Muy en la onda postmoderna donde el límite entre disciplinas artísticas se diluye, Fernando Romero acudió el pasado miércoles al primer escenario del certamen –el Villamarta- con una propuesta muy arriesgada y compleja,“Historia de un soldado”. El montaje integraba además de contadas piezas de la obra de Stravinsky de la que toma prestado el argumento, proyecciones audiovisuales, interpretación, diálogos jocosos, dosis de humor, buenos detalles dancísticos –desplegados tanto por el protagonista como por el maestro Manolo Marín en el papel de diablo y por la sensual princesa que encarnó Isabel Bayón- y una música electrónica de fondo, inquietante que aturdía, entorpecía el seguimiento de la trama y tapaba a los cantaores. Pero no fue éste el único desacierto que la obra presentó. Su desarrollo fue además denso y farragoso, hubo quién abandonó la sala antes de tiempo más atraído por los minutos finales del partido de fútbol que por lo que allí se estaba contando.
A su favor, el ramillete de estilos que se introdujeron -saeta, milonga, solea, bulerías, cantiñas, siguiriya, tanguillo y tango y una breve ronda de tonás con los cantaores atravesando el patio de butacas –. También fue acertada la adaptación de las letras al hilo argumental de la obra. Los cantaores-narradores –Juan José Amador y Miguel Ortega- dieron muestras de gran versatilidad y superaron con nota la tarea, no exenta de riesgos, que se le había encomendado.
Mimbres había pero el resultado fue decepcionante. Quizás ciertas modificaciones, - dar mayor protagonismo al cante y al propio baile en detrimento de elementos superfluos por ejemplo- salvarían la obra y contribuirían a poner de manifiesto la verdadera dimensión de este bailaor.
Texto: Julio de Vega