RESEÑAS
ESENCIA GITANA-FLAMENCA EN 
`PANSEQUITO DEL PUERTO´
Jaén. Teatro Infanta Leonor 27/5/2011
Rafael Valera Espinosa
A veces tenemos la tendencia de calificar al artista flamenco con la buena intención de resaltar sus cualidades y trayectoria profesional para diferenciarlo de no se qué. ¡Que si es innovador! ¡Le falta evolucionar! ¡Es único!... Cada intérprete es como es y en su arte están incluidas todas sus virtudes. Puede gustar más o no estar en consonancia con nuestras iniciales propuestas o gustos, pero todo ello es arte, y en esta ocasión arte flamenco. Lo último es lo que patentizó José Cortés Jiménez “Pansequito del Puerto” el viernes, 27 de mayo, en el Teatro Infanta Leonor de Jaén con su recital encuadrado en el circuito “Flamenco viene del Sur
No tenía (y por tanto no lo hizo) que modificar su personalidad flamenca, la que lo distingue desde hace 40 años como un cantaor de rajo y enjundia gitana, todo lo cual suele establecerlo con el conocimiento de los estilos, el dominio del repertorio, la impronta personal, su dosificada nasalización singular, su poderío tonal y la entrega en el escenario. ¿Se puede pedir más? En las tesituras referidas y conociendo como preparar la adecuación y prestancia de su órgano cantaor, el algecireño comenzó con cantiñas-alegrías estructuradas con acusado reposamiento buscando su estabilidad emocional y profesional, para seguidamente alcanzar los bellos momentos cantaores que propiciaron pellizco y esencia gitana-flamenca por los clarificados estilos soleareros y siguiriyeros, evidenciando así su maestría.
Como buen conocedor de las preferencias del aficionado jiennense, en sus soleares revindicó la escuela alcalaína de Joaquín el de la Paula por las resonancias de su sobrino Juan Talega, armonizando en la de remate alcalaeña la prestancia de Antonio Mairena; adecuado así su poderío tonal, abordó el estilo por La Andonda y su singularidad por Paquirri, para finalizar por Juaniquín de Lebrija. Similar tratamiento (de hondura y quejío flamenco) efectuó por siguiriyas del porteño Tomás el Nitri, del jerezano Juan Junquera con adaptación personal de los ecos de Manuel Torre, nuevamente por El Nitri y una cabal de remate en la que constató la creatividad del sanluqueño Diego el Lebrijano.
Satisfecho de su demostrado arte, José Cortés homenajeo a la tierra linarense con una serie de tarantas-tarantos en las que desgranó las enseñanzas que Basilio Salazar estableciera sobre El Cojo de Málaga, Manuel Escacena o el propio Manuel Torre, artífice este último del estilo en cuestión, y que Pansequito plasmó con prestancia flamenca en las dos primeras, y ciertos tratamientos personales en la tercera. A las bulerías le imprimió su sello característico con marcado compás y alargamientos melismáticos, adornándose posteriormente con su dominio del cuplé flamenco que tan singularmente desarrolla. Finalizó con una serie de fandangos (sin micrófono), en los realzó la creatividad de Antonio el de la Calzá entre otros.
Conjunción inigualable con José fue la que estableció el guitarrista Manuel Parrilla, ofertando un toque sobrio y pleno de acusados tonos, tratamiento este que favorecía la sosegada impronta cantaora de Pansequito, adornándole las subidas tonales, ocupando con versatilidad los silencios cantaores, y marcando el compás y el ritmo que el del Puerto demandaba.