En la noche del martes se entregaron los Giraldillos de la Bienal 2012, es decir que los galardonados en las distintas facetas del espectáculo flamenco recibieron sus estatuillas un año después de que se les concedieran.
La gala se celebró en la sede de la Bienal, el convento de Santa Clara, que se ha convertido en un lugar mágico para el flamenco. Con un público estrictamente gremial, se desarrolló una velada que reproduce a escala la estructura de otras entregas de premios, como las del cine. Presentada por Maik Alexandre, la ceremonia resultó fluida y amable. Las diversas actuaciones reflejaron el favorecedor estado de ánimo de los galardonados, y por un momento parecía que la Bienal era realmente lo que debe ser: la mayor cita del flamenco.
La primera en recibir su premio fue Patricia Guerrero, que quedaba así reconocida como artista revelación. La granadina de 23 años se ha colocado concienzudamente en la primera línea del baile con una exposición técnica insuperable y una plasticidad hermosa y peculiar. Su participación como artista invitada en el espectáculo “Las idas y las vueltas” le deja imprevisiblemente (tratándose de un concierto de fusión barroca y flamenca en la que el baile no era protagonista) una estatuilla que la carga de responsabilidad. Hasta hoy ha destacado como solista en el Ballet Flamenco de Andalucía. Tiene ahora que empezar a crear su propio lenguaje, reblandecer la coraza técnica y dejarnos adivinar qué late en su corazón.
Precisamente con baile se abrió la noche. El magnífico cante de Antonio Campos para el baile de los maestros José Galván y Manuel Marín, que recrearon las esencias de la escuela sevillana en un trío que completaba Rafaela Carrasco, que ;cómo no, lució bata de cola por alegrías. Rafaela recibió el premio especial del jurado por “La punta y la raíz” el espectáculo que la propia Bienal le encargó como clausura del festival, y que sirvió de homenaje a los maestros del baile sevillano que perviven en los artistas de hoy. Rafaela reconoció el esfuerzo coral de los bailaores que participaron en él, y reivindicó mayor hermandad en la ciudad del baile.
En la faceta de acompañamiento el jurado (que por cierto, no sabemos exactamente quién compone) falló a favor de José Ángel Carmona en el cante y Juan Requena a la guitarra. Cada uno de ellos tuvo la oportunidad de mostrar su oficio, el primero con el excelente cante por martinetes que arropó a Javier Latorre y el segundo asistiendo a su inseparable José Valencia. Muchos aficionados esperan el establecimiento definitivo de Carmona como cantaor pa’lante, ya que atesora un metal precioso, rigurosidad y conocimientos. Falta de nuevo descubrir su propio acento en el repertorio jondo.
A continuación, la Bienal centró su mirada en los ámbitos puramente escénicos, que cada vez ganan mayor peso en el panorama flamenco. Buena prueba de ello es que el premio al mejor espectáculo se lo llevó una adaptación teatral (“Aleluya erótica”, con Rosario Toledo, José Valencia y Dani de Morón), no sin antes incluir un galardón tan peculiar como el de mejor dirección escénica, que cayó en manos de Juan Kruz por “Romances”. Ya dijo alguien que el medio es el mensaje, y con su conquista del escenario teatral, el flamenco se ha teatralizado, valga la redundancia. Tanto es así que “La Consagración”; el ballet de temática campera que Estévez y Paños levantaron sobre la música de Stravinsky, fue señalado como la mejor coreografía.
El Giraldillo a la mejor música reconoció la fusión entre música barroca colonial (la cosa no podía tener un punto de partida más sui géneris) y el cante de Arcángel, que es de los pocos flamencos que pueden acometer ese encuentro con solvencia e integridad. Los músicos de la Academia del Piaccere, encabezados por Fami Alqhai, tuvieron oportunidad de dejar una contundente muestra de la profundidad de su propuesta, en una pieza por seguiriyas que contó con el baile excepcional de Patricia Guerrero.
Pero esta no fue la actuación más heterodoxa de la noche. La cuajó Javier Latorre, quien autorizado por su premio a la maestría, discurrió lo más lejos de los límites del flamenco. Su actuación se compuso del baile solista sobre el Réquiem de Mozart, para luego enlazar (no muy coherentemente) con el cante por martinetes de José Ángel Carmona. Cabe destacar su dedicatoria, que regaló a todos sus alumnos, que le “permiten haberse convertido en maestro”.
Finalmente los premios básicos de la Bienal, los que reconocen las facetas individuales del formato clásico: toque, cante y baile. El primero de ellos llegaba de una manera especial, ya que se premió ex aequo a Dani de Morón y Antonio Rey. Esta es otra incoherencia más del jurado incógnito, ya que nadie se cree el espíritu conciliador de esta decisión, más entre dos formas tan dispares de entender la guitarra de hoy que por antagónicas no pueden premiarse juntas. Sin embargo Dani de Morón mostró su conformidad con esta decisión, mientras que Antonio Rey no se pronunció al respecto.
Fue Dani quien actuó, interpretando la soleá de su primer disco, donde se cristaliza el espíritu subversivo de su guitarra. Su toque empieza en su Morón natal, al que recurre sin remilgos, enmarañándolo dentro de una propuesta que sinceramente descoloca al aficionado medio, sobre todo en su idea rítmica y armónica. Dani de Morón destrona los referentes clásicos para enfrentarlos a unas formas que chisporrotean más violencia que delicadeza. A pesar de su complejidad, la guitarra de este joven es tremendamente temperamental, lo que seguramente le obliga a discurrir por la senda del riesgo en cada una de sus apariciones en solitario.
El premio al baile fue para la autora de “Utopía”, María Pagés, que emocionadísima dio un valor tremendo al galardón. Afirmó que Sevilla es su espacio natural, y de ella esperaba veladamente el guiño de reconocimiento que daba por bueno con este Giraldillo.
También dio enorme valor al premio José Valencia. Aseguró que este Giraldillo era el de su consagración, y que a partir de entonces su obligación era hacer valer esta distinción. A continuación ofreció un recital compacto, en el que engarzó un cante por tonás, soleá, tangos, seguiriyas y bulerías, en lo que entendimos fue un resumen de la actuación que le valió el premio. Todo a tono y a compás, lo que deja más que clara su solvencia.
Y así llegamos al momento mágico de la noche, el mejor instante de la Bienal, que vestía de nostalgia al cante por soleá del Pele. Unos minutos que subliman el espíritu flamenco, y justifican la búsqueda incansable y a menudo ingrata del aficionao. El Pele se mostró cariñoso en sus palabras, auténticamente agradecido por este aplauso que le da Sevilla, y que aseguró le sirve para “volver a levantarse”. Puso un desgarrador aullido a la gala de una Bienal que no está libre del pecado de la vanidad. El cante por soleá y seguiriya del Pele está preñado de esencialidad, desprendido de todo lo innecesario y liberado de los rigores de la forma. Su voz es una oscura galería en la que se combinan la presencia más apabullante y el eco lejano, el susurro clemente. No faltaron las lágrimas en muchos de nosotros. El flamenco siempre vive confundido en torno a su forma genuina. Ayer recibimos una certeza: el flamenco es el Pele. Mención aparte merece la guitarra de Patrocinio Hijo, que asume uno de los acompañamientos más difíciles del flamenco con una sensibilidad entrañable.
Así terminó una noche que nos trae el recuerdo de una Bienal que en la distancia nos resulta más simpática, justo en el ecuador entre la pasada y la próxima edición, de la que no sabemos nada excepto que está en manos de un director elegido bajo una perspectiva más gestora que artística: Cristóbal Ortega.