Cante: Esperanza Fernández - Guitarra: Miguel Ángel Cortés - Tertulia Flamenca de Enseñantes "Calixto Sánchez" - Salón de Actos de la Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Sevilla. - Sevilla 16 de abril.
Mujer, gitana y artista: tres sabrosos condimentos que combina Esperanza para cocinar el mejor flamenco femenino de la actualidad. Desgraciadamente, se nos van los "trinos" y los "gritos" de cantaores y cantaoras de relevancia indiscutible. Homenajeaban esa noche a Juanito Valderrama (un sombrero colgado en el pico de la silla simbolizaba su presencia) sin guardar ni un minuto de silencio por su muerte: este españolito bonachón no lo hubiera perdonado. Cantar es el mejor tributo que se le puede rendir. Sólo unas semanas después nos abandona la genial Paquera de Jerez.
Afortunadamente, tenemos en la voz de la joven Esperanza la llama viva de un cante extraordinario que bebe de las raíces de sus progenitores, de Triana y de Lebrija. La campiña le regala el aire para llenar su pecho de las penas y alegrías que brotan de su garganta tibia. Sentencio: no hay nadie que la iguale en su generación; no la conozco yo.
Da el tono templado la guitarra de Miguel Ángel Cortés. Granada se da la vuelta para acompañar a una mujer de tronío. Es en la soleá cuando asienta el cante la trianera. A pesar de las molestias de una puñetera alergia, pule el lamento y siente los tercios ligándolos cuando toca, respirando en los cortes mínimos; otros, dramáticos y más largos. Sería pedante citar los numerosos estilos que domina esta gitana, pero cabe destacar los matices que consigue en los cantes de la Sarneta. En los vaivenes de las cantiñas se pone zalamera y pícara. Juega con la voz y sale victoriosa con los cantes del Pinini.
Pero es sin duda la seguiriya, dedicada a su abuelo, que estaba presente en la sala, el cante que provocó la emoción, que el respetable tuvo que contener sin más liberación que una ristra de olés, y la inquietante sensación de sufrir, a la par que se quejaba Esperanza, la puyita que duele. Alivia tensiones por tangos y cierran el espectáculo las bulerías. Los comentarios sobran al verla bailar acompañada a la percusión por su hijo, casi de la misma estatura que el cajón con el que marcaba el compás. La ovación es evidente.