La Bienal más flojita de catorce ya es historia. Curioso que, ahora que tenemos infraestructuras y teatros; ahora que las guirnaldas de bombillas en el Alcázar son un recuerdo lejano; ahora que lucen los montajes escénicos de la omnipresente Pepa Gamboa; ahora que el sonido es soportable... fallan los programadores y, por ende, la programación. Este era el presagio con el que -mal- empezamos con Andalucía, el flamenco y la humanidad, que contó con la dirección de Mario Maya. La gala estuvo marcada por el triste olvido de Cádiz y la seguiriya, sobre una reiterativa estampa sobre las ocho provincias a través del himno andaluz. Al final, ninguna de las figuras estuvieron lucidas salvando la noche las bellas intervenciones de la panda de verdiales y de la Escolanía de Almonte por exóticas. Es decir, lo que hizo Mario olía poco a Andalucía y nada a flamenco, pero mucho a humanidad.
En el intento de monografiar la muestra, la organización dedicó al baile esta edición. Y, dejando a parte las ausencias, el baile ha aparecido con cuentagotas. Habría que resaltar a Milagros Mengibar que, con la maravillosa guitarra de Rafael Rodríguez, desgranó lo más destacado de esta Bienal en su apartado clásico. Esa Escuela Sevillana de la que tanto se habla, habitó entre los presentes desde la zambra a las alegrías, incluida Luisa Palicio, alumna aventajada de Milagros que se ha alzado con uno de los Giraldillos. En el quite por soleá, terminó proyectando una sombra tan alargada que pudo perjudicar a Mengibar. Claro que, la de Triana supo sobresalir con sus armas de siempre. Esto es, lo indescriptible.
El baile gitano siempre aparece de la mano de Manuela Carrasco. Salvó los muebles del espectáculo de clausura con seguirya, taranto y soleá, con unas líneas estructurales bien marcadas y mejor revestidas. Puede parecer que siempre hace lo mismo, mas Manuela nunca baila igual, aunque siempre superior. Deja un importante margen a la improvisación, faceta que desempeña con un dominio de los recursos tal, que el resultado se presenta explosivo para los sentidos. Esa noche, la del cierre, la habían abierto Merche Esmerada y Manolo Marín con desigual fortuna, puesto que la primera se presentó irreconocible en el Maestranza con "la voz más representativa del flamenco actual". La única que podía estar a la altura de esta Bienal: Diana Navarro. Manolo Marín si lució por tientos y tangos.
La presencia de la compañía de Antonio Gades en dos funciones distintas ha sido lo más destacado en cuanto a grandes compañías. Recordar las coreografías del mejor ha servido de mucho entre los incipientes aficionados al baile, que han descubierto entre los números de la Antología, Bodas de Sangre y Carmen, gran cantidad de "retales" utilizados por los que hoy van de innovadores por el mundo, cuando sólo resisten asidos a lo que hace décadas inventó el alicantino. Asimismo, destacar el buen hacer de Adrián Galia y Stella Arauzo. Estos espectáculos, allá donde se representen, son recomendables a todos los públicos por su calidad global.
Con el mismo brillo alumbró el Homenaje a Granero. Desde los alumnos del CAD hasta la genialidad de Javier Latorre, pasando por el inigualable taranto de Canales y Esmeralda, o la magistralidad de José Antonio, se honró debidamente la memoria del maestro. Mas de esa noche quedarán en el recuerdo las lecciones magistrales de Matilde Coral (que bailó al silencio con su mantón en un par de minutos que hubiésemos deseado eternos), y de Pilar López, que desveló porque fallan los espectáculos argumentales actuales: "Si un espectador tiene que leer el programa de mano en casa, el ballet habrá fracasado". Junto a las carcajadas de convencimiento del respetable, suenan todavía en nuestro corazón las notas de Medea. Jamás se escribió una partitura con tanto gusto.
A medio camino entre el clasicismo y la modernidad, entre tanto confusionismo barato, nos sorprendió una mujer tan delicada como su baile. Isabel Bayón, sobre los cimientos de la tradición, presentó un lenguaje propio entorno a su manera de hacernos entender el baile. La puerta abierta ha sido la sensación de la muestra, a pesar de ser que va de menos a más. Si tuviésemos que encontrar un pero -insignificante- sería lo inapropiado de las Variaciones Goldberg, por la brevedad de los valores de la notación musical que limitan mucho la longitud de los pasos. Lo demás, sabe a gloria. Desde la soleá a las alegrías, incluido el pasodoble y la milonga en colaboración con un Poveda esplendido. Mención especial para la música de Jesús Torres, tan gustosa al oído. Este espectáculo acaparó uno de los Giraldillos.
