La provincia de Córdoba tiene en Lucena y Puente Genil dos satélites importantísimos para que la capital siga dando que hablar dentro la órbita flamenca. El carácter folklórico de los cantes de ambas localidades -intrínsecos desde quién sabe cuándo en el carácter de sus gentes- se mantiene vivo gracias a los cinco estilos de fandangos lucentinos que conocemos y al zángano pontanés; si bien, estos sones pasan casi de puntillas en los festivales de estos machadianos lugares, cuando sabemos que siguen presentes en otras de sus fiestas. De ello fuimos testigos la tradicional noche del 14 de agosto, en la cuadragésimo primera edición del Festival de Cante Grande de Puente Genil. Lo más cercano a este corpus musical vino de la mano de Esperanza Fernández que, de tres estilos que abordó, fue fiel intérprete sólo de uno de los atribuidos a Cayetano Muriel.
Mas el festival comenzó con el habitual retraso de casi todos los eventos flamencos -hay quien no va a llegar a tiempo ni a su entierro- cuando Alonso Rancapino se arrancó por alegrías, repitió el chiste que siempre cuenta sobre la comparación que sobre él y Robert Redford hiciera Chano Lobato, y dejó por soleá y en el segundo tercio de la malagueña del Mellizo, lo mejor que vimos esa noche, junto al baile de Juana Amaya. Porque un irreconocible José de la Tomasa, también con la guitarra de Fernando Moreno, provocó nuestra extrañeza y desconcierto en todo lo que hizo, a excepción de la soleá por bulerías con la principió su intervención. El desconcierto acampó de nuevo en nosotros con Mayte Martín, más insípida que de costumbre en petenera y malagueña con rondeña; e incomprensiblemente confusa y aguajirada en la cabal con que puso fin a una aburridísima tanda por seguiriyas, impropias de quien ha sido consagrada por muchos colegas de la prensa como una cantaora de excepción. La catalana certificó lo evidente cuando volvió a impregnar el garrotín de aires cubanos, para presentar ahora la guajira con carácter de colombiana.
La anarquía siguió con Julián Estrada y su actual forma de impostar la voz, poco creíble aunque más virtuosa. En eso sigue ganando adeptos entre los públicos fácilmente impresionables, y detractores entre los buenos aficionados, porque en los cantes jondos se muestra frío y calculador, y en los folklóricos como un doble del peor fandanguillero de los años treinta. Si a él le va bien así nosotros nos alegramos, pero quisiéramos verle triunfar con el peso específico que sabemos que tiene. Como nos gustaría ver en todo lo alto a Esperanza Fernández pero, a pesar de que parece haber seguido nuestros consejos en cuanto al cambio de cantes por seguiriya (llevaba interpretando los mismos tres estilos con idéntica letra desde hacía bastantes años), tampoco dio el nivel que de ella se espera. A estas alturas, el espectáculo se había hecho eterno para muchos por cuanto, David Pino salió a escena con la garganta visiblemente afectada, decidimos poner punto y final a esta crónica sabiendo que nos perdíamos a El Cabrero, que salió a escena a eso de las cinco de la madrugada.