El joven bailaor Alberto Sellés triunfa en Sevilla con su último trabajo “Las campanas del olvido”, dentro del ciclo Flamenco viene del Sur.
Web Revista La Flamenca. Luis M. Pérez. Sevilla / Teatro Central 15/4/2015 Fotos: Pepe Montiel
“Que toquen a arrebato las campanas del olvido,
las campanitas del olvido,
vengan y apaguen el fuego, ay,
que esta gitana ha encendido”
Así reza la soleá que da nombre al espectáculo con que Alberto Sellés (San Fernando, Cádiz, n. 1991) abrió anoche la puerta grande del Teatro Central de Sevilla. Literalmente, porque tras recibir la mayor ovación que se ha escuchado en este foro desde que comenzó el ciclo Flamenco viene del sur, con todo el público en pie aplaudiendo por bulerías, el grupo al completo hizo mutis, pero no por el foro ni tras las bambalinas, sino por una de las dos puertas que dan acceso a la sala desde el hall del teatro.
Antes de eso, y tras el pertinente fin de fiesta por bulerías, el grupo había bajado a la zona de la orquesta y Alberto Sellés se fundió con el público bailando desde el patio de butacas, que en este teatro es graderío, unos tanguillos de Cádiz. David los interpretó con una gama de matices mayor de lo que uno es capaz de identificar, desde Pericón a Mariana Cornejo pasando por Chano Lobato. Ese gesto cómico, guiño de complicidad, si se quiere, con el respetable y que nace directamente de la satisfacción por el trabajo bien hecho, fue lo único heterodoxo de la noche.
Porque Las campanas del olvido son una lección de clasicismo y una fuente de gozo para los amantes del flamenco de Cádiz. Ya tuvimos la suerte de disfrutar hace unas semanas, y en estas mismas tablas, con la bailaora Rosario Toledo, que se encontraba entre el público, al igual que otros muchos jóvenes artistas. Nunca nos cansaremos de elogiar ese gesto de compañerismo, que tan frecuente es en las jóvenes generaciones y que, otras veces, hemos echado en falta en artistas más veteranos. Es un flamenco con denominación de origen, con eso, tan de moda últimamente, que podríamos llamar “la marca Cádiz”.
Clasicismo, por el equilibrio entre el baile y el cante, que se dieron mutuamente su sitio. Con una guitarra, la de Rafael Rodríguez Hidalgo, que suena siempre al palo que está tocando, siempre flamenca, y que, hoy por hoy, se encuentra entre las dos o tres mejores para acompañar al cante y al baile. Y el compás gaditano de Anabel Rivera y de Roberto Jaén, que esta vez no fue percusionista, sino palmero de primera división, en beneficio de ese concepto clásico y minimalista donde menos es siempre más.
En Cádiz no se ha hablado nunca de pureza. Allí se mezclaron, en las mismas calles y barrios, gitanos y no gitanos con apellidos montañeses, ingleses o italianos. El flamenco que nace de detrás de sus murallas viene del mar, de muchos lugares. Pero allí se le da vuelta y vuelta y se vuelve reconocible para siempre. Cantes de Cádiz, baile de Cádiz, compás de Cádiz.
Suponemos que eso es lo que quiere transmitir Faustino Núñez, el musicólogo más entendido y respetado del flamenco, que está a cargo del guion y la dirección musical. Y para ello ha tomado unos mimbres con los que era imposible que saliera un cesto malo. A Javier Barón como director de escena, para empezar.
Y el público también sabía que venía a tiro hecho. Nada podía fallar. Así cualquiera.
Porque Alberto Sellés lleva bailando desde los seis años y se ha formado con los mejores, en Cádiz, Jerez y Sevilla. Tiene ganados, a sus veinticuatro años, infinidad de premios. Su baile es fino, elegante. Sería capaz de bailar un zapateado con un vaso de agua sobre su cabeza sin derramar una gota. Es un baile gracioso, de cuerpo entero, de estampas toreras y muy varonil. Pero también sabe meter los pies cuando es preciso, con la fuerza que requiere cada momento, como hizo con las tonás y los martinetes. Ahí dio muestras de su capacidad de transmisión, porque baila también con el rostro y la mirada, que se quedaba clavada en el espectador mientras David se desgarraba no sé en qué tribunalito, en qué sala o en qué audiencia.
Su baile por alegrías, con ese grupo atrás que lo arropa y le jalea, llevándolo en volandas por todo el escenario, se quedará en nuestra retina largo tiempo. Sabe cómo hacerse dueño de la escena, y arrancar los oles del público con desplantes sutiles que solo hacen las veces de silencios; guiños graciosos, oles al cantaor o al guitarrista: “ole tú”, le devolvió Rafael en uno de los momentos más emotivos de la noche, cuando el guitarrista terminó el remate de la cantiña de las Mirris con la llamada típica de la sonanta por soleá para empalmar con ese cante.
Nada puede fallar si tengo detrás cantando a David Palomar, el rey del compás flamenco actual. Qué maestría, acompañando constantemente con todo su cuerpo, metiendo una fuerza asombrosa durante el baile y en los cantes que realizó adelante. Cantó por soleá como suele, ejerciendo un magisterio muy personal y basándose en los estilos del Chozas de Jerez, Paquirri el Guanté y el macho de Fernanda de Utrera. Cantó unos tientos gaditanísimos y muy sentidos antes de acompañar por tangos primorosamente al baile exquisito de Alberto. Por elegir, me quedo con la media granaína y la malagueña doble de Enrique el Mellizo, acordándose, esta vez sí, del gran Aurelio de Cádiz, a quien su familiar Alberto Sellés ha querido dedicar el espectáculo.
Inolvidable, y muy teatral, quizá excesivo, el “momento homenaje” en que Alberto se despoja de chaqueta y sombrero de ala ancha y los coloca respetuosamente en una silla de enea, mientras suena en off la voz de su antepasado sobre la música el “Romance del Pescador”, de El Amor Brujo de Falla. Mucho más gaditano, y con más ángel, fue el temple de David Palomar para los tientos: ay, el segundo puente.
Ficha artística
Espectáculo: Las campanas del olvido /Flamenco viene del Sur/ Teatro Central de Sevilla 14/4/2015
Baile y coreografía: Alberto Sellés
Artista invitado al cante: David Palomar
Artista invitado a la guitarra: Rafael Rodríguez Hidalgo “El Cabeza”
Palmas: Anabel Rivera y Roberto Jaén
Guion y dirección musical: Faustino Núñez
Dirección de escena: Javier Barón