El cantaor jerezano presentó en Sevilla su segundo disco, La Quimera del Tiempo
Web Revista La Flamenca. Luis M. Pérez. Sevilla (Teatro Central) 28/1/2016 Fotos: Pepe Montiel
Grata, gratísima la impresión que nos llevamos anoche quienes tuvimos la suerte de asistir en el Teatro Central de Sevilla a la presentación de La Quimera del Tiempo, el segundo trabajo de Ezequiel Benítez, cantaor jerezano del flamenquísimo barrio de Santiago y afincado en Cádiz, donde se rumorea que tuvo la suerte de nacer “por accidente”.
La sala B del Teatro Central de Sevilla se abrió ayer a las nueve de la noche con una charla introducida por la directora del Instituto Andaluz del Flamenco, María Ángeles Carrasco, y moderada por el célebre flamencólogo José María Castaño. Participaron también en la mesa Juan María de los Ríos, de la Universidad Complutense de Madrid, Josema Pelayo, editor del disco y director de los estudios discográficos La Bodega de Jerez; y el gran aficionado y tocaor Alfredo Benítez, maestro de guitarristas y cantaores, experto en flamenco y a la sazón padre de Ezequiel.
Todos los participantes coincidieron en señalar el grado de madurez personal y artística al que ha llegado el artista, la vuelta a sus orígenes flamencos y la superación de la sempiterna batalla entre lo clásico y lo romántico, entre la raíz y la vanguardia, entre lo nuevo y lo viejo. Después de enriquecerse con otros registros procedentes de sus incursiones en otras músicas, Ezequiel Benítez, con solo treinta años y una mochila de más de quince por los escenarios, ha llegado al punto de crear su propio estilo, su sello personal. Ese punto tan difícil de determinar en el que, sin apartarse de la tradición, del conocimiento profundo de los clásicos y de las influencias que han conformado sus gustos personales, uno se caracteriza precisamente por no parecerse a nadie. Y Ezequiel suena a Ezequiel. Un oasis en un desierto, en los tiempos que corren.
Y a este resultado no se llega sin lucha ni sufrimiento. Se llega viviendo, como bien apuntaron ayer José María Castaño y Alfredo Benítez. La personalidad del cantaor la conforman sus vivencias, las piedras que la vida se encarga de ponernos en el camino, y por las que “uno se acaba haciendo más sabio y mejor persona” o empedernidamente torpe. Ezequiel reconoció que ha tardado siete años en grabar su segundo disco “porque uno necesita tener cosas que transmitir, que hacer llegar desde la verdad de su corazón”.
Su padre Alfredo Benítez, que habló con una sencillez y naturalidad pasmosa, solo tuvo flores, naturalmente, para su hijo. Mas reconoció que “hay un antes y un después en la carrera artística de Ezequiel”. La vida le pegó un gañafón despiadado, a él y a la familia, cuando se llevó por delante a su hermano en la flor de la vida. Ese tipo de vivencias, decía también José María Castaño, han ido madurando el corazón, la mente y la voz de Ezequiel, dotándolo de una variedad de matices que antes no tenía, y, en un acertado símil con el excelente vino de su tierra, transformando el vino joven en amontillado.
Cuatro cantes le bastaron a Ezequiel para dar sobrada prueba de ello. Cante grande, cante con verdad, el que se proyectaba por su garganta desde sus tripas; lágrimas y sonrisas, las de quien les escribe, reflejadas en las propias pupilas del cantaor, ya veis, es lo bueno que tiene el arte en las distancias cortas, y la sala B del Central, aparte de su extraordinaria acústica, se presta por definición a ello. Magníficos los tientos gaditanos con letras de Alfredo Benítez, donde Ezequiel hizo gala de un extraordinario fuelle, aprovechando para ligar a la manera clásica de los Pavón, de Chacón, de Manuel Torre y venenciar sus quejidos en el compás perfecto sin derramar una gota. Por soleá alcanzó cotas que la memoria retendrá siempre, iniciando un doliente recorrido desde Cádiz, con Paquirri el Guanté y el Mellizo, haciendo un alto en Jerez para acordarse con Frijones de lo que más le hiere:
A mí me duele hermanito mío del alma,
que ya no pueas venir conmigo,
ni puea escuchar tus palmas.
Y así, hasta acabar tragándose enmorecido los tercios alcalareños entre los oles del público entusiasmado. Unos fandangos de Pepe Pinto, casi recitados y con muchísimo gusto, otro inmenso del Carbonerillo, y el de Dolores la Parrala que popularizara Manuel Torre, nos sobrecogieron de nuevo con las letras de su padre Alfredo.
Y para rematar, las bulerías de la Bolola, aquella anciana jerezana que Mairena visitó por última vez poco antes de morir y que era, según el espetó el maestro a Antonio Reina, “la levadura del cante”; y bulerías del Chozas de Jerez, picantonas y sobradas de compás, que dejaron la sala impregnada del aire y la gracia de Santiago. Veinte minutos de emoción, en los que tuvo muchísimo que ver la guitarra del chiclanero José de Pura, que puso los bordones al servicio de la transmisión con el público y de una manifiesta complicidad con el cantaor, con un estilo clásico y brillante que por momentos repartía falsetas de Paco Cepero o regalaba requiebros y silencios de contrabando, traídos desde el mismísimo Morón y de Marchena.
Ficha artística
Espectáculo: Presentación del disco La Quimera del Tiempo (Teatro Central de Sevilla, Sala B). 27/1/2016
Cante: Ezequiel Benítez
Guitarra: José de Pura
Palmas: Javier Peña e Israel López