Lola Pantoja: Sevilla / Teatro Lope de Vega, 11/9/2012
Fotos: Manny Rocca
Fuertemente influenciado por el teatro balinés, Antonin Artaud propugna una forma de teatro trascendental que, con una fuerte impronta ritual, se centra en las acciones y los símbolos por encima de los diálogos y la palabra con el objetivo de conectar con el universo de los sueños y las regiones del inconsciente.
Andrés Marín se ha inspirado en este autor francés -cuya obra supone un pilar fundamental del teatro contemporáneo- con el objeto de trascender la razón para sumergirse de lleno en las emociones que se extrovierten con su baile. Se trata, sin duda de un proyecto ambicioso que precisa de una gran dosis de investigación corporal y dancística. Pero si de algo puede preciarse Andrés es de ser un artista inquieto que en todos sus espectáculos se adentra de lleno en terreno de la investigación, tanto dancística como musical, siempre a la búsqueda de trasgredir lo establecido y abrir nuevas sendas.
En este espectáculo ha llevado esta búsqueda a un extremo radical. La guitarra flamenca es sustituida por la eléctrica aunque eso sí, tocada con genialidad por un guitarrista que ha acabado decantándose por el flamenco, Raúl Cantizano, cuyo conocimiento de la música flamenca le permite imprimir una singular impronta contemporánea y rockera a la seguiriya, la petenera, las bulerías o las rondeñas. Andrés se sirve de este instrumento para llegar a la médula de la danza, dialogando con su propio cuerpo, transgrediendo sus límites mediante una máscara metálica en la que choca sus manos marcando el compás, arrastrando sus pies por la arena desparramada por el escenario, tapándose la cara con la camiseta para privarnos de su mirada mientras delimita una imagen tan impactante como contundente.
Y el bailaor se pasea por el escenario como una exhalación mientras Concha Vargas le sigue los pasos como si de un sonámbulo al que hubiera que vigilar se tratara. Y el baile se vuelve reflexivo y pausado. Andrés hace gala de su poderío dibujando estampas impactantes con su cuerpo bajo una luz radicalmente tenue, tanto que nos impide ver su cuerpo vestido de riguroso negro y llega a provocarnos un estado de angustia latente. Pero, por fortuna, aparece la Macanita y su voz, rasgada y profunda, se duele convocando la queja liberadora. Y el cuerpo de Andrés dialoga con ella, con su cante, con una danza contenida que alcanza su momento más álgido en el Romance de Gerineldo, al que la cantaora imprime una fuerte carga dramática. A partir de ahí el espectáculo se dirige hacia la imaginación y los sueños. El bailaor le da la vuelta a una enorme mesa que tiene en el revés una plancha metálica y juega con el reflejo de su cuerpo. La Macanita le canta unas hermosas letras por martinetes y seguiriyas mientras la bailaora lo acecha de cerca, esperando su momento, cuando se queda a solas con la cantaora y la mesa para brindarnos un baile por bulerías salvaje con el que, como es habitual en ella, derrochó poderío y dominio, aunque siempre dentro del corte sobrio y trascendental de la puesta en escena. Y al final, por si todavía no hubiera trasgredido demasiado, Andrés se sumergió en las aguas del surrealismo sacando al escenario a unas cuantas gallinas, una de ellas en el sombrero que, por cierto, se mantuvo de lo más quietecita.
Ficha artística:
Obra: Tuétano. Estreno absoluto
Lugar: Sevilla / Teatro Lope de Vega, 11 de septiembre
Coreografía, baile, dirección escénica y artística: Andrés Marín
Baile - artista invitada: Concha Vargas
Cante - artista invitada: La Macanita
Guitarra eléctrica: Raúl Cantizano
Percusión off: Luis Tabuenca