Variada y entretenida ha resultado la XVI edición del Festival Flamenco Cajamadrid, un acontecimiento que por su tradición e intensidad es todavía el más significativo de cuantos se celebran en esta Comunidad. El Festival propiamente dicho se desarrolló en cinco días -alguno de ellos con tres artistas en el cartel- pero fue precedido por la habitual semana de actividades previas. La bailaora Merche Esmeralda recibió en esta ocasión el Galardón Flamenco Calle de Alcalá.
Entre las actividades previas desarrolladas en el centro cultural La Casa Encendida cabe destacar la presentación en Madrid de los libros "Luís de la Pica. El duende taciturno" (A. Grimaldos), "Tomás Pavón, el Príncipe de la Alameda" (M. Bohórquez) y "Niño Ricardo, vida y obra. 2ª parte" (N. Torres), así como las conferencias de José María Velázquez-Gaztelu y Félix Grande. En el terreno artístico, Mari Paz Lucena, Julián Estrada o Patricia Guerrero fueron caldeando el ambiente.
La llave de Morente
Pero el programa insignia del Festival se abrió con Morente el martes 29 y el granaíno volvió a demostrar que hoy es el más grande de los maestros cantaores, porque si bien podemos hablar -afortunadamente- de otros muchos maestros actuales, lo cierto es que pocos reúnen esa mágica integración de sabiduría y creatividad. Así, cada espectáculo suyo es distinto y uno siempre acude preguntándose ¿con qué nos va a sorprender hoy? Recuerdo que en una conferencia-coloquio que Morente protagonizó hace unos años en los Cursos de Verano de la Universidad Complutense de Madrid, el artista reconocía que la mayor parte de los cantes que maneja ya los conocía antes de grabar su primer disco. Si eso es cierto, y viendo la discografía y la trayectoria de este hombre, creo que alguien debería ir pensando en forjar otra Llave de Oro para el granaíno.
Pero volviendo a lo que nos ocupa, Morente cantó bien y en ocasiones hasta muy bien, aunque también es cierto que no mucho tiempo atrás le vimos sublime en este mismo escenario y dentro del mismo Festival. El caso es que se raspó casi dos horas prácticamente sólo y con la única ayuda de otro grande, Pepe Habichuela que demostró su maestría en el acompañamiento llevando perfectamente a Enrique y sin destacar nunca por encima del cante.
Entre valles y montañas
La noche del miércoles tuvo sus altibajos. Los "bajos" estuvieron junto al Cabrero que, desde luego, no tuvo su noche. Sabemos que José Domínguez no suele llevarse bien con el duende, pero es que esa noche parecía peleado con él, de modo que mejor no insistir mucho. Pero tras la oscuridad se hizo la luz: la luz cantaora de Mayte Martín. Ahí estuvieron los "altos". Es difícil ver mal a esta cantaora porque le sobra oficio, conocimiento y voz para salir airosa de los posibles contratiempos, pero lo cierto es que cuando lo borda, la experiencia es única. Mayte tuvo la voz en su punto para poder dar intensidad o recogerse según pide cada pasaje del cante, o mejor dicho, conforme ella entiende que debe ser cada cante. Y todo con una afinación insuperable. Si convenimos que la perfección no existe, Mayte Martín sacó un 9,95. Su guitarrista, Juan Ramón Caro, al mismo nivel. Y por lo que respecta a Calixto Sánchez -que completaba la terna de la noche- le volvimos a ver en su altiplanicie. Tiene sabiduría, tiene voz, le gusta recrearse -a veces demasiado- en sus aires serios y ceremoniosos, pero le faltó esa chispa que le hace a uno remover el culo en la silla. Calixto nos presentó unas siguiriyas extraídas de su último trabajo "Andando el camino".
Arcángel o demonio
En el ecuador del Festival ¡tachán! ¡Arcángel y su "Zambra 5.1"! Se había originado una cierta polémica con el espectáculo y eso siempre genera expectativa. Se trata, como sabemos, de un homenaje a Manolo Caracol y, de paso, un alegato contra los "puristas", que no contra la "pureza", como algunos aficionados argumentan para demonizarle. Resulta difícil creer que un cantaor de la talla de Arcángel reniegue de lo que común y nefastamente se ha dado en denominar "pureza". Lo que ocurre es que ese concepto es para algunos una meta en sí mismo, mientras que para otros es un punto de partida. Musicalmente, el espectáculo no sólo se sostiene sino que resulta de una gran belleza, tanto en cante como en baile (muy bien Rosario Toledo) y en el acompañamiento, destacando el piano de Dorantes. El repertorio, obviamente caracolero, está muy bien seleccionado (alegrías, soleá, siguiriya, fandangos, malagueña mellicera, coplas, etc.) y mejor interpretado. Sin embargo, el espectáculo como tal adolece, a mi juicio, de una cierta inmadurez e ingenuidad. Aun pudiendo compartir la tesis, ésta sola no basta para dar calidad teatral a una obra. Sobran ciertos aderezos de sal gorda, y no me refiero al "purista" en el psiquiátrico -que eso queda hasta gracioso- sino a la asociación entre el radicalismo y la violencia. Ya digo, la tesis puede ser compartida: la discrepancia está en la forma.
