El cantaor del barrio de la Macarena cumple el confinamiento puliendo su tercer libro de letras para el cante, reivindicando la figura y el arte de El Cojo de Málaga, Cobitos, Tragapanes o La Pompi y denunciando la falta de reconocimiento para los artistas veteranos.
Revista La Flamenca. Xavier Grau. 29/5/2020
A José de la Tomasa le encontramos en Sevilla, vía telefónica en estos tiempos de pandemia, arreglando unos asuntillos personales que no han podido esperar. Como siempre, atento. Gustoso de hablar con la prensa. “Resignado como todos”, por esta enfermedad que se ha llevado a muchas personas.
Este tiempo de encierro obligado no ha suavizado su indignación ni su enfado por el modo como se siente tratado; él y los de su generación, que para su disgusto no es egoísta a pesar de su duro lamento.
A cada respuesta, expresa José un dolor agrio y denso. Que se manifiesta contenido pero que se dirige a todos: “el problema es que hace cincuenta años, cuando yo empecé a cantar, éramos cavernícolas y en el mundo de hoy nos hemos quedado atrasados”.
Con cada palabra, el cantaor, nacido en Sevilla en 1951, se reivindica con gallardía y contrariedad: “un cantaor veterano como yo es ahora que empieza a ser fruta madura, a sentirse bien, con vivencias y con conocimientos de esa fuente de la que hay que beber para cantar mejor que nunca”.
Y persigue que no se pierda el respeto, el valor, la admiración por “esa fuente que es la persona que nace para cantar”, como él se considera. Heredero de una genética de leyendas, por parte de madre y de padre, como Tomasa Soto y Manuel Giorgio “Pies de Plomo”; nieto de Pepe Torre y sobrino nieto de Manuel Torre.
“LOS PROGRAMADORES SE PIERDEN POR LO NUEVO Y LOS CRÍTICOS HABLAN DE LA GLORIA DEL FLAMENCO PERO SE OLVIDAN DE LA FUENTE CLARA”
“Yo creo que estoy mejor que nunca, poseo el cuajo de haber vivido todo eso, con la voz más redonda, mejor cuando afloran los quiebros” y viendo, dolido, según cuenta, cómo “después de levantar al público en Madrid, la gente se olvida”. No por culpa de los espectadores, destaca, “sino por falta de sensibilidad de los programadores que se pierden por lo nuevo por falta de conocimiento de la crítica que habla siempre de la ‘gloria del flamenco’ y se olvidan de la fuente clara...”
Esa es, la fuente, de nuevo, la preocupación de José de la Tomasa. Él la reclama y la mantiene alta en su denuncia desde el pedestal encaramado de los dos siglos de letanía de estirpe que le hacen sentir “que el cante me ha elegido a mí por la sangre de mi familia”.
Premio Nacional de la Cátedra de Flamencología de Jerez en 2012, le duele su propia situación, su resignación y el sentir que lucha contracorriente. “Porque aquí en España, a cierta edad, los artistas veteranos vemos como los contratadores nos olvidan y los compañeros también... y eso no pasa en países como Estados Unidos donde veneran a los veteranos”, explica pensando en su consagración allá por 1976 tras ganar los concursos de Mairena del Alcor y Córdoba. Ese mismo año grabó con Belter su primer disco con palos clásicos.
José tira de ejemplos para ilustrar su pesadumbre con el panorama, ahora más escarpado por la crisis del coronavirus. “Porque esto no siempre ha sido así y a los veteranos se les ha respetado”. Lo puntualiza recordando el trasiego que movía a un Juan Talega octogenario y a otros cantaores también longevos como Manuel de María o Perrate.
“CANTAR ES EL ÚNICO ESCAPE QUE TENGO Y NO CANTAR ME FRUSTRA LA VIDA Y ME LA LLENA DE MELANCOLÍA”
La expresividad que utiliza José de la Tomasa hace casi palpable su frustración anímica y física para un cuerpo que le pide escenario, gira, actuaciones diarias. El parón por el covid-19 ha venido a enredar más la situación por la suspensión de varios recitales previstos en las próximas semanas. Por eso se inquieta. Porque “los cantores como yo sufrimos mucho estar sin actuar porque es el único tubo de escape que tengo en el alma y no cantar me frustra la vida y me la llena de melancolía”.
