Judevelo.- 27/2/2011, 21 H.
Teatro Villamarta.
Baile: Shoji Kojima, Christian Lozano, Esmeralda Manzanas Sánchez, Ángel Sánchez Fariña, Pablo Fraile, Ayumi Yanagiya, Kanako Maeda, Konomi Tsumori, Hugo López, Harumitsu Seki, Tomoya Matsuda, Chiharu Okano, Yumiko Kojima, Yayoi Seki, Junko Takeuchi, Etsuko Kiuchi, Moegi Hata, Junko Sujino, Satoyo Kamata, Haruna Kubota, Yoko Saito, Tamaki Kinoshita, Ayako Obayashi.
Cante: Jesús Méndez, El Londro, Mónica Navarro.
Guitarra: Chicuelo, Salva de María.
Violín: Olvido Lanza.
Violonchelo: Lito Iglesias
Percusión: Perico Navarro
Idea Original: Shoji Kojima
Dirección y Coreografía: Javier Latorre
Música: Chicuelo
Letras y textos: Pablo Neruda, Javier Latorrre y Chicuelo.
Escenografía: Chiaki Horikoshi
Iluminación: Hiroo Oshima
Vestuario: Naoki Yamada, Hiroko Tachikawa.
Sonido: Masaru Tanaka
El Villamarta acogió anoche un montaje espectacular, una obra cuidada al detalle que no escatimó en recursos ni en medios. Fueron tales sus dimensiones que en ciertos números el espacio que ofrece la escena jerezana resultó incluso ajustado. La revisión del clásico de Fernando de Rojas que propone el maestro japonés conjugó de manera práctica y vistosa danza teatral, elementos pictóricos y literarios, buena iluminación, impecable sonido y un discurso musical al servicio de la trama que, pese a ciertos tramos a lo Kurosawa, gozó de la fluidez y el ritmo deseados.
El baile de Kojima, especialmente en el taranto, fue puro dramatismo expresionista, nos recordó a los aquelarres y ritos nigromantes que Goya retratara en su serie de pinturas negras. Este oscurantismo que marcó al personaje de la Celestina encontró su contrapunto en las interpretaciones corales llenas de color y viveza del multitudinario y sorprendentemente coordinado cuerpo de baile. Los pasos a dos, a tres, y los solos se sucedieron en un despliegue de técnica pulcra y refinada. De gran sensualidad y erotismo fue el número que protagonizaron Esmeralda Manzanas y Cristian Lozano en los papeles de Melibea y Calisto respectivamente. Hubo incluso ciertos guiños a la tradición teatral oriental con la inclusión de varios pasajes de mímica que la sección femenina del grupo de baile desarrolló en torno a la figura enigmática y embaucadora de la Celestina.
En el apartado musical no podemos dejar de agradecer y elogiar la gran profesionalidad y mayor compromiso que demostró el director musical de la obra, el guitarrista Chicuelo, quien a pesar de haber sufrido un suceso luctuoso horas antes de la representación, tuvo la entereza suficiente como para subirse a las tablas y entregar una interpretación más que emotiva. Su propuesta musical fue muy elaborada, un variado ramillete de estilos flamencos –tanguillos, rumba, taranto, tangos, guajiras, verdiales, tientos, martinete, farruca, bulerías- que trufó con la Serenade de J. S. Bach y el tema de muerte “Cant dels Ocells” de Casal que puso el epílogo a la obra. El violín de Olvido Lanza y el chelo de Lito Iglesias fueron fundamentales a la hora de crear el clima que la propuesta demandaba. El cante fue quizás el recurso al que se le sacó menos partido. Pese a la importancia que las letras tienen para el desarrollo y la comprensión de la trama y aún contando con unos intérpretes de categoría, los poemas de Neruda y las coplas populares que conformaban el apartado lírico no pudieron apreciarse con claridad al quedar tapados por la profusa instrumentación que se disponía en la tarima que ocupaban los músicos. Pero no es este un problema de difícil resolución, con subir la amplificación a la terna cantora sería suficiente.
Kojima, con la inestimable ayuda de Latorre y Chicuelo, ha sabido plasmar en esta obra el amor y respeto que siente por este arte. Un arte tan suyo como nuestro que le embaucó y conquistó hace ya más de cuarenta años como la propia Celestina hacía con sus abducidos.