El cantaor de la Puebla de Cazalla, José Menese protagonizó la primera puesta en escena en el circuito “Flamenco viene del Sur” en la ciudad de Jaén. Su larga trayectoria flamenca despertó cierta expectación entre los flamencos jiennenses, ávidos de conocer el momento artístico del morisco.
No las tenia todas consigo en el comienzo de su recital. Y lo reiteró en varias ocasiones después de presentarse y referir su pasión por el colectivo jiennense que tantas veces ha sucumbido a su inigualable arte desde mediados de la década de los sesenta. Como avezado y veterano cantaor, el de la Puebla se saltó el programa de mano establecido –algo usual en su anárquico comportamiento flamenco establecido siempre con suficiencia cantaora- buscando sus condiciones físicas y vocales para contentar a sus seguidores, los cuales conocen su entrega, la esencia de su jondo pellizco, la ortodoxia de un reivindicativo cante que traspasa las emociones políticas y cantaoras, las cuales le han encumbrado como una primera figura de este universal arte.
Así, Menese comenzó su recital con nana flamenca estructurando la búsqueda de la adecuada tonalidad cantaora por la que iba a desarrollar el resto de la actuación, pues el dominio y las influencias de uno de sus maestros en el estilo (Bernardo el de los Lobitos) propiciaron que su instrumento canoro se fuera suavizando con la citada interpretación. Otro tanto experimentó con la farruca, la cual reposó en demasía esperando las adecuadas sensaciones para abordar con garantías tonales el resto de su repertorio. Mas tuvo que repetir la letra y la nomenclatura tonal de la taranta-taranto que el linarense Basilio Salazar que le enseñó a El Cojo de Málaga a comienzos del siglo XX para conseguir confianza y posicionarse con garantías en el Infanta Leonor, escenario que permitió una vez más constatar su jondo cante el pasado viernes, 18 de marzo.
Y a partir de aquí, las sensaciones flamencas fueron otras. Más seguro, abordó el polo con una solearilla introductora que enlazó con solea del iliturgitano Illanda, para acometer el polo sevillano rematándolo con la ¿trianera? soleá de Silverio. En su afán de reivindicar a sus maestros de Zambra –aquí a Rafael Romero- estableció buen eco flamenco en sus dos primeras peteneras, estableciendo seguidamente la singular y creativa impronta de la de los Peines.
Tras un breve paréntesis que protagonizó su acompañante, el mairenero Antonio Carrión con un magistral toque por bulerías en el que rindió homenaje a sus admirados Niño Ricardo, Melchor de Marchena y Diego el del Gastor, el morisco Menese se volvió a encontrarse en la granaína con la tesitura tonal de las primeras interpretaciones. Fueron los tientos los que le transportaron a su verdadera esencia jonda y a un adecuado tono cantaor para ofertar soleares (se retiró del escenario para exponer su inicial puesta en escena según el programa de mano), con firme compás y buenas sensaciones tonales por Alcalá, jondas evocaciones de Juaniquín de Lebrija, y prestantes resonancias de Joaquín el de la Paula. Mas, el acostumbrado pellizco gitano-jondo de su arte lo volvió a establecer por siguiriyas de Tomás El Nitri y de Tío José de Paula, rematado todo con una prestante, sentida y sobria –virtudes que redondearon su ejecución- cabal de El Loco Mateo, estableciendo así su categoría flamenca.
Una vez más Antonio Carrión demostró su solvencia y maestría flamenca, estructurando un acompañamiento en el que dotó de las máximas facilidades el lucimiento del cantaor, estableciendo falsetas añejas y virtuosas, plenas de esencias dominadoras del traste guitarrístico, solventando con precisión del pulgar los trémolos y picaos para el descanso vocal del cantaor, a la vez que sus eficientes y fuertes pulsaciones redondeaban un perfecto y ajustado complemento artístico.