De Santiago a la Plazuela pasando por Lebrija
La del viernes fue sin duda la noche más jonda con Capullo de Jerez, Lebrijano y El Torta. Tres manera diferentes de disfrutar de "las raíces de un arte", que así rezaba el lema del cartel. Tres cantaores que pueden enmarcarse en su ámbito geográfico pero que, a la vez, escapan de él porque su acusada personalidad artística provoca que la "marca" vaya por encima de la denominación de origen. El de Santiago calentó al público con su queja y su compás, aunque ni su voz ni sus letras estuvieron a la altura. La voz estaba algo cascada y en cuanto a las letras made in Capu, la verdad, dejan mucho que desear. Aun así, Capullo logró arrancar "oles" y aplausos. Y hablando de voces cascadas, la del Lebrijano no estuvo mejor, ni mucho menos, pero siempre deja ese regusto de cantaor personal y maestro. Tras un par de cantes en los que no logró calentar la garganta -y sí consiguió enfriar al público- alguien del respetable le pidió que cantara por soleá. Juan accedió y ahí cambió el rumbo de la actuación. El Lebrijano se metió por la senda más tradicional y logramos ver momentos brillantes en esa soleá al aire lebrijano, en la siguiriya y en las bulerías, donde hizo un trabalenguas lleno de arte.
Y en cuanto al Torta, parece estar atravesando un momento artístico dulce por cuanto acaba de presentar un nuevo Cd y DVD y las actuaciones y contratos se van sucediendo con cierta fluidez. El de la Plazuela aportó, sin duda, lo más emotivo de la noche. Lo que ocurre es que el Torta sobrecoge, pero no se recoge: su voz tampoco es lo que era y está obligado a "tirar para arriba", olvidándose de otras gamas de colores fundamentales en la voz flamenca. Y si a eso añadimos su deterioro existencial y el estado de ánimo acelerado en el que vive los momentos artísticos, la consecuencia es un revoltijo de cantes arrebatados: con dramatismo, sí, pero arrebatados. "Se torea como se es", dijo Belmonte, y en el caso que nos ocupa esta afirmación encaja desgraciada y perfectamente. El Torta duele, sí, pero ¿a costa de qué?
La belleza
Y la del sábado fue la noche de la belleza. Primero se celebró la entrega del Galardón Flamenco Calle de Alcalá. El jurado, compuesto por José Manuel Caballero Bonald, Félix Grande, José María Velázquez-Gaztelu y Ángel Álvarez Caballero, junto con Alejandro Reyes como secretario, salió en pleno al escenario para convocar a Merche Esmeralda que, emocionada, recibió este reconocimiento. Y a continuación, "Mujeres". Rocío Molina, Belén Maya, Merche Esmeralda y Mario Maya: cuatro nombres con peso específico suficiente como para protagonizar por sí solos un cartel, aparecen juntos en una misma obra. De nuevo tres formas diferentes de crear belleza coordinadas por uno de los más grandes maestros que ha dado la danza flamenca: Mario Maya. A él se debe la pulcritud, la limpieza, la justeza y la armonía escénica de "Mujeres". Lo que no acaba de encajar demasiado bien, a mi juicio, es la cantante Diana Navarro, que se marca una saeta interminable sin un ápice de hondura, sin profundidad.
A Merche Esmeralda pudimos verla en la soleá y después en un registro menos flamenco, pero muy bien interpretado, sacando a relucir y expresando profundos sentimientos de mujer. Belén se marcó unos tangos llenos de originalidad, recursos propios y buen gusto. Rocío se salió con una siguiriya antológica -baila hasta las palmas-, y el paso a dos entre Belén y Rocío ante un hermoso romance en una métrica originalísima resultó una pieza maravillosa. Por último, destacar el trabajo coreográfico de Manuel Liñán en los caracoles finales. "Mujeres" es un auténtico capricho para los amantes de la danza flamenca.
De modo que en una semana -o dos si contamos las actividades previas- el Festival Cajamadrid nos ofreció un interesante recorrido por las distintas escuelas y personalidades del flamenco. Una buena ocasión para pulsar momentos artísticos y componer o recomponer esquemas.
Texto: Manuel Moraga / Fotos: Rafael Manjavacas