El cantaor chiclanero estuvo enorme en la última noche del ciclo Flamenco viene del Sur.
Web Revista La Flamenca. Luis M. Pérez. Sevilla / Teatro Central 13/5/2015 Fotos: Pepe Montiel
El ciclo Flamenco viene del Sur nos tenía reservado para su última noche en el Teatro Central uno de los platos fuertes de su oferta para este año. El premio Giraldillo al Cante de la pasada Bienal de Sevilla venía a confirmar su estatuilla a la orilla opuesta a donde se sitúa el Teatro Lope de Vega, aquel cuyo público encumbró el pasado septiembre a Antonio Reyes (n. 1975, Chiclana de la Frontera, Cádiz) a lo más alto del escalafón flamenco.
Volvió Antonio Reyes, como se dice, por sus fueros a la capital hispalense para reivindicarse a sí mismo, tal como se puede inferir del título de su espectáculo, A mi manera. Lo logró, y con gran éxito. Con esa forma tan particular que tiene de enfrentarse a los cantes, parándolos, meciéndolos en su garganta hasta encontrar el momento justo de pellizcarse desde lo más hondo. Su dominio del compás le permite jugar dentro y fuera de él, como un niño con su diábolo, y lanza los cantes arriba para recogerlos abajo con maestría, con la técnica de un funambulista.
Cantar así obliga a tomar una serie de riesgos. De ahí surge directamente la emoción en el espectador, que por momentos es presa de una desazón en sus tripas ante la caída inminente del equilibrista sin red. Pero Antonio suele salir airoso de cada trance y, entonces, el espectador toma conciencia del arte que destila el chiclanero.
Comenzó su recital con puntualidad británica, elegantemente embutido en un traje de corte moderno y juvenil. Su cante, rebosante de sal y yodo marinero, se había vestido para la ocasión de Jerez de la Frontera. La guitarra personalísima de Diego del Morao y el soniquete de Tate Núñez y Diego Montoya son tres seguros de vida para afrontar con éxito cualquier travesía. Por cierto, qué gusto más grande, cómo suenan esas palmas sordas en ese teatro; muy bien el sonido toda la noche, quizás, por decir algo, habríamos quitado un poco de “réber” a la guitarra.
Antonio Reyes es un cantaor mucho más veterano de lo que se puede esperar de una persona de apenas cuarenta años. Suele comenzar algo nervioso sus recitales, que van siempre de menos a más. Por eso no entendemos que se empeñe en iniciar sus actuaciones por soleares, un palo en el que es un consumado maestro, pero que anoche, y en otras ocasiones también, aunque ejecutadas por derecho, quedaron un tanto deslucidas o frías. No así la guitarra de Diego del Morao, que aportó aquí la brillantez y flamencura que se merece este palo fundamental.
Llegaron las alegrías y Antonio Reyes Montoya se hizo dueño absoluto del compás. Las canta con clasicismo y ajustadas a la norma “para escuchar”, ralentizando los tercios y cortando el aire al final de cada verso. Los tangos son uno de los fuertes del chiclanero y con ellos se metió al respetable en el bolsillo. Antonio juega en ellos más que en ningún otro palo, idea travesuras con el compás y Diego le sigue a duras penas. Qué difícil es cantar así. Fandangos de Manuel Vallejo por tangos, quién da más.
Diego del Morao también tuvo su momentito de gloria, con unas bulerías instrumentales que levantaron murmullos de admiración en el graderío. Tan joven y tan maduro, ha conseguido el equilibrio entre lo que significa, por un lado, conservar el legado del toque propio de su familia y, por otro, esforzarse por obtener un sonido propio, que le aparte de las inevitables comparaciones con su padre Moraíto o con el patriarca Manuel Morao.
Y ya metidos en faena, se templó por seguiriyas en un grito desgarrador, echando mano de los graves con maestría y tragándose el cante entre sollozos que nos arrancaron más de un jirón de nuestros maltrechos corazones flamencos. En el momento cumbre de la noche, se acordó de Curro Dulce a través de su adorado Manolo Caracol, con aquel “han redoblaíto las campanas de San Juan de Dios”.
Y Sevilla, agradecida como estaba por esto, y por las bulerías y los fandangazos que siguieron a continuación, le bendijo el Giraldillo, las campanas de la Giralda y hasta pensó en regalarle los cuatro puentes del río, como decía Camarón, el ídolo indiscutible de Antonio. “Ay, Joselito, Joselito, dime quién te aconsejó que no fueras a Talavera, Talaverita de la Reina, que iba a ser tu perdición”. Es verdad que siempre canta las mismas letras, pero nunca sabe uno dónde va a pegar el pellizco. Y anoche los pellizcos nos dejaron la piel llenita de cardenales.
Ficha artística
Espectáculo: A mi manera/Flamenco Vienen del Sur/ Teatro Central de Sevilla 12/5/2015
Cante: Antonio Reyes Montoya
Guitarra: Diego del Morao
Palmas y jaleos: Diego Montoya y Tate Núñez