El huso de la memoria había levantado gran expectación, aunque las críticas de Madrid -donde días antes se había estrenado- no eran muy favorables. Dicen que irá a más, pero el caso es que Eva Yerbabuena decepcionó. Partiendo de una base argumental incomprensible por mal expuesta, tanto en la escena como en el programa de mano, nos vimos obligados a buscar el sabor de lo puramente flamenco en lo tangible. Así, encontramos un cuerpo de baile impropio de esta compañía; un atrás en el que sólo sobresalió Enrique Soto; y una composición musical buena, pero por debajo de lo habitual, que ordena y manda en el baile hasta el sometimiento. El Giraldillo del Baile apareció tres veces en dos horas: mirabrás con bata de cola -con la que no pudo-, un tedioso paso a dos con Patrick de Bana y veinte memorables minutos por soleá que salvaron a la bailaora de un batacazo mayúsculo. Hay que subrayar la belleza de las sevillanas que bailó la noche de Miguel Poveda, algo que inolvidable por irrepetible y majestuoso.
Lo de Joaquín Grilo y Sevilla sí es incomprensible. Rara vez, en lo últimos años, ha pisado las tablas de un escenario hispalense un bailaor de esta capacidad. Lo decimos desde el convencimiento de que, por encima de montajes como A solas -que pueden hacerle mayor o menor justicia- encontramos a un artista bastante completo. Por eso no entendemos que fuese uno de los menos aplaudidos por público y prensa, cuando estos han glorificado cosas horrorosas. Grilo trajo un argumento bastante dinámico, en el que el flamenco está mucho más presente de lo que se acostumbra en una historia surrealista. Hay que destacar la presencia de José Valencia en el cante y a los músicos, un atrás repleto de instrumentos que casaron a la perfección.
De igual manera podríamos hablar de Andrés Marín que, con El amanecer del último día, dio una zancada más en su indeleble lucha por conquistar Sevilla. Otros, en su línea, lo han tenido más fácil. Marín gustó y se mostró tan honrado como profesional en un espectáculo que, con sus fallas argumentales, se consolida con un atrás interesantísimo. José Valencia -de nuevo- en maestro, Segundo Falcón glorificando los cantes, y la partitura, tan sensible como el toque de su autor, el guitarrista Salvador Gutiérrez. Con estos mimbres, Andrés desnudó su alma y dejó entrever, sin perder de vista los pilares del clasicismo, su propuesta vanguardista.
Gitanas sólo puede contemplarse desde la individualidad, donde hay que elevar a los altares a la incomparable Angelita Vargas. Gloria a usted, señora por volver nuestro corazón del revés. Verla bailar ha supuesto un derrame de placer y una hemorragia de satisfacción. Mas ¿por qué nos negaron el prodigio de su complicidad, ajena a argumentos dislocados y a Giraldillos de hojalata, con el baile por soleá?. ¿Quién decidió que usted bailase por tangos? Del resto, mucho ruido y poco duende.
Juana Amaya vino de Morón como la dejaron. Pensaba ofrecer un espectáculo propio y terminó cerrando una noche que, al llegar ella, ya había tocado fondo. Ofreció su baile por alegrías, tan temperamental que se confundía con el nerviosismo aparente de quien se juega a una carta su futuro. No es el caso, pero la hemos visto bailar muchísimo mejor. Tampoco en la soleá que cerró la noche nos volvió locos, aunque tuvo detalles para enmarcar. Es mucha bailaora y se verá pronto.
Como baluarte de una juventud que empuja con buenas maneras, La Moneta. Un ciclón en vías de perfilarse como la próxima realidad del baile gitano. Se acordó de Matilde Coral en las alegrías con bata de cola, pero a que negarlo: la bata requiere menos temperamento y más dominio. La cosa cambió en la farruca, sobre las enseñanzas del maestro Latorre, mostrándose algo más centrada. Cerró por seguiriyas, su pieza más estudiada, donde causó mejor impresión.
