Revista La Flamenca. Pedro Madroñal Sevilla /Teatro Central / 12/3/2014
Un único ayeo te puede recordar la razón por la que escoges el arte jondo como compañero de viaje en la vida. Un único ayeo puede desnudar tu conciencia para que no olvides el motivo de tu condena en esta cárcel de melodías y ritmos flamencos.
Anoche en el Central, Alonso Núñez Núñez “Rancapino” demostró que el arte jondo no tiene ni leyes ni reglas, más bien posee un fin, el de situarte en el mundo cerrando los ojos y abriendo el pensamiento para, en un gesto irracional y masoquista, disfrutar del dolor y la tragedia que muestra el cante por derecho.
Pero vamos desde el principio. Se proyecta un video con Rancapino padre e hijo representando la entrega del conocimiento flamenco, una especie de abdicación jonda en la que el viejo cantaor otorga al nuevo su bagaje artístico. Un sólo problema, el arte no se hereda.
Duelo de martinetes para abrir boca y paso a “Rancapino Hijo” con la guitarra de Antonio Higuero y las palmas de Ali de la Tota y Manuel Salado, primero por soleá de Charamusco acompasada y bien timbrada. Cambio por alegrías en la que el joven cantaor muestra su ADN gaditano que prolonga en la malagueña del Mellizo con su padre siempre anudado en la garganta. El tiento eterno soplón y chivato deja entrever las carencias del cantaor que suple con bulerías y sobre todo fandangos naturales buscando los ecos de Caracol.
Rancapino Hijo tiene maneras en el escenario, que maneja bien para su juventud, e interpreta bajo un código familiar heredado y propio de la casa con gusto, pero tiene que desprenderse del influjo paterno, buscar nuevas letras, nuevos ademanes y nuevos mensajes porque para Rancapino ya tenemos al original y genuino, resumiendo abandonar la etapa de formación y emprender el viaje a su obra artística.
Llegó el momento, el pequeño cuerpo de Alonso ocupa todo el escenario para templarse por soleá, ahora sí, empieza el dolor. Recuerda aJuan Talegay se agita en la silla para dejar pasar por sus cuerdas vocales un suspiro de aire que mezcla con tierra y con sal moldeándolo para escupir un monumento al cante madre, dos trazos, media faena.
Deja al aire la sonanta que hasta ahora mandaba y que se pone nerviosa al servicio del maestro para meter Cádiz en dos malagueñas, Enrique El Mellizo y Antonio Chacón, sin fuelle, sin recorrido, sin volumen pero con mil cosas más que no se saben explicar, que no se pueden explicar. Algún tono le recuerda al taranto y nos lo regala. Aquí respira en cada sílaba porque no quiere dejarse ni una nota dentro.
Todos sabíamos, Curro Romero el primero allí presente, que fallaría con la espada en la suerte de matar al toro del cante aunque un detalle en cualquier lance te sometería para siempre. Pero la faena era de trofeo y se ganó la puerta grande por seguiriyas gitanas y de jerez. No quiso dejar un alma intacta imprimiendo su marca con la espada de la tragedia seguiriyera en la que intuíamos al niño gitano negro y descalzo que andaba por Chiclana, al joven compañero de Camarón, al superviviente a la última gran generación de cantaores. Rancapino, la leyenda.
Ficha artística.
Espectáculo: Rancapino y Rancapino Hijo. “ El ayer y el hoy”
Ciclo: Flamenco Viene del sur. Teatro Central
Cante: Alonso Núñez Núñez Rancapino y Rancapino Hijo
Guitarra: Antonio Higuero
Palmas y jaleos: Ali de la Tota y Manuel Salado