Web revista La Flamenca. Pedro Madroñal Sevilla /Teatro Central / 22/4/2014
En la acertada programación de Flamenco viene del sur había hueco para dos guitarristas mujeres, Marta Robles y Antonia Jiménez, que de la mano de Fernando González Caballos de Bujío de ideas a cuatro mano como productor artístico se presentaron en las tablas del Teatro Central de Sevilla para escenificar no sólo una propuesta flamenca sino un modelo estético en el que la sexuación se diluye entre los códigos jondos del arte.
El flamenco como disciplina artística históricamente ha marcado una división del trabajo según sexo en el que, sobre todo a partir de finales del siglo XIX, la mujer principalmente se dedicaba al baile al que dotaba, según los hombres, de características femeninas, también al cante que tenía su estética propia, y casi nada al toque donde el hombre ejercía su liderazgo musical y mercantil.
El recital de anoche más que una reivindicación es una normalización de los roles, si no aún en cantidad si en calidad.
Marta Robles se encargó de romper el hielo con la Rondeña de Don Ramón Montoya que le suena limpia, prevalece su formación de guitarra clásica pero dota a la composición de elegancia y guiños flamenquísimos. Continúa por guajiras compuestas para su sobrino y remata por zapateado, en todo momento maneja los volúmenes, los contrastes métricos y la técnica con maestría.
En la acertada programación de Flamenco viene del sur había hueco para dos guitarristas mujeres, Marta Robles y Antonia Jiménez, que de la mano de Fernando González Caballos de Bujío de ideas a cuatro mano como productor artístico se presentaron en las tablas del Teatro Central de Sevilla para escenificar no sólo una propuesta flamenca sino un modelo estético en el que la sexuación se diluye entre los códigos jondos del arte.
El flamenco como disciplina artística históricamente ha marcado una división del trabajo según sexo en el que, sobre todo a partir de finales del siglo XIX, la mujer principalmente se dedicaba al baile al que dotaba, según los hombres, de características femeninas, también al cante que tenía su estética propia, y casi nada al toque donde el hombre ejercía su liderazgo musical y mercantil.
El recital de anoche más que una reivindicación es una normalización de los roles, si no aún en cantidad si en calidad.
Marta Robles se encargó de romper el hielo con la Rondeña de Don Ramón Montoya que le suena limpia, prevalece su formación de guitarra clásica pero dota a la composición de elegancia y guiños flamenquísimos. Continúa por guajiras compuestas para su sobrino y remata por zapateado, en todo momento maneja los volúmenes, los contrastes métricos y la técnica con maestría.
Antonia Jiménez entra en escena a través de la taranta, su sonido resulta más familiar, usa los códigos propios del toque flamenco y el espectáculo pierde tensión pero gana jondura, pierde frescura pero gana en flamenquería. Titubea al principio pero se hace con la situación. De nuevo huele a cuba por tanguillos y aumenta la emoción por seguiriyas. La composición resulta por momentos monótona y repetitiva.
El tercer invitado sería Kique Terrón que acompañó magistralmente con la percusión los toques de ambas guitarristas dotando a la música de un soporte rítmico bello y preciso sin copar protagonismo.
Una con falda floral, sarcillos y labios granas, la otra neutral, oscura, limpia. Hipercorporiedad-hipocorporiedad. Da igual quien fuese quien. La música brota de almas sin sexo.
Fin de fiesta que rematan por tangos juntas, de equilibrada factura en la que se podían escuchar dos sonidos distintos, dos maneras de afrontar la armonía y apuntar la melodía. Recital de arpegios, trémolos, rasgueos, silencios, vibratos, armónicos…
Un flamenco educado y fino, bonito y pulcro de dos guitarras que no se enfrentaban ni eran complementarias ni opuestas ni dialogaban, sólo dos guitarras distintas, tan distintas como pueden ser la de dos tocaores hombres.
Ficha artística:
Espectáculo: “Dos mujeres tocaoras”
Guitarras: Marta Robles y Antonia Jiménez
Percusión: kique Terrón