Mas en esta Bienal hemos contado con muchos privilegiados, consolidadas vacas sagradas de la progresía político-cultural del paisaje sevillano. Israel Galván, con todos mis respetos, es uno de estos escogidos. Alguien que conoce el baile como el que más pero que, como otros tantos, se ha dejado llevar por la paranoia de los directores artísticos y escénicos, que no hacen más que enmarañar este arte y confundir a los públicos. En muy pocos dias padecimos varias muestras del baile a la deriva del de la calle San Luis. Primero con el reprogramado Arena, del que sólo interesan las alegrías. Por su parte, Tábula Rasa levanta división de opiniones entre los que tienen a Galván por genio y los que encuentran en su baile la improvisación constante, la mímica y el gesto sin sentido.
Entre el mayor de la familia, se hizo un hueco para la también privilegiada Pastora Galván, que supuso su puesta de largo como heterodoxa practicante convencida. La Francesa es poco más que una oda a la vulgaridad, de la que podríamos alabar la recopilación que Pedro Sierra hace de sus discos para las transiciones y poco más. Pastora se movió sobre los clásicos populares galos desentendiéndose de la tradición, en clara disposición de seguir los pasos de su hermano. Salsa, rumba, tango... Una cosa es coquetear con los límites y otra que se te vaya la cabeza a Lugo. El problema es que mucho público -y no pocos críticos- piensan que para ir con los tiempos y para que te tengan por entendido hay que ejercer de catalizadores de estas modernidades sin pies ni cabeza que, para mayor repugnancia de quien esto firma, se premian con un Giraldillo.
Hay espectáculos incomprensibles desde cualquier ángulo. Dibujos, ha sido uno de los grandes petardos. Belén Maya, olvidando a donde venía, se presentó con un esperpento muy logrado: un triangulo en el suelo, una pizarra y movimientos cuadriculados que serán muy contemporáneos... pero que recuerdan a las clases de geometría del instituto. Todo esto, unido a un atrás desastroso, con La Tremendita y el famoso Picuo al cante (ni pa Japón picha), la guitarra no apta para el baile de José Luis Rodríguez y con la presencia de un dúo humorístico de palmeras que venían a quedarse con el personal... colmaron nuestra paciencia.
Como también la colmó Carmen Cortés con Mujeres de Lorca. Dos funciones que suenan a más privilegio en comandita con los programadores. Una pasta en zapatos, un atrás comparable al séptimo de caballería, un cuerpo de baile de fin de curso y una bailaora perdida entre sus carencias y su incapacidad para comunicar. Si a esto sumamos que la dirección desconoce los argumentos lorquianos...
Más privilegios: Juncá de Mercedes Ruiz. Su baile puede pasar por interesante. Pero lo cierto es que no está para coreografiar, ni para dirigir artísticamente nada. ¿Cómo un espectáculo con tantas deficiencias se repite?. Al menos, notamos un alejamiento progresivo en la jerezana de las formas de La Yerbabuena. Y por último, Manuel Liñán, cuya presencia estaba justificada sólo porque su maestra está en el comité artístico. Hueco -aunque en el palomar de la Alameda- que otros/as con mejores maneras habrían aprovechado mejor. Un derroche de técnica del milímetro milimetrado para alegrías y soleá. Solo eso.
En cuanto al cante, ha imperado el desconocimiento de las músicas, así como la desvirtuación de los estilos, la desafinación casi generalizada, la falta de dirección artística y los errores en cuanto al planteamiento de los recitales como espectáculos argumentales. Salvó todos estos problemas quien creemos ha sido el cantaor de la Bienal. No vamos a medirlo con nadie por aquello de que comparar es odioso, mas si hiciésemos un listado de meritos, José Valencia hubiera acaparado varios de esos premios entregados por los miembros -ausentes en la mayoría de espectáculos- del Comité Asesor. Abrió su espectáculo por malagueñas de El Cojo de Málaga y El Mellizo, cerrando con Frasquito Yerbabuena. Siguió por soleares de Alcalá, Triana, Utrera y Lebrija. Por cantiñas se adentró en las melodías de La Butrón, La Juanaca, El Gandul y Pinini, con el sello indiscutible del mayor de los Mairena en la romera y el mirabrás. Por seguiryas hizo lo que nadie en esta Bienal: más de tres cantes. Y para el cierre la bulería romanceada, acordándose de Antonia Pozo y El Chache Lagaña. Un recital que quedará en nuestra memoria por la grandeza de Valencia y por los matices microtonales de su propia cosecha que desgranó en cada tercio. De allí salió José con un premio en la maleta. Si no vino La Yerbabuena, si Diego Carrasco se quedó en Jerez, si Pepa Gamboa no puso ninguna puerta... eso es otra historia. Aquí se habla de cante.
