Teatro Pradillo, Madrid. Del 2 de agosto al 2 de septiembre.

Es un lujo que Madrid tenga en pleno agosto una programación como la que viene ofreciendo desde hace unos años el Teatro Pradillo en su ciclo "La otra mirada del flamenco", donde los artistas asumen sus riesgos sin los corsés de los espectáculos de perfil clásico. Estéticas distintas -y en ocasiones, distantes- se encuentran en torno proyectos de expresión con dos denominadores comunes: entera libertad creativa y el arte como transmisor de mensajes. Frente a los argumentos tradicionales de amores, desamores, pasiones, infortunios y demás estampas arquetípicas del flamenco, los artistas que participan en este ciclo plantean abiertamente sus inquietudes y sus reflexiones personales sobre el arte y sobre la vida.
Esta edición de "La otra mirada del flamenco" fue inaugurada por Rocío Molina y Laura Rozalén, que desarrollaron "Turquesa como el limón, así somos", un alegato contra los prejuicios estéticos. Sobre el escenario, el contraste entre la inclinación flamenca-contemporánea de la primera (así como su exquisitez técnica) y el gusto por aquellas maneras de Pastora Imperio que cultiva la segunda. Diferentes formas de entender la danza interactuando para construir un mensaje de denuncia. En el acompañamiento musical, impecables Negro en la percusión, Paco Cruz y Manuel Cazás con las guitarras y un espléndido Rafael Jiménez "Falo" al cante.
"Falo" fue precisamente el protagonista del segundo programa, que en realidad fueron cuatro programas distintos, uno por noche: "La relación esencial entre el cante y el baile. Triálogos" (con la colaboración de Manuel Liñán), "La evolución del cante a lo largo del tiempo " (con la proyección de la obra "Apuntes de los palos, una antología gráfica del cante", de José Luis Giménez del Pueblo), "La incorporación de nuevos elementos en la música flamenca" y "El nuevo perfil del artista en el flamenco: nuevas disciplinas, nuevas estructuras, nuevos retos". Solo el enunciado de sus propuestas da idea de la envergadura que tiene el trabajo de Rafael Jiménez "Falo", un auténtico maestro del cante y, a la vez, un innovador cuyas aportaciones nacen del conocimiento íntimo de las formas y los fondos de cada estilo. Artista de tradición familiar, "Falo" lleva investigando en el cante más de veinticinco años. Su hasta la fecha único disco en solitario ("Cante Gitano", 1996) supuso una auténtica bocanada de aire fresco en medio de la vorágine fusionista. Un solo ejemplo: "Viajando", soleares que abren el disco, fueron fruto de cuatro intensos años de investigación. Creación desde la más pura raíz. Ese es su sello y así lo expuso en esas cuatro noches del teatro Pradillo en las que cantó montañesas, romances, cantiñas, tonás, malagueña del Mellizo, pregones, soleares, taranta y todo lo que se les ocurra. Su estética podrá compartirse o no, pero su conocimiento y su creatividad no admiten discusión alguna. Como tampoco la admite el trabajo del Juan Antonio Suárez "Cano", guitarrista de bellas ideas y gran sensibilidad que encaja perfectamente en el mundo artístico de Falo.
El relevo lo tomó Manuel Liñán con "1980", donde el granadino revisita su infancia para cerrar cuentas pendientes. De nuevo el flamenco, y en este caso la danza, al servicio de una idea, de una tesis, de un mensaje más allá del propio goce estético. Y de nuevo la creatividad como elemento principal en la construcción de los discursos: un zapateado acompañado exclusivamente por una partitura de palmas, granaína bailada capote en mano o soleá con bata de cola. Como es habitual en él, la coreografía es compleja, llena de recursos, de intensidad, de emoción. Todo el baile va subrayado con la utilización de elementos simbólicos, al tiempo que Liñán se arropa con músicos de gran calidad como los cantaores Picúo y Leo Treviño, las palmeras Tacha y Popi y los guitarristas Arcadio Marín y Fernando de la Rua. Todos espléndidos. Liñán articula su baile y a toda su formación en torno a la mencionada revisión de su pasado más lejano, aquel en el que los cánones sociales se afanaban por moldear la ingenuidad de un espíritu libre.
El contenido menos flamenco del ciclo, pero no por ello menos interesante, lo puso la Compañía Dançem de la coreógrafa Esther Carrasco. Bajo el título "Me cuentas, te cuento, pero no es un cuento" se presentaron cinco piezas breves y autónomas, de diferentes estilos y con distintas motivaciones, como un acercamiento al mundo de las flores (reino vegetal), una reflexión personal sobre el destino y la felicidad o un homenaje a las Flores (reino artístico cuyo trono creó La Faraona, compartido hoy por Lolita y Rosario). Danza contemporánea -con algún guiño flamenco- hecha con originalidad y calidad coreográfica e interpretativa en un espectáculo que fue in crescendo y que, sin embargo, a penas tuvimos la oportunidad de aplaudir ya que la obra no tiene planificado el momento de la recogida de aplausos. Suponemos que será un efecto buscado, pero aun así, nos quedamos con las ganas de agradecerles su trabajo.
Cerró el ciclo la obra "Chanta la mui" (calla la boca, en caló). De nuevo la hermosa experiencia de tres tipos de baile diferente trabajando en ideas comunes: el peso y gusto de Marco Flores, la personalidad y la brillantez de Olga Pericet y la versatilidad y sensibilidad de Daniel Doña. Reflexiones sobre el tiempo y la vida, incursiones en los sueños, profundidades psicóticas, escenografía escasa pero cargada de simbolismo, son elementos sobre los que trabajan estos tres artistas para desarrollar sus propuestas, sus mensajes. Y todo con gran solvencia, originalidad , calidad y riqueza de recursos.
El flamenco como medio y, en el caso de "Falo", también como fin. Lo que vienen demostrando los artistas que participan en "La otra mirada del flamenco" es que a este arte le quedan todavía espacios y direcciones en los que explorar. Artistas como los que han participado en este ciclo evitan los lugares comunes y apuestan por sus propias reflexiones y sus búsquedas personales. Es el flamenco de autor.
Texto: Manuel Moraga - Foto: Paco Manzano