Es la cita flamenca más clásica que se programa en Madrid. Durante quince días podemos asistir a una intensa sucesión de conferencias y recitales que intentan ser un reflejo de los diferentes trabajos y corrientes que afortunadamente tiene este arte. Tras las actividades previas en La Casa Encendida, la artillería pesada pasa al Teatro Albéniz. El Galardón Calle de Alcalá le fue concedido este año al guitarrista Víctor Monje "Serranito".
Sabiduría y madera
El morisco Diego Clavel es un gran ejemplo de ese flamenco sevillano de la Campiña, largo, serio, grave. Su actuación llevaba en el programa el lema "Sabiduría", algo que él negó por esa humildad que le caracteriza y achacó sus conocimientos a los años. Pero pocos cantaores manejan un repertorio tan amplio como el que tiene el de La Puebla de Cazalla. Su actuación de fue subiendo de intensidad poniendo broche de oro con unos magistrales cantes por siguiriya y cabal. Diego Clavel supo arrancar los olés más sentidos de la noche. La magnífica guitarra de Antonio Carrión encaja perfectamente con ese tipo de cante, envolviéndolo, aliviándolo en su momento preciso, dando intensidad allá donde es necesario, consiguiendo un clima, un todo continuo y creando, en fin, un delicioso equilibrio entre cante y toque. En "De aire y madera" Carmen Linares cantó con su oficio habitual, lo cual ya es mucho, si bien echamos en falta algo más de brillo e intensidad, tanto en su voz como en el propio espectáculo en su conjunto. Nos supo más a madera que a aire. De cualquier forma, fue muy bonita la interacción entre voz y guitarra: la textura aterciopelada de la Linares iba siendo coloreada en todo momento por la guitarra de Juan Carlos Romero. Reseñable fue también el baile de Edu Lozano, con su estética vertical, rígida, llena de gravedad, de fuerza y de flamencura.
Profeta en su tierra
El Galardón Flamenco Calle de Alcalá -que se concede a artistas consagrados ligados artísticamente a Madrid- fue otorgado el día 31 al guitarrista madrileño Víctor Monje "Serranito". Dado que se destacaba su trayectoria como concertista, Víctor Monge planteó un espectáculo con el único acompañamiento de palmas, percusión y unas pinceladitas de ese gran bailaor que es Ángel Muñoz. Serranito se sienta en su silla, y solo él, con su guitarra, toca por tarantas, soleá, granaínas, farruca, seguiriyas... Concertista a la antigua usanza. Todos sabemos que Serranito canturrea sus melodías mientras las ejecuta con la guitarra, pues bien, esa noche lo que hizo fue arrancarse directamente por alegrías: "me han entrado ganas de cantar y he dicho ¿por qué no?" explicó Serranito a la audiencia porque, desde luego, era un día muy especial para dar rienda suelta a todo su arte.
Por su parte, Miguel Poveda cautivó de nuevo por la enorme calidad artística de su último trabajo "Tierra de calma". Saca cada vez más partido a su voz y además se rodea de otros artistas de gran calado. Destacó la labor del guitarrista Juan Carlos Romero, responsable muchas de las composiciones del nuevo disco. Miguel demostró su versatilidad en todo lo que hizo: malagueña con abandolaos, soleá, tona, cantes de levante, sevillanas... A todo esto, se van incorporando la bailaora Rocío Molina y Diego Amador con el piano. El arte termina de desbordar el escenario cuando entra en acción Diego Carrasco para dar la replica en cante y baile a Poveda, en las bulerías "Alfileres de colores". Miguel hasta baila. En los bises, un bolero de Lucho Gatica por bulerías, dedicado a Pedro Almodovar, presente en el patio de butacas. Recital emocionante, conmovedor y generoso.
...Y Lebrija
La noche del jueves 1 de febrero tuvo un inevitable aire lebrijano. Esperanza Fernández (lebrijana al 50% de su sangre) presentó en su faceta más gitana, más genuina y más fiel a su raíz, al mundo flamenco que ha sido el substrato de su arte. Tenía una voz menos limpia que en otras ocasiones, lo que añadió a su cante un color precioso y le obligó a una pelea más viva, más emocionante. Desde el primer momento irradió gitanería, al igual que su hermano Paco Fernández que estuvo muy solvente a la guitarra, con mucha personalidad, pellizco, intención e insinuación. El público aplaudió con ganas a los dos.
