La bailaora cerró el ciclo de Septiembre es flamenco en el Teatro de la Maestranza de Sevilla
Web revista La Flamenca. Luis M. Pérez. Sevilla, Teatro de la Maestranza 21/9/2015 Archivo fotográfico Bienal de Flamenco. Fotógrafo: Antonio Acedo
Múltiples factores se conjuraron anoche en el Teatro de la Maestranza para lograr ese soñado fin de fiesta para el ciclo Septiembre es flamenco, la oferta programada por la Bienal de Sevilla para los años impares. Tras doce días de cante, baile y toque, en los que grandes artistas de primera línea se alternaron con veteranas figuras consagradas con desigual resultado, e impresionantes localizaciones de alto valor histórico dieron paso a teatros más vanguardistas a causa del mal tiempo, la carta más alta de la baraja estaba reservada para la última partida.
Y es que el cartel de Eva Yerbabuena (Fráncfort del Meno, Alemania, 1970), nuestra bailaora más internacional, es un seguro de vida para cualquier programa. Su espectáculo ¡Ay!, quizás la apuesta más arraigada de la artista, venía precedido de un rutilante estreno en Londres en 2013, el premio Max de las Artes Escénicas de 2014 y críticas en su mayoría positivas. El cante estuvo a cargo de los tres mejores cantaores para el baile que existen quizás en la actualidad: José Valencia, Enrique el Extremeño y Juan José Amador. El resto del cuadro, también de primera categoría, estuvo integrado por el percusionista onubense Antonio Coronel y el violinista Vladimir Dmitrienco.
El espectáculo está articulado en siete escenas distintas, cuyo único hilo conductor es la figura de Eva Yerbabuena totalmente vestida de negro, siempre bajo iluminación directa, y la ausencia casi absoluta del color y de elementos decorativos. El argumento queda difuminado en favor del dramatismo y la gestualización, una marcada influencia expresionista y el uso de la mímica que, por momentos, llega a resultar histriónica.
Las dos primeras escenas son difíciles de digerir para el aficionado que acude al teatro con la ilusión de ver a su admirada bailaora, pues aquello no es sino danza moderna dramatizada, con el aderezo de algunos detalles aflamencados. Eso sí, el trago fue menos amargo porque allí estaba la voz formidable de José Valencia (Barcelona, 1975) cantando la toná liviana de Tomás el Nitri, el cante de Juanelo y el de María Borrico sobre violín, en la primera escena; y Enrique el Extremeño (Zafra, Badajoz, 1954), que nos emocionó con unas soleares de Alcalá ad livitum, en primera instancia, y a palo seco, en segunda, con el único acompañamiento de una peculiar percusión sobre escalera de madera. Entretanto, Eva entraba y salía agónica en un haz de luz blanca, se arrastraba por el escenario, subía la escalera, caía rendida al suelo… Treinta minutos llevábamos de reloj cuando apuntó los primeros retazos flamencos por soleá, dibujando solo el contorno y el primer baile de pies, para volver a caer rendida en una lucha agónica que tenía al respetable con un nudo en el estómago.
Fue en la tercera escena, cuando comenzó el disfrute. Juan José Amador (Sevilla, 1960) puso su voz gitana al servicio de los tangos trianeros del Titi, y Enrique el Extremeño le tomó el relevo con maestría, mientras Eva, con la peina en lo alto de la cabeza, mantoncillo negro sobre los hombros y delantal canastero en idéntico color, nos arrancó los primeros escalofríos de la noche, bailando por tangos como solo se ha hecho en la Cava, con esos meneos de gracia y lujuria propios de otra época añorada. Joselito de Lebrija se unió a la ronda por tangos alrededor de la bailaora. Sin apenas sentirse, el compás cambia a soleá por bulerías y la Yerbabuena se crece, se gusta, ya está aquí el flamenco. Da gusto verla evolucionar por el escenario, con esa velocidad en los pies, con esos tobillos menudos que parecieran a punto de romperse.
Todavía habría de volver la danza contemporánea, la resaca después de la fiesta, el dolor de cabeza, el agotamiento desolador que llega a tumbar a la bailaora sobre una mesa mientras José le canta una nana y sostiene en su mano la peina que minutos antes había caído al suelo en el fragor de los tangos de Pastora Pavón. Ahora sobre la mesa, ahora debajo de ella. No lo entiendo, con lo bien que íbamos, suelta una señora sentada a mi espalda.
Quedaba lo mejor. Mientras Eva sale para cambiarse el atuendo, José Valencia da un paso al frente y realizó un recorrido por cantiñas memorable, en un derroche de facultades y condiciones. Antes de eso, la guitarra de Paco Jarana, pareja de la Yerbabuena y responsable de toda la música de sus espectáculos, acompañó un enérgico zapateado de la bailaora entre murcianas, cantes de Lucena y otros cantes de Levante, que se tocaron, y ésta fue la sorpresa, sin abandolar.
Y entonces se modeló ante nuestros ojos aquel monumento para gloria y arte del flamenco del siglo XXI: la seguiriya de Eva la Yerbabuena, la de los sonidos negros, vestida de negro, desnuda en la soledad de un aire negro, donde el mantón no es de Manila, sino carne de cementerio, pájaro que bate sus alas y las enrolla a su cintura para bailarle a las negras voces de Amador y del Extremeño. Seguiriyas de Paco la Luz desde lo más hondo, compás de amalgama sobre las tablas del Maestranza, y una bata de cola que no es bata, sino falda, negra, negra, y, al fin, flamenca.
Ficha artística
Espectáculo: ¡Ay! Eva Yerbabuena (Teatro de la Maestranza de Sevilla) 20/9/2015
Baile: Eva María Garrido Eva Yerbabuena.
Guitarra: Francisco Franco Fernández Paco Jarana.
Cante: Juan Antonio Santiago Salazar, Enrique el Extremeño; José Antonio Valencia Vargas José Valencia; y Juan José Amador.
Violín: Vladimir Dmitrienco.
Percusión: Antonio Coronel Llamas.