Web revista La Flamenca. Pedro Madroñal Sevilla /Teatro Central / 25/3/2014 Foto: Jaime Martínez
Las manos de Milagros Mengíbar deberían ser declaradas Patrimonio Cultural de la Humanidad, bendecidas y honradas con un Nobel. Cuando suben, palomas que se enredan buscando la Giralda, cuando bajan hojas de árbol otoñal que giran y giran dando viva a la naturaleza humana.
Lunares de Almidón fue el título del espectáculo representado en el Teatro Central sevillano y que llega sin ninguna pretensión metafísica ni filosófica. La estética de siempre, sin complicaciones técnicas ni escenográficas. Un cuadro de baile por el baile, del flamenco tradicional que busca la emoción en la belleza del gesto, de la pose y de la historia.
Se abre el telón con el sonido de Rafael Rodríguez con su sonanta, acertado toda la noche, tanto en ejecución como en composición, único instrumento de la obra que no echó en falta ningún otro acompañamiento. En el centro de la escena Luisa Palicio y Maise Márquez que interpretan la zambra en un paso a dos con bata de cola. El manejo del mantón en la coreografía recuerda el arte de la geisha con el abanico en una demostración de habilidad y gusto.
Una de blanco y la otra de negro. Dos conceptos opuestos de baile. Maise vertical, aire y serenidad, técnica y hombros, Luisa curva, tierra y pasión, intuición y caderas. Renacimiento versus barroco. Así lo demostrarían, la una por seguiriyas, la otra por soleá, una de pies poderosos, otra de bata contundente.
Entre una y otra, el milagro de Mengíbar. El baile como estampan que busca la belleza simple, la proporción áurea donde la mujer es mujer elegante y femenina, comedida y decente, dulce y frágil. Pone de manifiesto el concepto de la feminidad occidental que se extrema en Andalucía a base de tópicos y siglos.
Milagros baila la música y el cante no como soporte rítmico y sonoro más bien como objeto de inspiración jonda, entrando en el sentido y sentimiento de la letra y las notas de la guitarra. El cante lo ponen dos de los de siempre, profesionales y acordes con la intención, Juan Reina y Manolo Sevilla, pero sobre todo Manuel Romero, cantaor poderoso, rítmico y con gusto que soporta el peso de la obra con su colocación voz, esperanzador futuro.
Mengíbar bailó la caña de negro con lunares blancos, bata y mantón, pelo recogido al moño, llenando el escenario con sutiles movimientos. Mandan los brazos, desde los hombros a la última falange, en un movimiento de belleza infinita.
Cierra, tras el trémolo ladrón y asesino de Rafael por bulerías, bailando por alegrías en la que se adivina más la gracia sevillana que la gaditana, más el río que el mar y que tras distintos pasos y mudanzas flamencas tienen que ser las manos las que nos lleven de nuevo a la gloria de siempre, ahora de azul y naranja.
Público de pie, pataita de rigor y vuelta a casa con el sabor eterno del baile de siempre, la escuela sevillana, esa forma decimonónica de representar lo jondo a través de lo femenino, de lo bello.
Ficha artística:
Espectáculo: Lunares de Almidón
Baile: Milagros Mengíbar, Luisa Palicio y Maise Márquez.
Cante: Manuel Romero, Juan Reina y Manolo Sevilla.
Guitarra: Rafael Rodríguez.