El papel todo vendido, el salón del Palacio Villavicencio a reventar. Muchos nervios, mayor expectación. Jesús Méndez entró en la sala con porte elegante, el público se puso en pie y lo recibió con una sonora ovación. Al joven cantaor pareció sorprenderle la acogida que le tributó la audiencia, agachó la cabeza, respiró hondo y cargándose de valor y fuerza hizo su camino hasta el escenario. La responsabilidad era grande.
Principió cantando a palo seco, romance de Bernardo del Carpio rematado con el pregón de Macandé. En la primera entrega y a pesar de los nervios, consiguió ya conectar con los asistentes. Moraíto entró entonces en acción e introdujo unas alegrías. El soniquetazo y los jaleos del Bo, Manuel Salado y Manolito de la Mini hacían que Jesús fuera sintiéndose más a gusto. Le dedicó el recital al ya añorado Fernandito Terremoto e hizo una Malagueña. Fue en este estilo donde sentimos al cantaor menos inspirado. Se metió después por soleá apolá, la de Charamusco, evidenciando así influencias del maestro de los Alcores. En la siguiriya fue donde su cante alcanzó mayor enjundia. Variantes atribuidas a Frijones y Manuel Torre rematadas con la cabal del Loco Mateo en la versión que inmortalizara el Serna. Fue en la salida a la ronda de fandangos y en la variada ronda de bulerías de cierre donde se le dejaron notar más los aires de su gente, caracoleros y de San Miguel.
Un recital completo, que fue de menos a más, donde además del cante excepcional del joven Méndez se pudo disfrutar de la sonanta unpluggued de Moraito que con sus falsetas de siempre fue capaz de transmitir una vez más nuevas y hondas sensaciones.
Texto: Julio de Vega