Si a algo se agarra este cantaor esencial es a las casi dos décadas y media que lleva como profesor en la Fundación Cristina Haaren. Disfrutando con sus clases y orientando a sus alumnos, esos en los que ve en un segundo toda la flamencura que llevan encima. “Ese algo lo detectamos rápido sólo en la forma de sentarse del estudiante, en su lenguaje, en cómo se expresa”. Lo matiza con alegría detallando los ejemplos de alumnos suyos que “destacan por tener esa ética que necesita el flamenco, esa flamenquería, el modo como trata al maestro con dulzura y cariño... ese cerrar los ojos, mover los brazos y dejar ver que hay algo dentro cuando se canta”.
Hoy por hoy, son todos sus alumnos los que mueven la inquietud artística de José, el cantaor que además se revela como autor de muchos de sus cantes. Debutó como escritor con Alma de barco allá por 1990. El volumen se reeditó en 2010, en colaboración con José María Pérez Orozco y Francisco Díaz, con la inclusión de unos 400 poemas y unas 80 de las famosísimas saetas que le devuelven el protagonismo a cada Semana Santa sevillana. También centran su segundo libro, Balcones de la pasión.
“LAS LETRAS QUE ESCRIBO ME GUSTAN MUCHO, CLARO, A MI Y A OTROS QUE ME LAS COGEN Y LAS CANTAN”
El confinamiento de estos meses le ha servido para pulir el tercero de sus libros, todavía inédito, pendiente de publicación. Una nueva obra igualmente personal y ambiciosa pero algo diferente a las anteriores. En este caso, escribiendo también poesía flamenca para cantar, el volumen recoge cantes completos por serranas, por alegrías de Cádiz, por seguiriyas y por romances, entre otros palos.
Le basta una palabra a José para dejar sobre el papel sus textos de poeta cantor, o cantor poeta, a elegir. Él empezó a escribir después de grabar su primer disco con Paco Cepero con textos de José Domínguez. “Noté que al cantar me faltaba cuadratura, que yo necesitaba sentir profundamente lo que cantaba y de ahí que lo busqué, porque cuando canto una soleá que yo escribo siento más emoción y disfruto mucho más”, puntualiza.
“Mis letras me gustan mucho, claro, a mi y a otros que me las cogen y las cantan, como Mayte Martín, que me dice que le gustan mucho, o Miguel Poveda y otros tantos que las cantan aún sin saber que son letras mías”, explica suspicaz y divertido por algún momento.
Es curioso que son palabras sueltas las que desencadenan su vena creativa. Y cita: escalofrío, relente...” y otras varias que toma prestadas del lenguaje propio de Chipiona donde pasa temporadas, y adapta a sus coplas. En general, la puerta de su poesía flamenca “se abre con la conversación de un amigo, con la palabra de un nieto, la expresión de un niño en la calle o, incluso, cualquier palabrita que suelta un actor en una película”.
“Me encanta escribir, y me encanta enseñar a mis alumnos porque es un veneno y pienso que nadie debería morirse sin ofrecer su talento a la gente, vendría a ser como una obligación”, sentencia antes de aclarar que, sin embargo, “en el flamenco siempre hemos sido muy individualistas, sin sentido de colectivo y eso es muy triste porque se va perdiendo el arte”. Como ejemplo, se muestra rotundo en la confidencia: “antes en las reuniones de flamencos sólo se hablaba de cante y hoy sólo se habla de los cilindros del coche de cada uno”.
“SOY UN GALLO DE PELEA Y SOY CANTAOR HASTA QUE ME MUERA, HARTO DE VER CANTAR A GENTE QUE NO ME LLEGA NI AL TOBILLO”
Todo el peso de la saga flamenca de El de la Tomasa cae a plomo tras estas frases: “el flamenco nunca ha tenido fuerza, pero no pierdo la esperanza; un flamenco se muere en un escalón y no pide limosna…”.
