Revista La Flamenca: Revista nº 4 / año 2004 Mayo Junio / Juan Vergillos / Foto: Carlos Arbelós
Tres cumbres hallamos en el género del cine flamenco, dos de ellas documentales y Los tarantos, ejemplo genial y casi único de buen cine dramático-narrativo flamenco. De lo que pudo haber sido un cine musical de raíz en nuestra cultura, de calidad. Nos ocupamos aquí de los dos primeros, esto es, del cine documental flamenco.
Duende y misterio del flamenco (1952) de Edgar Neville, humorista, guionista, narrador, dramaturgo, cineasta y animador cultural de la posguerra, uno de esos geniales olvidados hoy por la cultura oficial por supuestas razones políticas. La película sufrió cortes de los productores para su distribución y el autor se vio obligado a incluir pinceladas de falso costumbrismo en las que da fe de su buen sentido del humor. Cante y baile flamenco con el fondo de colores pálidos de la playa de La Victoria o , el vaporcito de El Puerto alejándose a ritmo de palmas por bulerías que se van apagando, el Sacromonte, la Alambra, Ronda. Una postal turística y popular. Y el canon de la época, con una estricta jerarquía que divide los estilos en "grandes" y "chicos". También algo de danza clásica española en El Escorial. Y el blanco Vejer de la Frontera "el pueblo más bonito del mundo" según asegura con toda la razón la voz en off. La nómina de los intérpretes es suficiente testimonio de la calidad de la cinta: Antonio Mairena, que la abre por seguiriyas de Silverio. Aurelio Sellé, impagable cantando por alegrías junto a la playa de la Victoria gaditana jaleado por un jovencísimo Chano Lobato de endrinos cabellos. Pilar López, la maestra, franca y rotunda con la bata de cola y las castañuelas. Jacinto Almadén, íntimo y desolador. Juanita Acevedo que se atreve a bailar por seguiriyas con un caballo. Roberto Ximenez que muestra una habilidad casi circense para el zapateado sobre una mesa de taberna con las copas de manzanilla puestas y todo. Fernando Rey diciendo un guión absurdo y didáctico al mismo tiempo. Y Antonio, el gran Antonio en la plenitud de su arte, pletórico de ritmo y de expresión, director artístico de la cinta, firmando en el cierre el acta de nacimiento del baile por martinete con la voz de El Pili y el tajo de Ronda de fondo. Una película de su tiempo, la llamada etapa de rehabilitación, entre la cursilada y el didactismo, que necesita de una adecuada restauración y reedición en nuevos formatos.
Flamenco (1995): son muchos los valores flamencos contenidos en esta película de Carlos Saura. Los protagonistas y sus intervenciones fueron minuciosamente calibrados de manera que la cinta no presenta depresiones de intensidad: todo su metraje es esencial. Por ella desfilan los grandes intérpretes del momento, bajo la desnuda mirada de Storaro, de manera que resulta casi imposible destacar algo sobre el conjunto, más allá del propio gusto. Con todo no nos resistimos a recordar algunas secuencias a vuela pluma: inefable el primer plano de La Paquera en su salía buleaera; nadie había retratado con tanta verdad a la cantaora, uno de las más prolíficos flamencos en esto del séptimo arte. O la cálida sensualidad criolla de Merche Esmeralda. El ritmo categórico de Diego Carrasco. La queja telúrica de Agujetas, con el sobrecogedor silencio final; tampoco se había filmado el martinete hasta entonces de esta forma descarnada. La serena visceralidad de Toronjo. El lírico crujido existencial de Fernanda de Utrera, único de los participantes, junto con Chano Lobato, que intervino también en la película de Neville, en el que es acaso el momento de más emoción de Flamenco: un plano fijo, notarial, desmenuza esa soleá suya tan necesaria, la más importante del siglo que se nos fue, desnuda de artificio y de recursos técnicos, casi sin voz, en el puro esqueleto del cante: una verdad esencial.
O el perfil helénico de María Pagés. El desconsuelo íntimo por tarantas, rezo minero hecho copla, de Carmen Linares. La afinadísima miel de Lole. El ronco clamor de Rancapino. La geométrica seducción de Belen Maya. Y por supuesto el torso desnudo de Cortés. Y muchos más momentos destacados (ya hemos dicho que el nivel artístico y cinematográfico se nos antoja insuperable), puesto que hablamos de los más importantes intérpretes de este arte. Así a los citados añadamos los nombres de Morente, Chocolate, Mario Maya, Tomatito, Manuela Carrasco, Mercé, Antonio Toscano, Manolo Sanlúcar, Matilde Coral, Paco de Lucía, Menese ... Algunos eran valores emergentes en vías de consagración, como Belén Maya o Farruquito, para los que la cinta supuso un fuerte espaldarazo. Otros se fueron (Paco Toronjo, Farruco), pero ahí quedó su arte impresionado para poder ser degustado por las generaciones futuras.