La obra que estrenó Andrés Marín el pasado miércoles en el Villamarta estuvo cargada de simbolismo, intenciones y mensajes, algunos no del todo claros, todo sea dicho. Pero dicen que en el arte tampoco hay por qué entenderlo todo, basta con que emocione, inquiete, provoque. Y en eso el espectáculo no se quedó corto. El sevillano sirvió su baile geométrico, anguloso y cubista trufado con buen cante –la voz telúrica de Lole, el sabor dinástico del de la Tomasa y sus habituales José Valencia y Pepe de Pura- y con instrumentaciones poco frecuentes en terrenos flamencos –laúd, marimba, clarinete y tuba- que dotaron de dramatismo, fuerza y, por momentos, jocosidad a todo el discurso escénico. El paso a dos de Andrés y Concha Vargas por romances por bulerías quedó clavado en la memoria de todos. Un momento de gran intensidad en el que el contraste entre las dos formas de entender el baile fue sencillamente sobrecogedor. Con la marcha Amargura de Font de Anta y el escenario convertido en una suerte de mesa de palio con candelería incluida a ambos lados, el baile de Andrés se tornó aún más provocador. Tocado con capirote y vestido con un peto que nos hizo recordar a los procesados por la Inquisición, el sevillano zarandeó las conciencias de los allí presentes, arrancó la risa nerviosa del público e incluso algún comentario airado. El espectáculo –“La pasión según se mire”- constituye un avance en el proceso de complejización intelectual del baile de Andrés, la materialización de la pasión que el bailaor tiene por este arte.
Texto: Julio de Vega