Y en la recámara, otra advertencia lapidaria: “un flamenco se puede morir con una peseta en el bolsillo, pero es un gallo de pelea y yo soy cantaor hasta que me muera y harto de ver cantar a gente que no me llega ni al tobillo porque además, las figuras tampoco tienen ese gesto de ayudar a los precursores”.
“Yo soy consciente de mi historia y voy a seguir defendiendo el cante grande porque a mi cuando canto una seguiriya y se me cae una lágrima gris, no hay dinero en el mundo que me lo page porque yo canto por mis antepasados”, indica solemne.
“MI NIETO TIENE EL FUEGO DEL CANTE Y JUNTO A MI HIJO HARÁ QUE NO SE PIERDA LA CADENA FAMILIAR”
En esa trayectoria familiar y artística, ubica José a su hijo Gabriel y a su nieto Manuel, otro que de pequeñito, una Navidad en casa, se arrancó a cantar y del que “mi padre ya dijo, ahí tenemos a otro cantaor...”. “Mi nieto Manuel -apunta con orgullo- tienen el fuego del cante y junto a mi hijo hará que no se pierda la cadena familiar pero yo soy humano y sufro por él, claro que sufro”.
Entre sufrimiento y cariño, entre las tareas de abuelo, José se encarga de ayudar al más joven de la saga con los medios propios de los tiempos. Vía whatsapp comparten esa soleá, esa taranta, ese cante antiguo sobre el que José asesora a su descendencia en los tonos, las letras y las duraciones y empaque de cada tercio.
Del panorama actual, este cantaor integral que ha pasado el confinamiento escribiendo, escuchando y estudiando cantes ocultos hasta las tres y las cuatro de la madrugada, es lo que salva: la creatividad de los artistas y su fuerza “en este tiempo de hamburguesa artificial y amalgama de cosas mal hechas”, cuenta.
Todas estas madrugadas ha seguido la pista de cantaores “demasiado olvidados” según su criterio. Ha disfrutado recuperando grabaciones antiguas de Joaquín Vargas Soto “El Cojo de Málaga”, José Bermúdez Vega “Pepe el Culata”, Bernardo Álvarez Pérez “El de los Lobitos” o Manuel Celestino Cobos “Cobitos”. Sus cantes, lo recupera para trasladarlos a sus próximos recitales. También para explicarles a sus alumnos esas personales formas de cantar que él adora. Como piensa hacer con Luisa Ramos Antúnez “La Pompi”, hermana de Rafael El Niño Gloria o el trianero José Rodríguez Lara “Tragapanes”, “un fenómeno por tonás de su tío Cagancho”.
“ESTOY HARTO DE IR A REUNIONES A LAS QUE VAMOS TRES FLAMENCOS Y CINCUENTA QUE VIVEN DEL FLAMENCO”
Para los políticos, también tiene su ración. “A la foto de la Feria de Sevilla no faltan -critica- pero lo que deberían es tomar consciencia, especialmente los de Cultura, y al igual que hacen sus mítines en las elecciones, que se sientan un poco cantaores, tocaores y bailaores y le den dignidad a los artistas que han hecho carrera y puedan retirarse con una paga digna”.
Su artillería no cesa, sin perder profundidad ni templanza: “La Junta de Andalucía tiene sus amigos y así sólo trabajan siete... yo estoy harto de ir a reuniones a las que vamos tres flamencos y cincuenta que viven del flamenco”.
Igualmente carga con firmeza hacia técnicos y responsables de festivales, a los que enfila con educación pero con rabia: “¡si hasta en la Bienal a mi me piden un proyecto de cuarenta páginas por escrito!, cuanto más gordo mejor, ¡viva la burocracia!, ¿y yo qué les cuento...? si yo voy al escenario a cantar con una silla y dos guitarras... no sé... será que soy de otros tiempos”.