La Susi trajo en su ilusión desmedida, la mecha con la que prender el fuego de los estilos que interpretó. Es, de entre todas ellas, la que más sabe de cante. Y lo demostró. Pocas abren por tonás de esa manera. Como pocas son capaces de romperse en la debla de Tomás, o por soleá de la Fernanda. O erigirse en maestra de la malagueña de Chacón y la taranta de Linares. Hubo, por supuesto, ración por bulerías para los que querían verla en su salsa. Mas, de entre todo lo bueno que hizo, nos quedamos con la nuez moscada de la templanza y la dulzura que vistieron de rotundidad sonora la vidalita en su garganta. ¿Cómo una mujer que ataca los cantes con tanta raza, se vuelve de pronto miel pura y sensibilidad total?
Mención a parte merecen Los Juncales, porque disfrutamos hasta del "Niño Robot". Hasta Tomasito nos entusiasmó con sus cosas, que las hace otro y no dicen nada, pero que en sus hechuras resultan flamenquísimas. Manuel Molina hizo sus bulerías, cortitas pero tan ricas que te dejan fura de juego. Y Diego Carrasco, que destapó el tarro de las esencias para, con Javier Barón y sus compañeros en el escenario, construir una obra repleta de ingenio para el paseo por alegrías del maestro Barón. El silencio para la pureza de Molina y la escobilla y el cierre por bulerías para un Tomasito increíblemente enrazado.
De Miguel Poveda -del conocedor de su oficio que admiramos y seguimos inquebrantablemente-, esperábamos más. Pero esto es decir que su último disco no está a la altura de lo que debe exigírsele a una de las pocas esperanzas del cante. De nada sirve una dirección escénica maravillosa si el cante aparece con cuentagotas. Para Tierra de Calma, Juan Carlos Romero ha construido nuevos estilos con la actitud de quien ignora el carácter original de estos, a pesar de que conoce perfectamente la raíz. Ni su farruca se adivina como farruca, ni su malagueña como malagueña, ni su soleá como soleá. Es necesario que alguien lo anuncie. Si no, ¿por qué sólo en las alegrías tradicionales dejó Miguel el buen sabor de boca de lo bien cantado por bien creado?. Los momentos más dulces del espectáculo se vivieron con La Yerbabuena y con Diego Carrasco como protagonistas. Ni que decir tiene que el publico, deseoso de encontrar un cantaor al que venerar, terminó ovacionándolo, ajeno a la campaña de promoción discográfica que envolvía el Lope de Vega y que alcanzó su momento cumbre con la concesión del Giraldillo del Cante al catalán días después.
Carmen Grilo va por el buen camino, mas como con su hermano, el público sevillano parece no querer trato. Comenzó tiñendo de novedad los sones de la farruca, pero cercana a la tradición; y dejó muy buen sabor por tientos tangos y por bulerías de Jerez y Cádiz. Por seguiriyas no la vimos como en otras ocasiones, lo que no quita que entendamos que en Carmen tenemos un proyecto de futuro, tímido presente que, antes que tarde, dará para hablar mucho y bien.
Por su parte, El Pele volvió a encandilar al público como en la inauguración. Y como entonces, volvió a desafinar de manera inadmisible en esos escarceos tan antiestéticos por los agudos. Por soleá, a media voz, se llevó el repertorio tradicional a su terreno. Por seguiriya alargó los tercios como si fuesen chicle, teatralizando en exceso y rellenando los silencios con un barroquismo melismático agotador. Por alegrías se mostró seguro en las melodías experimentales que lo caracterizaron en los ochenta. Y por bulerías llegó a desconcertarnos por el siete que le hizo a Lebrija. Sólo con la interpretación de la malagueña de Chacón "Del convento las campanas" arrojó algo de luz.
Esperanza Fernández presentó un recital sobre partituras de cantos populares, acompañada por María Esther Guzmán. La idea hubiera funcionado siempre que se hubiera interpretado desde el cante. Sus características vocales, junto a los problemas de afinación que acusa en los agudos, son motivos suficientes para evitar el canto. Trece piezas en las que Guzmán anduvo irregular en el Asturias de Albéniz y en las obras en las que la digitación se complicaba. La segunda parte fue un recital al uso de la cantaora, con el que tampoco consiguió salir a flote. El problema es su propia limitación en la variedad del repertorio. Por seguiriyas siempre hace los mismos cantes: Francisco La Perla, Lacherna y Molina. ¿Cuándo cambiará?. Esto, extrapolable al resto de palos, es motivo para que cualquiera se lo critique. Lo que no quita que, con estos pocos mimbres, en cualquier festival nos levante el vello. Pero en la Bienal debe mostrar la valía que precede a su nombre.
