El joven gaditano David Palomar llevaría al Central la presentación de su primer disco, que lleva por título Trimilenaria. Oportunidad de oro para este cantaor de reciente carrera como solista la que tenía de cantar en Sevilla, en un marco como el del Teatro Central. A veces pienso si semejantes oportunidades no son arma de doble filo, porque habría que preguntarse si el nombre de David Palomar tiene la suficiente entidad aún como para sostener un concierto en solitario en el Central, cuando otros artistas de su misma generación, e incluso otros que le doblan edad y destilan magisterio por sus poros, han compartido noche. Se notó en el ambiente y en el propio escenario que el gaditano no está lo suficientemente consagrado, pese a la entrega de Palomar y su gente. Su trabajo, eso sí, ofrece varias cosas de cierta originalidad, como el pregón de Macandé o la bulería que dedica a la Paquera en la que además rapea estilo Diego Carrasco. También la malagueña de El Mellizo, sus personales fandangos o la seguiriya dijeron algo interesante.
La siguiente noche tendría como protagonistas a La Susi y Chiquetete. La alicantina hacía mucho que no cantaba por Sevilla y se le notaba particularmente agradecida. Tanto, que quiso dar mucho, y lo que la organización del teatro pretendía que fueran cuarenta y cinco minutos de actuación, casi se fue a la hora y media cantando. Me gustó mucho su puesta en escena, sencilla pero elegante, con supuestos coros femeninos que no abrieron la boca pero daban presencia, Bobote poniendo el contrapunto en el compás y un acompañamiento de guitarra y violín bien conjuntados. Ella parecía un poco rozada de voz, pero se le perdona por sus ganas. Por bulerías se descontroló un poco en verdad, con ese baile anárquico, con corazón, pero con escasa técnica. Chiquetete presentó un repertorio convencional con cantes de fragua, soleá, tientos tangos, bulería y fandangos. En la soleá quiso dejar marchamo personal acordándose de Triana y otros personalismos. Pero aquí fue quizá donde definitivamente empezó a fallarle lo fundamental: la voz. Bueno, más que la voz, eso que los flamencos llaman el fuelle. Lo de Chiquetete fue un quiero y no puedo y como tal intención habrá que valorarlo, sin entrar en demasiado análisis. El público parecía que estaba con él, pero poco a poco también se fue apagando, pues no siempre convence lo que sólo se intuye.
Chanta la mui se presentaba en Sevilla el 12 de mayo. Es un espectáculo a tres, sostenido por los bailarines Daniel Doña, Olga Pericet y Marco Flores, jóvenes con amplia trayectoria y prometedor futuro. Pero sinceramente, tengo mis dudas sobre si un espectáculo así debe ser ofrecido en un ciclo de flamenco. Porque Chanta la mui es un espectáculo de danza, no de baile flamenco, y ello deberían sopesarlo los programadores a la hora de atender propuestas, pues se corre el peligro de confundir a un público que no siempre conoce lo que va a ver cuando se sienta en la butaca. Pese a que algún retazo sí sea flamenco cien por cien, como ese Marco Flores bailando el estremecedor martinete de Agujetas. Voz de Agujetas grabada, pues no hay música en directo, lo que aleja la espontaneidad flamenca. Aunque eso sí, la selección musical es muy acertada, el vestuario exquisito y la escenografía, aunque algo escasa, fundamental en el contexto.
Concierto de clausura para los compadres Manolo Franco y Niño de Pura, lo que no deja de ser chocante, que un espectáculo que tiene ya más de diez años cierre un ciclo como Flamenco viene del sur. Más cuando su estreno fuera en Sevilla, precisamente, en la X Bienal de Flamenco de 1998. Más triste aún comprobar cómo el espectáculo no ha cambiado prácticamente nada en este tiempo, ¿es que diez años no es tiempo suficiente para que algo se reforme? Tampoco me gusta demasiado la sensación, supongo que involuntaria pero cierta, de que Niño de Pura acabe haciéndose protagonista de la escena, relegando a Manolo Franco casi a segunda guitarra. Y el predominio abusivo de toques rítmicos quizá anime al neófito, pero acaba resultando algo monótono. El punto de sorpresa lo puso sin duda Rafael Campallo, invitado al baile, que aprovechó sus minutos para reivindicarse de nuevo como un grande de la danza flamenca actual.
Texto: Josema Polo