Lola Pantoja: Sevilla / Teatro de la Maestranza, 25/9/2012
Fotos: La Bienal
Prácticamente desde sus inicios el flamenco ha tenido que cargar con el continuo vaticinio de su muerte. Sin embargo, no solo no ha fenecido, sino que está más vivo que nunca. Nani Paños y Rafael Estévez nos lo confirmaron ayer con esta versión flamenca de La Consagración de la Primavera de Stravinsky a quien, si hubiera estado ayer en el Teatro Maestranza, seguro que le habría salido del alma un rotundo ole.
Y es que, como reconoció Javier Latorre, que ejercía de padre orgulloso de una de las bailarinas, cuando lo bueno se junta con lo bueno, no puede salir más que algo bueno. Y todos los que asistimos ayer a este absoluto y fulgurante estreno pudimos comprobar que el reputado coreógrafo no se equivocaba. Todos los ingredientes de la receta de esta hermosa obra son de una calidad inmejorable.
El espectáculo se divide en dos partes bien diferenciadas, aunque ambas giran en torno a la terrible desigualdad social que condenaba a los campesinos andaluces a vivir una vida tan miserable como injusta y desgraciada. No en vano triunfaba en nuestros campos el movimiento anarquista, justo cuando el flamenco comenzaba a dar sus primeros pasos como un arte de creación individual entre las capas de población andaluzas más desfavorecidas. Así, puede decirse que el flamenco nació del hambre y del folclore con el que los andaluces de clase baja sublimaban una vida tremendamente pobre en cuanto a riquezas materiales, pero de una enorme riqueza en cuanto a cultura popular y acervo tradicional.
Todo eso se refleja en la primera parte de este espectáculo cuya temática se centra en el origen campesino de los primeros creadores del flamenco. Por ello, al principio el cante trascurre por los cantes de trilla y de fiesta con los que los jornaleros andaluces animaban los descansos. Para ello, sirviéndose de una magnífica iluminación en tonos ocres, y un vestuario que remite al campo andaluz de los años treinta, la puesta en escena reproduce ante nosotros una imagen que nos recuerda al famoso cartel de ‘Novecento’, la película de Bertolucci.
En esta parte el montaje transita entre los números corales, cuya coreografía se inspira en las tareas propias del campo para trazar un discurso tan descriptivo como simbólico, y los números individuales, como el baile por bulerías de Estévez y Paños en la escena de la fiesta, o la síntesis de reunión en la que los tres cantaores juegan a trasvasar sus límites cantando y tocando la guitarra al mismo tiempo. Lo más interesante de esta primera parte es que ese constante trasvase entre los números de grupo y los individuales presentan una curiosa fluidez, a pesar de que algunas escenas no tienen una ajustada medida. Pero por fortuna, el cante se sitúa en su justo momento, enmarcando la dramaturgia con acierto. En ese sentido cabe destacar la labor de David 'El Galli', Israel Fernández y Rafael Jiménez 'Falo' quien en su calidad de artista invitado supo incidir en el carácter popular del cante. Y como contrapunto la otra artista del cante invitada, Sandra Carrasco, encandiló al público con su voz melodiosa y dulce.
Todos ellos pusieron su cante al servicio de la indagación musical y dancística que motivó este espectáculo, fruto del esfuerzo de esas dos jóvenes figuras que han tenido que esperar y arriesgar haciéndose cargo por completo de la producción. Se trata sin duda de un ejercicio de valentía que se extiende a la propuesta artística, para confirmarnos que la autenticidad del arte también puede encontrarse en el mestizaje. Porque, si algo caracteriza a esta obra, es que estos dos jóvenes talentos han sabido aunar el espíritu dionisíaco del flamenco con el espíritu apolíneo de la música clásica resaltando, por un lado, la herencia tradicional del flamenco y, por otro, su riqueza musical y expresiva gracias a la cual, a pesar de ceñirse a un canal de transmisión oral y una técnica poco explícita, el flamenco puede dialogar y hasta fundirse con otros lenguajes musicales sin perder un ápice de su fuerza. Y por si nos hubiera quedado alguna duda al respecto, Antonio Canales se marcó un pase a dos con por tangos con Rafael Estévez que suspendió en el aire el aroma del jazmín y la dama de noche de los patios trianeros, esos en los que gitanos y payos no tuvieron más remedio que mantener una estrecha convivencia preñada de solidaridad y de arte.
Y así, tras un breve descanso, llegamos a la segunda parte, con la miel en los labios y la fragancia a noche de otros tiempos. Y cuando ya creíamos que el montaje comenzaría a naufragar, nos encontramos con un hermoso ejercicio de maridaje: la música clásica al servicio del baile flamenco. Claro que no se trata de una pieza de música clásica al uso sino de una partitura que el día de su estreno escandalizó a propios y a extraños. Y es que, ‘La Consagración de la Primavera’, como le pasa a muchas obras de arte, es una composición adelantada a su tiempo, tanto que es casi ahora cuando podemos apreciar todo su potencial romántico, un caos emocional que le otorga la misma impronta sublime que subyace en la música y el baile flamenco. Tal vez por eso ayer nos emocionó el taconeo y la flamencura de Canales, la colocación flamenca y las vueltas clásicas de Nani Paños y el vértigo del braceo de Paños, al compás del ritmo y la melodía contundente y rasgada de Stravinsky. Y todo ello al servicio de una dramaturgia tan comprometida con la tradición como con la problemática actual.
Ficha artística:
Obra: La Consagración. Estreno absoluto
Lugar: Sevilla / Teatro de la Maestranza 25 de septiembre
Dirección idea original y coreografía: Rafael Estévez y Valeriano Paños
Artista invitado: Antonio Canales
Colaboración especial: Antonio Ruz
Bailarina principal: Rosana Romero
Música: Igor Stravinsky, popular flamenco y folklore
Bailarines: Macarena López, Sara Jiménez, Carmen Manzanera, Sara Arévalo, Ana Latorre, Carmen Angulo, Andoitz Ruibal, Daniel Morillo, Jesús Perona, Manuel Ramírez
Cante: David 'El Galli', Israel Fernández
Colaboración especial al cante: Sandra Carrasco y Rafael Jiménez 'Falo'