El segundo espectáculo nos metió directamente en ese bendito pueblo flamenco que es Lebrija. "Aluricán en Azul y Verde" es una obra dirigida por Tere Peña que homenajea a ese gran guitarrista, cantaor y sabio que fue Pedro Bacán. La hermana de Pedro, Inés Bacán -la dulzura personificada- inauguró el cante con una nana que se instaló directamente en la médula espinal. No se puede cantar una nana con más jondura. Siguió Pepa de Benito y Rafael de Utrera que cantó al baile de Carmen Ledesma. Y así fueron turnándose unos y otros. Inés, por ejemplo, volvió a hacer tambalear los cimientos de las emociones cantando por siguiriyas con esa extraña mezcla de dramatismo, opacidad vocal y sensibilidad. Un prodigio. No puede dejar de destacarse el trabajo de Antonio Moya y Curro Vargas en las guitarras, así como el baile de Angelita Vargas, Carmen Ledesma y Fernanda Peña. Reconforta encontrarse de vez en cuando con esta naturalidad que tanto cuesta conseguir a quienes no han tenido la suerte de que el flamenco haya formado parte inseparable de su existencia. Sin desmerecer a ningún otro núcleo flamenco, por supuesto, este tipo de propuestas vienen a recordar el importantísimo lugar que tiene Lebrija en la geografía jonda.
Flamenco en el altiplano
El del viernes 2 era, a priori, el cartel que más expectativas podía levantar al tratarse de tres cantaores de alto nivel: Canela de San Roque, Pansequito y Mercé, los tres de la misma provincia pero también con modos estéticos casi opuestos. Había en el público una esperanza de sana rivalidad, pero al final resultó bastante plana. Abrió fuego Canela, que no dejó el listón demasiado alto para sus otros dos compañeros. Le vimos excesivamente chillón y acelerado. Es como si se arrebata un guiso: los ingredientes se hacen, pero la salsa no se traba, las texturas son otras y el sabor cambia. Pues eso es lo que pasó con Canela. Niño Jero estuvo cumplió bien, pero tampoco puede decirse que sobresaliera. Panseco pegó un frenazo tan brusco que casi nos duerme al principio, pero aun así se agradeció el alivio. El toreo tiene que ir despacio. Salió algo nervioso, como él mismo reconoció, y quizá eso impidió que su cante transmitiera más, a pesar de que se entregó con generosidad. Hubo algún pellizco, mucha voluntad y, desde luego, la degustación de un modo personalísimo de expresar el flamenco. El último tercio de su actuación fue la más cálida y por bulerías estuvo fenomenal. Diego Amaya, fantástico. A la vuelta del descanso, Mercé se limitó a cumplir con la profesionalidad y la calidad que le caracteriza, pero sin tener una noche especialmente destacable, a pesar de ser uno de los cantaores más grandes de nuestro tiempo. De modo que un Mercé a medio gas sigue siendo mucho Mercé. En cualquier caso, a punto estuvo de quedarse sin bises. Sólo ese público digamos "no especializado" que atrae el jerezano le pidió el "Aire", pieza que por cierto, no cantó. Moraíto, como siempre. Es decir, muy bien. Pero en general, noche, por tanto, más bien plana: correcta, con un nivel alto pero sin grandes momentos.
Sorbitos de Manuela
El Festival Cajamadrid terminaba el sábado día 3 con Manuela Carrasco y "Un sorbito de lo sublime". La sevillana abre bailando por tarantos acompañándose del mantón. Las dos cantaoras, la Tobala y Samara Carrasco, flanquean al guitarrista Pedro Sierra para cantar por tangos. El Torombo baila por alegrías. Su baile es impulsivo, de fuerza desmedida. Enrique el Extremeño canta por trilla, con el buen hacer del que hace gala habitualmente. Todo transcurre en la línea de lo racial y lo puro que impone siempre la Carrasco. Con la salida al escenario de Manuel Molina se engrandece el arte. Sus cantes por bulerías salen a borbotones y los dispara cargados de sensibilidad. Manuela Carrasco le da la réplica bailándole, se funden el cante de Manuel y el baile de Manuela, arte al cuadrado. Se saborea lo sublime. De nuevo las cantaoras ocupan la escena por malagueñas y abandolaos y por bulerías. Y después, la Soleá, el sorbito que deja Manuela Carrasco para paladear al final. La bailaora se vuelca en ella, ayudada por su grupo, que la arropa y jalea como nadie. Vestida de torera es donde Manuela entra a matar. Con su personal movimiento de brazos, sus gestos distinguidos y raciales, su rabia puesta en los pies, logra momentos de gran calidad artística.
Afición ejemplar
Y unas últimas líneas para subrayar la calidad de la afición madrileña, siempre respetuosa, que sabe reconocer la labor de los artistas y valorarla con una gran ecuanimidad. Lo comprobamos una y otra vez a lo largo de esta edición del Festival Cajamadrid donde no se ha aplaudido al nombre, sino al trabajo demostrado, lo cual no quita que haya nombres que atraigan a otros públicos y, estos sí, juzguen con menos imparcialidad.
Texto: Manuel Moraga y Sonia Martínez - Fotos: Paco Manzano