No es habitual que en el Auditorio Nacional de Música de Madrid se programe el género flamenco, pero la Consejería de Cultura de Andalucía ha estimado oportuno este espacio -y en concreto la Sala de Cámara del Auditorio- para desarrollar una nueva edición del ciclo Andalucía Flamenca. Una variada programación con primeras figuras de diversas estéticas se extiende desde febrero hasta mayo. Abrió el ciclo quien uno de los más grandes nombres del flamenco de las últimas décadas: Juan Peña el Lebrijano. Los problemas de salud que ha venido arrastrando en los últimos tiempos han mermado sus facultades, pero no su flamenquería, ni su aire. Cada vez son menos los artistas que tuvieron el privilegio de nacer y crecer en el seno de familias cruciales en el desarrollo de este arte y en una época donde la transmisión se efectuaba fundamentalmente en las reuniones íntimas y familiares, es decir, transmisión impregnada de sensaciones, de vida, de momentos inolvidables... Todo eso sale al escenario sin siquiera pretenderlo y aun cuando las condiciones físicas del artista no estén en plenitud ¿Y dónde se manifiestan? En los terrenos más jondos: en la soleá o en la seguiriya, que es donde para cantar con la verdad que le caracteriza tiene que buscar lo más profundo de su ser. Ver al Lebrijano es ser testigo de la historia del flamenco. El apellido Peña siguió protagonizando el segundo día del ciclo con David Peña Dorantes: un alma pura haciendo música. Dorantes tiene la delicadeza, la candidez y la imaginación de un niño y, al mismo tiempo, la madurez necesaria para dar forma y coherencia estructural a sus ideas. Tituló su espectáculo "Flamenco session" y lo que hizo respondió a las expectativas. Con planteamiento jazzístico hizo un interesante recorrido por su obra. En el cuarteto le acompañaron Juan San Juan al cante, Manolo Nieto al bajo y otro Peña, Tete, a la percusión. A todos ellos se unió Pastora Galván, que vino como artista invitada.
Pero ese recorrido no fue mimético. Ni el clásico "Orobroy" -y digo clásico porque es como un estándar de jazz-, ni su "Barrio latino" ni su "Danza de las sombras", ni el "Dí, di Ana", por ejemplo, resultaron igual que en las respectivas grabaciones. Dorantes intercambiaba frases con sus músicos y el concepto resultaba ciertamente distinto. Y más diferente quedó con las aportaciones de Pastora Galván: bailó primero vestida de negro y con unos crótalos. Su segunda intervención, en "Semblanzas de un río" la realizó de blanco y con abanico, que aireó de forma magistral. Por cierto, que cuanto más Pastora es, mucho mejor resulta. Esta bailaora se deja impregnar a veces de la personalidad de su hermano: pero son moldes diferentes, maneras de sentir desiguales, cuerpos disparejos y, por tanto, los mensajes nunca pueden ser los mismos. Animamos a esta gran bailaora a trabajar más en su camino y a profundizar en su personalidad. El público aplaudió larga y sinceramente. En las butacas también estaban sus padres y a ellos les dedicó una de sus interpretaciones. De nuevo encontramos la importancia del ambiente familiar en la transmisión del arte: "El flamenco debe estar en los grandes teatros pero también en los pequeños cuartos", afirmó el pianista. Obligado por las circunstancias Dorantes tuvo que darse una pataíta. Pero, dicho sea con todo el cariño, preferimos su música: la música grande de un gran tímido.
La siguiente en pasar por el auditorio fue Marina Heredia, pero la coincidencia con el Festival Flamenco de Jerez nos impidió asistir a su actuación. Lo que sí pudimos saborear fue el sonido de Jerez en el Auditorio Nacional el pasado 20 de marzo con el programa dedicado, en principio, a Luís el Zambo y La Macanita, siendo sustituida ésta última -por una repentina enfermedad- por Juana de del Pipa. Aunque, a decir verdad, lo que se dice "saborear" se saboreó poco. Juana la del Pipa no terminó de asentarse. Y yo diría que casi no le dio ni tiempo, porque entre el uno y la otra a penas hicieron una hora de recital. Juana, con la guitarra de Manuel Parrilla, empezó a buscarse la voz con tientos y tangos. Quizá la frialdad del escenario -y del público- no aportaba nada a ese cometido, pero lo cierto es que tampoco ella tuvo su tarde de gloria. Siguió la búsqueda por soleá. Una soleá valiente, donde Juana no huyó nunca de los terrenos difíciles y remató acordándose de Merced La Serneta. Pero no fue hasta después, en los fandangos, cuando empezó a hilar bien las faenas. Se sintió más a gusto y se notó en la transmisión. Pero al poco, llegaron unas bulerías breves y el adiós. Salió Luís el Zambo también con la guitarra de Parrilla. Arrancó por tarantas que le sirvieron para calentar la voz y soltar algún pellizco. A continuación vino lo mejor de la noche: su cante por seguiriyas. Luís estaba decidido a buscarse por los terrenos dramáticos y recorrerlos con esa voz dolorosa y dura pero con tanto eco. Quizá no remató con acierto (en la elección del remate, me refiero) pero hubo emoción y tragedia en esos cantes. Siguió por soleá bien templado, pero no logró la intensidad de las seguiriyas. Y terminó con unas bulerías sin guarnición, es decir, sin palmeros.
Salió Juana para hacer un fin de fiesta, pero cuando terminó el turno de ella, los técnicos del Auditorio Nacional encendieron todas las luces y salió un señor con un ramo de flores para cada uno. Total, que partieron el fin de fiesta. El Zambo y la del Pipa tuvieron que dejar los ramos en las sillas y Luís, ya desnaturalizado, hizo su parte de fin de fiesta. Un tanto extraño resulta esto del Auditorio Nacional. Para empezar, el público que asiste no es el habitual que uno se encuentra en las programaciones flamencas. Eso puede ser muy bueno, pero en este caso no resulta así. Quizá sean abonados acostumbrados a otro tipo de música... No sé... El caso es que resulta un tanto frío, despegado del flamenco. Una señora que se sentó a mi lado no podía entender que se alguien soltara un "óle" sincero cuando el artista acometía bien un tercio o remataba bien un cante: le parecía "horroroso". En cuanto al escenario, es demasiado desnudo y creo que no recoge bien a los artistas: se sienten fríos. Y para colmo, sus responsables no están acostumbrados a este tipo de actuaciones, donde es normal que la gente aplauda y los artistas salgan a hacer un bis o a dar una pataíta por bulería. Eso por no hablar del trato a la prensa, que nos colocan en la última fila del gallinero... Perdón, en un Auditorio Nacional no hay gallineros... Sólo después de una queja tuvieron a bien bajarnos unas cuantas filas... Es como si estuviéramos de prestado ahí... Y para colmo, a la salida de la Juana y el Zambo, tomando unas cervezas en un bar cercano, un grupo de personas comentaba a nuestro lado que este tipo de gente (refiriéndose a los artistas) no podían venir al Auditorio Nacional...Todo un poco raro.
Texto: Manuel Moraga - Fotos: Paco Manzano