Fosforito representó en el escaparate flamenco al mundo, la tragicomedia que ha encarnando en los últimos años. Lo que sufrimos en el Lope de Vega no es más que otra estación más del calvario de quienes le hemos seguido por los festivales. Por eso no nos sorprenden sus nulas facultades. De los cinco cantes que interpretó sólo podemos hacer balance positivo de su taranto, con el que se alteran los corazones de los públicos más caros y emblandecen los recuerdos de los días de gloria del pontanés. Para colmo, la guitarra de Antonio Soto dobló el peso de la cruz del maestro, con gran torpeza en la soleá e incomprensible ignorancia ante los puntales donde descansan los grados tonales de la petenera. Manuel Silveria puso cierto alivio al duro castigo para las almas más solidarias con la quinta llave, entre las que nos encontramos.
No esperábamos mucho de Agujetas. Lo habíamos visto un mes antes y sabíamos que no haría nada. Y así fue. Por soleá repitió varios estilos sin llegar a una explosión estética digna de mención. Por seguiriya hizo dos tandas de dos cantes sin complicarse mucho la existencia y desafinó por soleá por bulería y fandangos de un modo considerable. Si acaso, valorar positivamente -y con mucha moderación- los dos cantes por martinetes que cerraron su actuación.
Las condiciones vocales en las que se presentó Fernando Terremoto pueden asimilarse a las de Fosforito: el cantaor venía con su instrumento inservible para la música. Por lo que hacer crítica en estas condiciones es hacer leña del árbol caído y el de Jerez no lo merece. No obstante, si no quería suspender el espectáculo, debió plantearse ofrecer el mismo recital con una sola guitarra, puesto que tanto chirimbolo -ajeno en la mayor parte de los casos al repertorio que ofreció- acabó con la poca voz que traía. Lo poco reseñable de su recital lo realizó junto a Moraito, por tientos.
No sabemos si Tomás de Perrate sacará más discos o si seguirá con su repertorio actual hasta que el público aguante. Decimos esto desde el convencimiento de que Perraterías es una obra que nos descubre a un cantaor del montón. Para un bautizo, como mucho. Sabíamos por donde irían las balas, pero todo resultó ser peor de lo esperado. Fuego mojado para descafeinar el repertorio tradicional que intentó abordar el de Utrera, con la guitarra de Antonio Moya desafinada durante todo el recital. Por cuanto, cuando los eléctricos aparecieron en escena, se abrió una nueva vía de agua con la que la verdad del flamenco -como la del toro-, vino a poner a Tomás en su sitio.
En el Hotel Triana, Potito se mostró seguro por soleá de Alcalá y Lebrija, y en la seguirya de Jerez, mas sucumbió por fandangos y en el taranto de Manuel Torre, cantes que les fueron superiores. Tuvo tiempo para enmendarse con los tangos dedicados al Changuito -su padre había fallecido meses atrás- y en la bulerías de cierre.
Amador, Amador es el espectáculo que montó Juan José Amador para el Festival de Mont de Marsan. Por caída del cartel de Menese -bien hecho maestro, usted y su cante merecen el mejor teatro del mundo-, ocuparon el escenario trianero Raimundo y Juan José con distintos miembros de la familia. Y comenzaron bien por tonás, pero poco a poco, sin orden ni concierto, todo se fue desinflando. Una lástima, porque había mimbres sobre el escenario para mucho más. Pero no pudo ser.
Como tampoco pudo ser el Homenaje al Carbonerillo pues, a excepción de un par de fandangos aislados del cantaor macareno, se recordó su memoria sólo en el título. José Galán y Guillermo Cano pasaron desapercibidas, uno por su frialdad y el otro por el antiestético derroche melismático de su cante. Algo mejor estuvo Julián Estrada, al que metieron en el cartel con un calzador, y que gustó por malagueña y fandangos. Y cerró el baile por soleá de Carmen Ledesma, a la que los organizadores debieron dar algo más que las gracias, pues nos despertó del letargo y arregló la noche.
Muy poco se puede decir del resto. La noche dedicada a La Unión, fue el vivo reflejo de lo mal que se premia en este concurso. Destacó sólo Rubito hijo. Y en día en que más gente se coló en el Hotel Triana, Remedios Amaya dejó su repertorio festero a base de los mismos dejes, y del viciado de los cantes. Una desvirtuación cíclica y continua que aburrió hasta a los cámaras de "A tu lado", allí presentes. De Capullo de Jerez y de su "espectáculo", mejor no hablar. Porque, si lo que en esos días le rodeó fue dantesco, lo propiamente flamenco fue esperpéntico. Que sitúen al Capullo a la altura de Camarón (para muchos el más grande de la historia) me hace perder los nervios.
