Revista La Flamenca. Lola Pantoja. Sevilla/Teatro Central 20/9/2012 Foto: Manny Rocca
García Lorca concibió Los amores de D. Perlimplin con Belisa en su jardín como un divertimento, una tragicomedia sin demasiadas pretensiones a la que el poeta imprimió una buena carga de sensualidad y lirismo. De ahí que él mismo reconociera que ninguna compañía se atrevería a estrenarla. Por desgracia el genial escritor no pudo verlo, pero esta obra ha sido representada hasta la saciedad por las compañías de teatro independientes que brotaron en la escena española a partir de los años setenta. No obstante, nunca había salido de los márgenes del género teatral. Por fortuna, gracias a Rosalía Gómez, quien encargó para la Bienal su adaptación al laboratorio de investigación teatral TNT, por primera vez ha trasvasado las lindes de su género para expresarse con el lenguaje de la danza flamenca.
Al principio el montaje resulta un tanto denso. El ritmo es lento. Rosario Toledo, en su papel de Belisa, se mueve por el escenario con parsimonia y su baile es perezoso. La iluminación y el vestuario delimitan una atmósfera intimista potenciada por la solemnidad del cante de José Valencia, quien perfila un Perlimplín frustrado y fracasado desde la primera escena, cuando nos insinúa el destino trágico del personaje con una tarta de cumpleaños que exhala polvo al apagarle las velas. En ese sentido cabe destacar la entrega y la capacidad de José Valencia para transmitir las emociones de su personaje con una expresión corporal tan contenida como expresiva, y un dominio de la escena que ya querría para sí más de un actor conocido.
De la misma manera, Rosario Toledo trasvasa los límites del baile para perfilar a Belisa tal y como la concibió el insigne poeta granadino: una mujer rabiosamente joven y sensual que quiere comerse la vida, aunque lo único que puede hacer es soñarla. Así, la bailaora gaditana derrocha un torrente de sensualidad y erotismo que encandila al espectador desde el momento en el que su figura se decanta por el sueño y se quita el vestido. A partir de ahí la obra va in crescendo. El deseo de su impuesto marido la castiga con un cante que se queja con maestría por tarantas y granaínas, pero ella se va apoderando del escenario con su vaivén de sus caderas, con su taconeo justo y rotundo, con su desafío al equilibrio que extrovierte las ansias de libertad del personaje.
El toque cálido y firme de Dani de Morón subraya el erotismo del baile, aunque cuando el ambiente se caldea de verdad es cuando Rosario se dirige hacia su sino trágico bailando el 'Fandango de Scarlatti'. No en vano es la pieza musical que Lorca había elegido para esta obra. Y es tal la transformación de la bailaora en esta escena, que seguro que si Lorca la hubiera visto no se habría resistido a jalearla como lo hizo ayer el público ¡Eres grande Rosario! llegó a gritar una espectadora, y eso que todavía faltaba la escena final, cuando Dani de Morón y José Valencia se atrevieron con la versión del 'Pequeño Vals Vienés' de Enrique Morente. En ese momento Belisa se apoderó del todo del cuerpo de Rosario para, fundiéndose con la poderosa voz de José Valencia -que derrochó sinceridad en ese tema- impactarnos con su sensualidad desesperada hasta dejarnos sin aliento.
Cabe destacar la labor de dirección de Juana Casado quien, gracias a la recreación de unos símbolos tan poéticos como elocuentes, y un espacio escénico conceptual, consigue contar la historia y subrayar el lirismo que la caracteriza.
Ficha artística:
Obra: Aleluya Erótica. Federico García Lorca. Estreno Absoluto
Lugar: Sevilla / Teatro Central, 20 de septiembre
Dirección, adaptación espacio escénico y coreografía: Juana Casado
Coreografía y baile: Rosario Toledo
Cante: José Valencia
Música: Daniel Méndez 'Dani de Morón'
Arreglos musicales: Emilio Morales