La técnica pedagógica de una de las Maestras de baile Flamenco más importantes del S.XX sigue esperando que alguien la registre.
Web revista La Flamenca. Luis R. Lorite 14/10/2018
Las flamencas también leen. Las hay “leeoras” que yo las he conocido. Pero en las fotos solo las sacan pintándose el rabillo del ojo. Hay un filtro (unos cuantos) en el que se quedan muchos sedimentos de la vida flamenca antes de pasar a lo público. Pasa la juerga, pero se atrancan los sudores en chándal. Las historias sobre drogas pasan que da gusto, pero se atascan las horas de pelea para entender el compás. Pasa la música, pero los libros flamencos no pasan casi nunca. A mí se me atascó uno hace un par de años y aún me parece estar viéndolo en el colador. Esta es la historia.
Se llama “tablas” a grupos de ejercicios cerrados. Composiciones de maestras, que se suelen repetir durante las clases (por lo menos en las de baile) de manera metódica para trabajar una técnica. Y si alguna tabla hay famosa en el Flamenco que yo he conocido es la tabla de pies de María Magdalena. Maestra mítica de baile por la que ha pasado todo el quién es quién del flamenco en el último tercio del siglo XX.
Cuando yo llegué a Madrid María Magdalena ya era octogenaria, pero no hacía tanto que había dejado de dar clases. De hecho, colegas que apenas me sacan cinco años llegaron a estudiar con ella. A mí solo me llegó el rumor de su tabla. “En tal clase de técnica hacen la tabla de María Magdalena”, “¡Qué claritos te suenan los pies! Claro, hago la tabla de María Magdalena”. Hasta que, por fin, una buena amiga me llevó a una clase e hice La Tabla. Solo diré que antes de empezar me advirtieron que debía hidratarme y respirar entre ejercicios, y cuando salí pregunté si nadie se había desmayado a la mitad. Efectivamente eran frecuente ver caras palidecer en distintas tonalidades y los vahídos tampoco eran raros.
Pasan diez o quince años. Y un día la veo. En una película de Saura que ya había visto, pero apenas recordaba, de repente la nombran. Y aparece la maestra en persona, además impartiendo su clase. Antonio Gades, que hace de él mismo en el film, va a buscar una bailaora para su nuevo espectáculo y lo hace escudriñando al alumnado de Magdalena. La escena es breve pero transpira ese ambiente de clase de baile que me emociona. Corto el fragmento y lo subo a una red social en un arrebato de euforia. Siempre me quejo de la falta de documentación sobre la pedagogía del Flamenco y siento que he encontrado una joya casi arqueológica.
Pasa una semana y resulta que no ando muy equivocado. El vídeo se convierte en viral. A día de doy acumula doscientas setenta y cinco mil reproducciones. Ha pasado el tiempo suficiente para que quienes la conocieron (y veneraron como maestra) se emocionen al volver a verla de nuevo en acción. En los comentarios todo el mundo celebra haber formado parte del Flamenco que ella supo enseñar. Me muerdo un puño por tener que conformarme con mi minuto de vídeo y el recuerdo de una tabla de pies que casi me tumba.
Me pongo a la caza de algo más. Tengo hambre de Maria Magdalena. Y ahí es cuando el agua se escurre, como una catarata de información vacía que pasa de arriba abajo por mi pantalla, para dejarme a este lado del colador, seco, sin una sola página escrita sobre la técnica pedagógica de una de las Maestras más importantes del siglo XX. Par ser riguroso, una página, solo una, es lo que hallo. Un breve y frustrante perfil curricular.
Llamo a la escuela donde impartió su labor docente. ¡Sigue viva! Es nonagenaria pero vive. Le intento sacar el teléfono al dueño de la escuela que, con buen criterio, primero me pide explicaciones. Quiero entrevistarla porque me angustia que no haya ni una triste entrada en Wikipedia sobre alguien con un evidente legado profesional. Y aquí es cuando me dan con el colador en toda la boca. El dueño de la escuela, contra el que no tengo nada, y que, de hecho, me facilitó sin tener por qué el teléfono privado de María Magdalena, carga contra mi ánimo divulgador. “Tu generación se piensa que solo existe lo que aparece en internet, y lo único que consiguen es frivolizar cosas serias exponiéndolas sin contexto. El trabajo de María Magdalena era un trabajo de trastienda, lo que había que mostrar era a las bailaoras profesionales que ella formaba, no las clases en sí. Además a ella le han propuesto muchas veces contar su vida en un libro los mejores periodistas, y nunca ha querido (una alumna me confirmó esto último y añadió que una vez estuvo a punto de ceder pero se echó para atrás en el último momento). ¿Por qué iba a querer hablar contigo ahora”.
Miré mi colador, y la pepita de oro que había encontrado se secaba y perdía cierto brillo sobre la trama. El agua me bañaba fría los tobillos y lancé la pepita de nuevo a la corriente. Debe haber muchas como esta en el fondo del río, pero yo me arrepiento de la mía. Cada vez que llego a la escuela donde trabajo, veo a la profesora de Ballet siempre con distintos libros, en distintos idiomas, abiertos encima de la mesa, con los que prepara sus clases, planifica sus procesos de enseñanza, profundiza sobre anatomía, descubre músicas para unos ejercicios de centro…Y yo que me leo todo lo que huele a flamenco sigo quejándome: ¿por qué no escriben más, y más al detalle, lxs flamencxs? Me lamento de la falta de documentación pedagógica, de saberes puestos en negro sobre blanco, de historias de trastienda en general y, sobre todo, de las tablas perdidas.