En el toque, hay que llamar la atención sobre la incapacidad de los guitarristas para afrontar en solitario, sin acompañamiento alguno, un recital completo. Estamos viviendo un momento delicado -por más que se hable de lo contrario-, para la guitarra flamenca de concierto. Nadie se atreve a hincarle el diente a este formato. Por incapacidad técnica, falta de recursos compositivos o irresponsabilidad artística. Así, Vicente Amigo convirtió su presencia en la Bienal en una escala más de su gira. Este extraordinario guitarrista., no busca el cambio de la coloratura tímbrica en sus recitales, manteniendo la misma sonoridad todo el concierto. Si a esto unimos que sus recursos técnicos (ligados, estirados, arpegios) son previsibles y reiterativos, y que comienza todos los números con una intro lenta, aguantarlo se hace pesado. Parece obvio pues, que el guitarrista está llegando al final de una etapa compositiva y técnica. Con todo, hay resaltar la belleza de su taranta.
Los mismos defectos encontramos a José Antonio Rodríguez, otro fenomenal guitarrista y mejor compositor que, en contra de lo esperado por su calidad, terminó encorsetando y tiñendo de un mismo color su propuesta artistica. Al igual que el día de Amigo, tras la segunda pieza, la música de Rodríguez nos pareció un "todo", sin principio ni fin de las partes, sin discurso temático en ocasiones... y eso aburre muchísimo. Nos sobrecogió, igualmente, la taranta "A Cobitos" en el veinte aniversario de la muerte del cantaor.
Lo de Pepe Habichuela es otro cantar. De las cuatro partes de su programa, solo brillo la primera, donde su toque por granaina y por soleá fue dominador. Como los fandangos con su hermano Carlos Habichuela. Era lo más parecido a lo que todos deseábamos: un concierto de guitarra flamenca. Pero aparecieron los cachivaches de la percusión y, de perdidos, al río. Salieron Pepe Luis Carmona, Pitingo y compañía a demostrar porqué Madrid ha mandado en esta Bienal.
En cuanto a piano Dorantes se inclinó por hacer de todo, menos flamenco. Desde el intento impresionista hasta la frustrada evocación a Michel Camilo. Nada de nada.
A modo de conclusión, y de forma positiva, hemos de celebrar el buen hacer del personal del Casino de la Exposición para con los medios de comunicación y el público en general. Igualmente el sonido -en líneas generales- ha sido más que aceptable. De la misma forma, hay que agradecer que el comienzo de los espectáculos no se haya demorado más de diez minutos, aunque instamos a la puntualidad absoluta.
En cuanto a la programación, pensamos que no se puede dejar en manos de los artistas el contenido de los espectáculos. Es peligrosísimo jugar con la inestabilidad creadora de estos. Como tampoco se puede dar carta de libertad a la desvergüenza de muchos directores artísticos. Por eso, desde la recomendación de una nueva forma de gestionar este evento, proponemos la existencia de un órgano cualificado -repetimos, cualificado- desde el que se proceda al encargo de los espectáculos y a su supervisión en aras de no ofrecer bodrios como los sufridos en muchos ocasiones en esta edición. Al hilo de esto, hay que intentar ofrecer verdaderos estrenos, y no remiendos de obras ya conocidas. Procuren, igualmente, que estén los mejores y en las mejores condiciones. Respetemos a las primeras figuras, que por algo lo son.
En otro orden de cosas, una organización que se precie de exigente, no puede etiquetar esta Bienal como exitosa por el hecho de haber contentado al público, puesto que hemos constatado que éste ha aplaudido hasta la voz en off que anuncia los minutos que quedan para que de comienzo el espectáculo. Y para finalizar, un ruego. Es hora de barrer de sus poltronas a quienes han hecho de su capa un sayo en esta Bienal, Domingo González al margen. Es indignante que tengamos que tragarnos a pies juntillas una programación que está muy por debajo de la categoría de este evento, de Sevilla y del Flamenco, para que cada uno de los santones de los comités correspondientes puedan contratar y contentar, a cuenta del bolsillo de los contribuyentes, a los tontos de su circo.
Fotos: Fidel Meneses