CÍA M. ÁNGELES GABALDÓN “DEL QUIVIR” Y OTROS RÍOS
Granada. Teatro Alhambra 25/04/2011
Antonio Conde
Fue una obra diferente. Un tratamiento de los conceptos flamencos alejados de las estructuras clásicas. A pesar de esto no siempre alcanzó Ángeles Gabaldón lo pretendido: enganchar al público contando una historia, la historia del Guadalquivir. Pero en las pretensiones ya pudimos apreciar lo que yo entiendo como errores: el primero de ellos, centrarse sobremanera en la parte del rió que rodea Sevilla, porque a pesar de los sones por tanguillos en la voz de Alicia Acuña sustituida por la melodía del guaguancó, rumba cubana ajena del flamenco, no afloró el sentimiento de transmisión. Su registro es tangencialmente opuesto a la estética flamenca salvo destellos.
Esto no quitó certeza ni realidad a su particular forma de entender sus propios objetivos. La estética corporal finamente medida funcionó muy bien desde el comienzo al compás de tangos y tarantos rematados de nuevo en tangos, mientras el sonido del agua se fusionaba con su figura. Cánticos béticos, morunos con voz de Acuña y musicalizados fenomenalmente por Raúl Cantizano nos dejaron el mejor momento de la noche: baile con mantón. De nuevo la hibridación del pasado y el presente, de lo antiguo y lo nuevo, de lo moruno y lo flamenco. Una representación quieta de su cuerpo, al son de unos braceos impetuosos, vistiendo el escenario. Con la trompeta de Antonio Montiel las siluetas plásticas se repetían, quizás en exceso, pareciendo una repetición de la pieza anterior, pero con diferente música. En la temporalización de la obra agradecí que la sevillana no abusara de los pies. Resolvió sin apenas utilizarlos, en un intento loable de transmitir sin agarrarse a la repetitiva conferencia del abuso de los bajos. Muy buenas intenciones.
Otro de los momentos de la obra fue la magnífica propuesta de bailar una toná con bata de cola. De nuevo plasticismo en el cuerpo y simbiosis entre traje y bailaora. Una transición percusiva de Cantizano y Pimentel, totalmente prescindible derivó en tanguillos que no supieron a dulce, mientras que el final con sones cubanos regó el final del espectáculo de un sabor agridulce entre el público, que no acabó convencido de la propuesta. A pesar de esto, el teatro se llenó y ver a Gabaldón más madura mereció la pena. La pena, el poco acertado hilván entre la obra y el intento de argumentarla a través de elementos como es el Guadalquivir.